martes, 29 de agosto de 2017

Capitulo 22. Mas lechuzas mensajeras

—¡Harry! —Hermione le tiraba de la manga, mirando el reloj—. Tenemos diez
minutos para regresar a la enfermería sin ser vistos. Antes de que Dumbledore
cierre la puerta con llave.

—De acuerdo —dijo Harry, apartando los ojos del cielo—, ¡vamos!

Entraron por la puerta que tenían detrás y bajaron una estrecha escalera
de caracol. Al llegar abajo oyeron voces. Se arrimaron a la pared y escucharon.
Parecían Fudge y Snape. Caminaban aprisa por el corredor que comenzaba al
pie de la escalera.

—... Sólo espero que Dumbledore no ponga impedimentos —decía
Snape—. ¿Le darán el Beso inmediatamente?

—En cuanto llegue Macnair con los dementores. Todo este asunto de
Black ha resultado muy desagradable. No tiene ni idea de las ganas que tengo
de decir a El Profeta que por fin lo hemos atrapado. Supongo que querrán
entrevistarle, Snape... Y en cuanto el joven Harry vuelva a estar en sus
cabales, también querrá contarle al periódico cómo usted lo salvó.

Harry apretó los dientes. Entrevió la sonrisa hipócrita de Snape cuando él y
Fudge pasaron ante el lugar en que estaban escondidos. Sus pasos se
perdieron. Harry y Hermione aguardaron unos instantes para asegurarse de
que estaban lejos y echaron a correr en dirección opuesta. Bajaron una
escalera, luego otra, continuaron por otro corredor y oyeron una carcajada
delante de ellos.

—¡Peeves! —susurró Harry, asiendo a Hermione por la muñeca—.
¡Entremos aquí!


Corrieron a toda velocidad y entraron en un aula vacía que encontraron a
la izquierda. Peeves iba por el pasillo dando saltos de contento, riéndose a
mandíbula batiente.

—¡Es horrible! —susurró Hermione, con el oído pegado a la puerta—.
Estoy segura de que se ha puesto así de alegre porque los dementores van a
ejecutar a Sirius... —Miró el reloj—. Tres minutos, Harry.

Aguardaron a que la risa malvada de Peeves se perdiera en la distancia.
Entonces salieron del aula y volvieron a correr.

—Hermione, ¿qué ocurrirá si no regresamos antes de que Dumbledore
cierre la puerta? —jadeó Harry.

—No quiero ni pensarlo —dijo Hermione, volviendo a mirar el reloj—. ¡Un
minuto! —Llegaron al pasillo en que se hallaba la enfermería—. Bueno, ya se
oye a Dumbledore —dijo nerviosa Hermione—. ¡Vamos, Harry!

Siguieron por el corredor cautelosamente. La puerta se abrió. Vieron la
espalda de Dumbledore.

—Os voy a cerrar con llave —le oyeron decir—. Son las doce menos cinco.
Señorita Granger; tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.

Dumbledore salió de espaldas de la enfermería, cerró la puerta y sacó la
varita para cerrarla mágicamente. Asustados, Harry y Hermione se
apresuraron. Dumbledore alzó la vista y una sonrisa apareció bajo el bigote
largo y plateado.

—¿Bien? —preguntó en voz baja.

—¡Lo hemos logrado! —dijo Harry jadeante—. Sirius se ha ido montado en
Buckbeak...

Dumbledore les dirigió una amplia sonrisa.

—Bien hecho. Creo... —Escuchó atentamente por si se oía algo dentro de
la enfermería—. Sí, creo que ya no estáis ahí dentro. Entrad. Os cerraré.

Entraron en la enfermería. Estaba vacía, salvo por lo que se refería a Ron,
que permanecía en la cama. Después de oir la cerradura, se metieron en sus
camas. Hermione volvió a esconder el giratiempo debajo de la túnica. Un
instante después, la señora Pomfrey volvió de su oficina con paso enérgico.

—¿Ya se ha ido el director? ¿Se me permitirá ahora ocuparme de mis
pacientes?

Estaba de muy mal humor. Harry y Hermione pensaron que era mejor
aceptar el chocolate en silencio. La señora Pomfrey se quedó allí delante para
asegurarse de que se lo comían. Pero Harry apenas se lo podía tragar.
Hermione y él aguzaban el oído, con los nervios alterados. Y entonces,
mientras tomaban el cuarto trozo del chocolate de la señora Pomfrey, oyeron


un rugido furioso, procedente de algún distante lugar por encima de la
enfermería.

—¿Qué ha sido eso? —dijo alarmada la señora Pomfrey.

Oyeron voces de enfado, cada vez más fuertes. La señora Pomfrey no
perdía de vista la puerta.

—¡Hay que ver! ¡Despertarán a todo el mundo! ¿Qué creen que hacen?

Harry intentaba oír lo que decían. Se aproximaban.

—Debe de haber desaparecido, Severus. Tendríamos que haber dejado a
alguien con él en el despacho. Cuando esto se sepa...

—¡NO HA DESAPARECIDO! —bramó Snape, muy cerca de ellos—. ¡UNO
NO PUEDE APARECER NI DESAPARECER EN ESTE CASTILLO! ¡POTTER
TIENE ALGO QUE VER CON ESTO!

—Sé razonable, Severus. Harry está encerrado.

¡PLAM!

La puerta de la enfermería se abrió de golpe. Fudge, Snape y Dumbledore
entraron en la sala con paso enérgico. Sólo Dumbledore parecía tranquilo,
incluso contento. Fudge estaba enfadado, pero Snape se hallaba fuera de sí.

—¡CONFIESA, POTTER! —vociferó—. ¿QUÉ ES LO QUE HAS HECHO?

—¡Profesor Snape! —chilló la señora Pomfrey—, ¡contrólese!

—Por favor, Snape, sé razonable —dijo Fudge—. Esta puerta estaba
cerrada con llave. Acabamos de comprobarlo.

—¡LE AYUDARON A ESCAPAR, LO SÉ! —gritó Snape, señalando a Harry
y a Hermione. Tenía la cara contorsionada. Escupía saliva.

—¡Tranquilícese, hombre! —gritó Fudge—. ¡Está diciendo tonterías!

—¡NO CONOCE A POTTER! —gritó Snape—. ¡LO HIZO ÉL, SÉ QUE LO
HIZO ÉL!

—Ya vale, Severus —dijo Dumbledore con voz tranquila—. Piensa lo que
dices. Esta puerta ha permanecido cerrada con llave desde que abandoné la
enfermería, hace diez minutos. Señora Pomfrey, ¿han abandonado estos
alumnos sus camas?

—¡Por supuesto que no! —dijo ofendida la señora Pomfrey—. ¡He estado
con ellos desde que usted salió!

—Ahí lo tienes, Severus —dijo Dumbledore con tranquilidad—. A menos
que crea que Harry y Hermione son capaces de encontrarse en dos lugares al
mismo tiempo, me temo que no encuentro motivo para seguir molestándolos.


Snape se quedó allí, enfadado, apartando la vista de Fudge, que parecía
totalmente sorprendido por su comportamiento, y dirigiéndola a Dumbledore,
cuyos ojos brillaban tras las gafas. Snape dio media vuelta (la tela de su túnica
produjo un frufrú) y salió de la sala de la enfermería como un vendaval.

—Su colega parece perturbado —dijo Fudge, siguiéndolo con la vista—. Yo
en su lugar; Dumbledore, tendría cuidado con él.

—No es nada serio —dijo Dumbledore con calma—, sólo que acaba de
sufrir una gran decepción.

—¡No es el único! —repuso Fudge resoplando—. ¡El Profeta va a
encontrarlo muy divertido! ¡Ya lo teníamos arrinconado y se nos ha escapado
entre los dedos! Sólo faltaría que se enterasen también de la huida del
hipogrifo, y seré el hazmerreír. Bueno, tendré que irme y dar cuenta de todo al
Ministerio...

—¿Y los dementores? —le preguntó Dumbledore—. Espero que se vayan
del colegio.

—Sí, tendrán que irse —dijo Fudge, pasándose una mano por el cabello—.
Nunca creí que intentaran darle el Beso a un niño inocente..., estaban
totalmente fuera de control. Esta noche volverán a Azkaban. Tal vez
deberíamos pensar en poner dragones en las entradas del colegio...

—Eso le encantaría a Hagrid —dijo Dumbledore, dirigiendo a Harry y a
Hermione una rápida sonrisa. Cuando él y Fudge dejaron la enfermería, la
señora Pomfrey corrió hacia la puerta y la volvió a cerrar con llave.
Murmurando entre dientes, enfadada, volvió a su despacho.

Se oyó un leve gemido al otro lado de la enfermería. Ron se acababa de
despertar. Lo vieron sentarse, rascarse la cabeza y mirar a su alrededor.

—¿Qué ha pasado? —preguntó—. ¿Harry? ¿Qué hacemos aquí? ¿Dónde
está Sirius? ¿Dónde está Lupin? ¿Qué ocurre?

Harry y Hermione se miraron.

—Explícaselo tú —dijo Harry, cogiendo un poco más de chocolate.

Cuando Harry; Ron y Hermione dejaron la enfermería al día siguiente a
mediodía, encontraron el castillo casi desierto. El calor abrasador y el final de
los exámenes invitaban a todo el mundo a aprovechar al máximo la última visita
a Hogsmeade. Sin embargo, ni a Ron ni a Hermione les apetecía ir, así que
pasearon con Harry por los terrenos del colegio, sin parar de hablar de los
extraordinarios acontecimientos de la noche anterior y preguntándose dónde
estarían en aquel momento Sirius y Buckbeak. Cuando se sentaron cerca del
lago, viendo cómo sacaba los tentáculos del agua el calamar gigante, Harry


perdió el hilo de la conversación mirando hacia la orilla opuesta. La noche
anterior; el ciervo había galopado hacia él desde allí.

Una sombra los cubrió. Al levantar la vista vieron a Hagrid, medio dormido,
que se secaba la cara sudorosa con uno de sus enormes pañuelos y les
sonreía.

—Ya sé que no debería alegrarme después de lo sucedido la pasada
noche —dijo—. Me refiero a que Black se volviera a escapar y todo eso... Pero
¿a que no adivináis...?

—¿Qué? —dijeron, fingiendo curiosidad.

—Buckbeak. ¡Se escapó! ¡Está libre! ¡Lo estuve celebrando toda la noche!

—¡Eso es estupendo! —dijo Hermione, dirigiéndole una mirada severa a
Ron, que parecía a punto de reírse.

—Sí, no lo atamos bien —explicó Hagrid, contemplando el campo
satisfecho—. Esta mañana estaba preocupado, pensé que podía tropezarse
por ahí con el profesor Lupin. Pero Lupin dice que anoche no comió nada.

—¿Cómo? —preguntó Harry.

—Caramba, ¿no lo has oído? —le preguntó Hagrid, borrando la sonrisa.
Bajó la voz, aunque no había nadie cerca—. Snape se lo ha revelado esta
mañana a todos los de Slytherin. Creía que a estas alturas ya lo sabría todo el
mundo: el profesor Lupin es un hombre lobo. Y la noche pasada anduvo suelto
por los terrenos del colegio. En estos momentos está haciendo las maletas, por
supuesto.

—¿Que está haciendo las maletas? —preguntó Harry alarmado—. ¿Por
qué?

—Porque se marcha —dijo Hagrid, sorprendido de que Harry lo
preguntara—. Lo primero que hizo esta mañana fue presentar la dimisión. Dice
que no puede arriesgarse a que vuelva a suceder.

Harry se levantó de un salto.

—Voy a verlo —dijo a Ron y a Hermione.

—Pero si ha dimitido...

—No creo que podamos hacer nada.

—No importa. De todas maneras, quiero verlo. Nos veremos aquí mismo
más tarde.


La puerta del despacho de Lupin estaba abierta. Ya había empaquetado la
mayor parte de sus cosas. Junto al depósito vacío del grindylow, la maleta vieja
y desvencijada se hallaba abierta y casi llena. Lupin se inclinaba sobre algo
que había en la mesa y sólo levantó la vista cuando Harry llamó a la puerta.

—Te he visto venir —dijo Lupin sonriendo. Señaló el pergamino sobre el
que estaba inclinado. Era el mapa del merodeador.

—Acabo de estar con Hagrid —dijo Harry—. Me ha dicho que ha
presentado usted la dimisión. No es cierto, ¿verdad?

—Me temo que sí —contestó Lupin. Comenzó a abrir los cajones de la
mesa y a vaciar el contenido.

—¿Por qué? —preguntó Harry—. El Ministerio de Magia no lo creerá
confabulado con Sirius, ¿verdad?

Lupin fue hacia la puerta y la cerró.

—No. El profesor Dumbledore se las ha arreglado para convencer a Fudge
de que intenté salvaros la vida —suspiró—. Ha sido el colmo para Severus.
Creo que ha sido muy duro para él perder la Orden de Merlín. Así que él... por
casualidad... reveló esta mañana en el desayuno que soy un licántropo.

—¿Y se va sólo por eso? —preguntó Harry.

Lupin sonrió con ironía.

—Mañana a esta hora empezarán a llegar las lechuzas enviadas por los
padres. No consentirán que un hombre lobo dé clase a sus hijos, Harry. Y
después de lo de la última noche, creo que tienen razón. Pude haber mordido a
cualquiera de vosotros... No debe repetirse.

—¡Es usted el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que
hemos tenido nunca! —dijo Harry—. ¡No se vaya!

Lupin negó con la cabeza, pero no dijo nada. Siguió vaciando los cajones.
Luego, mientras Harry buscaba un argumento para convencerlo, Lupin añadió:

—Por lo que el director me ha contado esta mañana, la noche pasada
salvaste muchas vidas, Harry. Si estoy orgulloso de algo es de todo lo que has
aprendido. Háblame de tu patronus.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Harry anonadado.

—¿Qué otra cosa podía haber puesto en fuga a los dementores?

Harry contó a Lupin lo que había ocurrido. Al terminar, Lupin volvía a
sonreír:

—Sí, tu padre se transformaba siempre en ciervo —con—firmó—. Lo
adivinaste. Por eso lo llamábamos Cornamenta. —Lupin puso los últimos libros


en la maleta, cerró los cajones y se volvió para mirar a Harry—. Toma, la traje
la otra noche de la Casa de los Gritos —dijo, entregándole a Harry la capa
invisible—: Y... —titubeó y a continuación le entregó también el mapa del
merodeador—. Ya no soy profesor tuyo, así que no me siento culpable por
devolverte esto. A mí ya no me sirve. Y me atrevo a creer que tú, Ron y
Hermione le encontraréis utilidad.

Harry cogió el mapa y sonrió.

—Usted me dijo que Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta me
habrían tentado para que saliera del colegio..., que lo habrían encontrado
divertido.

—Sí, lo habríamos hecho —confirmó Lupin, cerrando la maleta—. No dudo
que a James le habría decepcionado que su hijo no hubiera encontrado
ninguno de los pasadizos secretos para salir del castillo.

Alguien llamó a la puerta. Harry se guardó rápidamente en el bolsillo el
mapa del merodeador y la capa invisible.

Era el profesor Dumbledore. No se sorprendió al ver a Harry.

—Tu coche está en la puerta, Remus —anunció.

—Gracias, director.

Lupin cogió su vieja maleta y el depósito vacío del grindylow.

—Bien. Adiós, Harry —dijo sonriendo—. Ha sido un verdadero placer ser
profesor tuyo. Estoy seguro de que nos volveremos a encontrar en otra
ocasión. Señor director; no hay necesidad de que me acompañe hasta la
puerta. Puedo ir solo.

Harry tuvo la impresión de que Lupin quería marcharse lo más rápidamente
posible.

—Adiós entonces, Remus —dijo Dumbledore escuetamente. Lupin apartó
ligeramente el depósito del grindylow para estrecharle la mano a Dumbledore.
Luego, con un último movimiento de cabeza dirigido a Harry y una rápida sonrisa,
salió del despacho.

Harry se sentó en su silla vacía, mirando al suelo con tristeza. Oyó cerrarse
la puerta y levantó la vista. Dumbledore seguía allí.

—¿Por qué estás tan triste, Harry? —le preguntó en voz baja—. Tendrías
que sentirte muy orgulloso de ti mismo después de lo ocurrido anoche.

—No sirvió de nada —repuso Harry con amargura—. Pettigrew se escapó.

—¿Que no sirvió de nada? —dijo Dumbledore en voz baja—. Sirvió de
mucho, Harry. Ayudaste a descubrir la verdad. Salvaste a un hombre inocente
de un destino terrible.


«Terrible.» Harry recordó algo. «Más grande y más terrible que nunca.» ¡La
predicción de la profesora Trelawney!

—Profesor Dumbledore: ayer; en mi examen de Adivinación, la profesora
Trelawney se puso muy rara.

—¿De verdad? —preguntó Dumbledore—. ¿Quieres decir más rara de lo
habitual?

—Sí... Habló con una voz profunda, poniendo los ojos en blanco. Y dijo que
el vasallo de Voldemort partiría para reunirse con su amo antes de la
medianoche. Dijo que el vasallo lo ayudaría a recuperar el poder. —Harry miró
a Dumbledore—. Y luego volvió a la normalidad y no recordaba nada de lo que
había dicho. ¿Sería una auténtica profecía?

Dumbledore parecía impresionado.

—Pienso que podría serlo —dijo pensativo—. ¿Quién lo habría pensado?
Esto eleva a dos el total de sus profecías auténticas. Tendría que subirle el
sueldo...

—Pero... —Harry lo miró aterrorizado: ¿cómo podía tomárselo Dumbledore
con tanta calma?—, ¡pero yo impedí que Sirius y Lupin mataran a Pettigrew!
Esto me convierte en culpable de un posible regreso de Voldemort.

—En absoluto —respondió Dumbledore tranquilamente—. ¿No te ha
enseñado nada tu experiencia con el giratiempo, Harry? Las consecuencias de
nuestras acciones son siempre tan complicadas, tan diversas, que predecir el
futuro es realmente muy difícil. La profesora Trelawney, Dios la bendiga, es una
prueba de ello. Hiciste algo muy noble al salvarle la vida a Pettigrew.

—¡Pero si ayuda a Voldemort a recuperar su poder...!

—Pettigrew te debe la vida. Has enviado a Voldemort un lugarteniente que
está en deuda contigo. Cuando un mago le salva la vida a otro, se crea un
vínculo entre ellos. Y si no me equivoco, no creo que Voldemort quiera que su
vasallo esté en deuda con Harry Potter.

—No quiero tener ningún vínculo con Pettigrew —dijo Harry—. Traicionó a
mis padres.

—Esto es lo más profundo e insondable de la magia, Harry. Pero confía en
mí. Llegará el momento en que te alegres de haberle salvado la vida a
Pettigrew.

Harry no podía imaginar cuándo sería. Dumbledore parecía saber lo que
pensaba Harry.

—Traté mucho a tu padre, Harry, tanto en Hogwarts como más tarde —dijo
dulcemente—. Él también habría salvado a Pettigrew, estoy seguro.

Harry lo miró. Dumbledore no se reina. Se lo podía decir.


—Anoche... pensé que era mi padre el que había hecho aparecer mi
patronus. Quiero decir... cuando me vi a mí mismo al otro lado del lago, pensé
que lo veía a él.

—Un error fácil de cometer —dijo Dumbledore—. Supongo que estarás
harto de oírlo, pero te pareces extraordinariamente a James. Menos en los
ojos: tienes los de tu madre.

Harry sacudió la cabeza.

—Fue una idiotez pensar que era él —murmuró—. Quiero decir... ya sé
que está muerto.

—¿Piensas que los muertos a los que hemos querido nos abandonan del
todo? ¿No crees que los recordamos especialmente en los mayores apuros?
Tu padre vive en ti, Harry, y se manifiesta más claramente cuando lo necesitas.
¿De qué otra forma podrías haber creado ese patronus tan especial?
Cornamenta volvió a galopar anoche. —Harry tardó un rato en comprender lo
que Dumbledore acababa de decirle—. Sirius me contó anoche cómo se
convertían en animagos —añadió Dumbledore sonriendo—. Una hazaña
extraordinaria... y aún más extraordinario fue que yo no me enterara. Y entonces
recordé la muy insólita forma que adoptó tu patronus cuando embistió al
señor Malfoy en el partido contra Ravenclaw. Así que anoche viste realmente a
tu padre... Lo encontraste dentro de ti mismo.

Y Dumbledore abandonó el despacho dejando a Harry con sus confusos
pensamientos.

Nadie en Hogwarts conocía la verdad de lo ocurrido la noche en que
desaparecieron Buckbeak, Sirius y Pettigrew, salvo Harry; Ron, Hermione y el
profesor Dumbledore. Al final del curso, Harry oyó muchas teorías acerca de lo
que había sucedido, pero ninguna se acercaba a la verdad.

Malfoy estaba furioso por lo de Buckbeak. Estaba convencido de que
Hagrid había hallado la manera de esconder el hipogrifo, y parecía ofendido
porque el guardabosques hubiera sido más listo que su padre y él. Percy
Weasley, mientras tanto, tenía mucho que decir sobre la huida de Sirius.

—¡Si logro entrar en el Ministerio, tendré muchas propuestas para hacer
cumplir la ley mágica! —dijo a la única persona que lo escuchaba, su novia
Penelope.

Aunque el tiempo era perfecto, aunque el ambiente era tan alegre, aunque
sabía que había logrado casi lo imposible al liberar a Sirius, Harry nunca había
estado tan triste al final de un curso.

Ciertamente, no era el único al que le apenaba la partida del profesor
Lupin. Todo el grupo que acudía con Harry a la clase de Defensa Contra las


Artes Oscuras lamentaba su dimisión.

—Me pregunto a quién nos pondrán el próximo curso —dijo Seamus
Finnigan con melancolía.

—Tal vez a un vampiro —sugirió Dean Thomas con ilusión.

Lo que le pesaba a Harry no era sólo la partida de Lupin. No podía dejar de pensar en la predicción de la profesora Trelawney. Se preguntaba continuamente dónde estaría Pettigrew, si estaría escondido o si habría llegado ya junto a Voldemort. Pero lo que más lo deprimía era la perspectiva de volver con los Dursley. Durante media hora, una gloriosa media hora, había creído que viviría en adelante con Sirius, el mejor amigo de sus padres. Era lo mejor que podía imaginar, exceptuando la posibilidad de tener allí otra vez a su padre. Y aunque era una buena noticia no tener noticias de Sirius, porque significaba que no lo habían encontrado, Harry no podía dejar de entristecerse al pensar en el hogar que habría podido tener y en el hecho de que lo había perdido.

Los resultados de los exámenes salieron el último día del curso. Harry, Ron y Hermione habían aprobado todas las asignaturas. Harry estaba asombrado de que le hubieran aprobado Pociones. Sospechaba que Dumbledore había intervenido para impedir que Snape lo suspendiera injustamente. El comportamiento de Snape con Harry durante toda la última semana había sido alarmante. Harry nunca habría creído que la manía que le tenía Snape pudiera aumentar; pero así fue. A Snape se le movía un músculo en la comisura de la boca cada vez que veía a Harry, y se le crispaban los dedos como si deseara cerrarlos alrededor del cuello de Harry.

Percy obtuvo las más altas calificaciones en ÉXTASIS. Fred y George consiguieron varios TIMOS cada uno. Mientras tanto, la casa de Gryffindor; en gran medida gracias a su espectacular actuación en la copa de quidditch, había ganado la Copa de las Casas por tercer año consecutivo. Por eso la fiesta de final de curso tuvo lugar en medio de ornamentos rojos y dorados, y la mesa de Gryffindor fue la más ruidosa de todas, ya que todo el mundo lo estaba celebrando. Incluso Harry, comiendo, bebiendo, hablando y riendo con sus compañeros, consiguió olvidar que al día siguiente volvería a casa de los Dursley.

Cuando a la mañana siguiente el expreso de Hogwarts salió de la estación, Hermione dio a Ron y a Harry una sorprendente noticia:

—Esta mañana, antes del desayuno, he ido a ver a la profesora McGonagall. He decidido dejar los Estudios Muggles.

—¡Pero aprobaste el examen con el 320 por ciento de eficacia!

—Lo sé —suspiró Hermione—. Pero no puedo soportar otro año como éste. El giratiempo me estaba volviendo loca. Lo he devuelto. Sin los Estudios Muggles y sin Adivinación, volveré a tener un horario normal.

—Todavía no puedo creer que no nos dijeras nada —dijo Ron resentido—. Se supone que somos tus amigos.

—Prometí que no se lo contaría a nadie —dijo gravemente. Se volvió para observar a Harry, que veía cómo desaparecía Hogwarts detrás de una montaña. Pasarían dos meses enteros antes de volverlo a ver—. Alégrate, Harry —dijo Hermione con tristeza.

—Estoy bien —repuso Harry de inmediato—. Pensaba en las vacaciones.

—Sí, yo también he estado pensando en ellas —dijo Ron—. Harry, tienes que venir a pasar unos días con nosotros. Lo comentaré con mis padres y te llamaré. Ya sé cómo utilizar el felétono.

—El teléfono, Ron —le corrigió Hermione—. La verdad, deberías coger Estudios Muggles el próximo curso...

Ron no le hizo caso.

—¡Este verano son los Mundiales de quidditch! ¿Qué dices a eso, Harry? Ven y quédate con nosotros. Iremos a verlos. Mi padre normalmente consigue entradas en el trabajo.

La proposición alegró mucho a Harry.

—Sí... Apuesto a que los Dursley estarán encantados de dejarme ir... Especialmente después de lo que le hice a tía Marge...

Mucho más contento, Harry jugó con Ron y Hermione varias manos de snap explosivo, y cuando llegó la bruja con el carrito del té, compró un montón de cosas de comer; aunque nada que contuviera chocolate.

Pero fue a media tarde cuando apareció lo que lo puso de verdad contento...

—Harry —dijo Hermione de repente, mirando por encima del hombro de él—, ¿qué es eso de ahí fuera?

Harry se volvió a mirar. Algo muy pequeño y gris aparecía y desaparecía al otro lado del cristal. Se levantó para ver mejor y distinguió una pequeña lechuza que llevaba una carta demasiado grande para ella. La lechuza era tan pequeña que iba por el aire dando tumbos a causa del viento que levantaba el tren. Harry bajó la ventanilla rápidamente, alargó el brazo y la cogió. Parecía una snitch cubierta de plumas. La introdujo en el vagón con mucho cuidado. La lechuza dejó caer la carta sobre el asiento de Harry y comenzó a zumbar por el compartimento, contenta de haber cumplido su misión. Hedwig dio un picotazo al aire con digna actitud de censura. Crookshanks se incorporó en el asiento, persiguiendo con sus grandes ojos amarillos a la lechuza. Al notarlo, Ron la cogió para protegerla.

Harry recogió la carta. Iba dirigida a él. La abrió y gritó:

—¡Es de Sirius!

—¿Qué? —exclamaron Ron y Hermione, emocionados—. ¡Léela en voz alta!

Querido Harry:

Espero que recibas esta carta antes de llegar a casa de tus tíos. No sé si ellos están habituados al correo por lechuza. Buckbeak y yo estamos escondidos. No te diré dónde por si ésta cae en malas manos. Tengo dudas acerca de la fiabilidad de la lechuza, pero es la mejor que pude hallar, y parecía deseosa de acometer esta misión. Creo que los dementores siguen buscándome, pero no podrán encontrarme. Estoy pensando en dejarme ver por algún muggle a mucha distancia de Hogwarts, para que relajen la vigilancia en el castillo.

Hay algo que no llegué a contarte durante nuestro breve encuentro: fui yo quien te envió la Saeta de Fuego.

—¡Ja! —exclamó Hermione, triunfante—. ¿Lo veis? ¡Os dije que era de él!

—Sí, pero él no la había gafado, ¿verdad? —observó Ron—. ¡Ay!

La pequeña lechuza, que daba grititos de alegría en su mano, le había picado en un dedo de manera al parecer afectuosa.

Crookshanks llevó el envío a la oficina de correos. Utilicé tu nombre, pero les dije que cogieran el oro de la cámara de Gringotts número 711, la mía. Por favor, considéralo como el regalo que mereces que te haga tu padrino por cumplir trece años. También me gustaría disculparme por el susto que creo que te di aquella noche del año pasado cuando abandonaste la casa de tu tío. Sólo quería verte antes de comenzar mi viaje hacia el norte. Pero creo que te alarmaste al verme. Te envío en la carta algo que espero que te haga disfrutar más el próximo curso en Hogwarts. Si alguna vez me necesitas, comunícamelo. Tu lechuza me encontrará.

Volveré a escribirte pronto.
Sirius

Harry miró impaciente dentro del sobre. Había otro pergamino. Lo leyó rápidamente, y se sintió tan contento y reconfortado como si se hubiera tomado de un trago una botella de cerveza de mantequilla.

Yo, Sirius Black, padrino de Harry Potter, autorizo por la presente a mi ahijado a visitar Hogsmeade los fines de semana.

—Esto le bastará a Dumbledore —dijo Harry contento. Volvió a mirar la carta de Sirius—. ¡Un momento! ¡Hay una posdata...!

He pensado que a tu amigo Ron tal vez le guste esta lechuza, ya que por mi culpa se ha quedado sin rata.

Ron abrió los ojos de par en par. La pequeña lechuza seguía gimiendo de emoción.

—¿Quedármela? —preguntó dubitativo. La miró muy de cerca durante un momento, y luego, para sorpresa de Harry y Hermione, se la acercó a Crookshanks para que la olfatease.

—¿Qué te parece? —preguntó Ron al gato—. ¿Es una lechuza de verdad?

Crookshanks ronroneó.

—Es suficiente —dijo Ron contento—. Me la quedo.

Harry leyó y releyó la carta de Sirius durante todo el trayecto hasta la estación de King’s Cross. Todavía la apretaba en la mano cuando él, Ron y Hermione atravesaron la barrera del andén nueve y tres cuartos. Harry localizó enseguida a tío Vernon. Estaba de pie, a buena distancia de los padres de Ron, mirándolo con recelo. Y cuando la señora Weasley abrazó a Harry, confirmó sus peores suposiciones sobre ellos.

—¡Te llamaré por los Mundiales! —gritó Ron a Harry, al despedirse de ellos. Luego volvió hacia tío Vernon el carrito en que llevaba el baúl y la jaula de Hedwig. Su tío lo saludó de la manera habitual.

—¿Qué es eso? —gruñó, mirando el sobre que Harry apretaba en la mano—. Si es otro impreso para que lo firme, ya tienes otra...

—No lo es —dijo Harry con alegría—. Es una carta de mi padrino.

—¿Padrino? —farfulló tío Vernon—. Tú no tienes padrino.

—Sí lo tengo —dijo Harry de inmediato—. Era el mejor amigo de mis padres. Está condenado por asesinato, pero se ha escapado de la prisión de los brujos y ahora se halla escondido. Sin embargo, le gusta mantener el contacto conmigo... Estar al corriente de mis cosas... Comprobar que soy feliz...

Y sonriendo ampliamente al ver la expresión de terror que se había dibujado en el rostro de tío Vernon, Harry se dirigió a la salida de la estación, con Hedwig dando picotazos delante de él, para pasar un verano que probablemente sería mucho mejor que el anterior.

Capitulo 21. El secreto de Hermione

—Asombroso. Verdaderamente asombroso. Fue un milagro que quedaran
todos con vida. No he oído nunca nada parecido. Menos mal que se
encontraba usted allí, Snape...

—Gracias, señor ministro.

—Orden de Merlín, de segunda clase, diría yo. ¡Primera, si estuviese en mi
mano!

—Muchísimas gracias, señor ministro.

—Tiene ahí una herida bastante fea. Supongo que fue Black.

—En realidad fueron Potter; Weasley y Granger, señor ministro.

—¡No!

—Black los había encantado. Me di cuenta enseguida. A juzgar por su
comportamiento, debió de ser un hechizo para confundir. Me parece que creían
que existía una posibilidad de que fuera inocente. No eran responsables de lo
que hacían. Por otro lado, su intromisión pudo haber permitido que Black
escapara... Obviamente, creyeron que podían atrapar a Black ellos solos. Han
salido impunes en tantas ocasiones anteriores que me temo que se les ha
subido a la cabeza... Y naturalmente, el director ha consentido siempre que
Potter goce de una libertad excesiva.

—Bien, Snape. ¿Sabe? Todos hacemos un poco la vista gorda en lo que
se refiere a Potter.

—Ya. Pero ¿es bueno para él que se le conceda un trato tan especial?
Personalmente, intento tratarlo como a cualquier otro. Y cualquier otro sería
expulsado, al menos temporalmente, por exponer a sus amigos a un peligro
semejante. Fíjese, señor ministro: contra todas las normas del colegio...
después de todas las precauciones que se han tomado para protegerlo... Fuera
de los límites permitidos, en plena noche, en compañía de un licántropo y un
asesino... y tengo indicios de que también ha visitado Hogsmeade, pese a la
prohibición.

—Bien, bien..., ya veremos, Snape. El muchacho ha sido travieso, sin
duda.

Harry escuchaba acostado, con los ojos cerrados. Estaba completamente
aturdido. Las palabras que oía parecían viajar muy despacio hasta su cerebro,
de forma que le costaba un gran esfuerzo entenderlas. Sentía los miembros
como si fueran de plomo. Sus párpados eran demasiado pesados para
levantarlos. Quería quedarse allí acostado, en aquella cómoda cama, para
siempre...

—Lo que más me sorprende es el comportamiento de los dementores...
¿Realmente no sospecha qué pudo ser lo que los hizo retroceder; Snape?


—No, señor ministro. Cuando llegué, volvían a sus posiciones, en las
entradas.

—Extraordinario. Y sin embargo, Black, Harry y la chica...

—Todos estaban inconscientes cuando llegué allí. Até y amordacé a Black,
hice aparecer por arte de magia unas camillas y los traje a todos al castillo.

Hubo una pausa. El cerebro de Harry parecía funcionar un poco más
aprisa, y al hacerlo, una sensación punzante se acentuaba en su estómago.

Abrió los ojos.

Todo estaba borroso. Alguien le había quitado las gafas. Se hallaba en la
oscura enfermería. Al final de la sala podía vislumbrar a la señora Pomfrey
inclinada sobre una cama y dándole la espalda. Bajo el brazo de la señora
Pomfrey, distinguió el pelo rojo de Ron.

Harry volvió la cabeza hacia el otro lado. En la cama de la derecha se
hallaba Hermione. La luz de la luna caía sobre su cama. También tenía los ojos
abiertos. Parecía petrificada, y al ver que Harry estaba despierto, se llevó un

dedo a los labios. Luego señaló la puerta de la enfermería. Estaba entreabierta
y las voces de Cornelius Fudge y de Snape entraban por ella desde el corredor.

La señora Pomfrey llegó entonces caminando enérgicamente por la oscura
sala hasta la cama de Harry Se volvió para mirarla. Llevaba el trozo de
chocolate más grande que había visto en su vida. Parecía un pedrusco.

—¡Ah, estás despierto! —dijo con voz animada. Dejó el chocolate en la
mesilla de Harry y empezó a trocearlo con un pequeño martillo.

—¿Cómo está Ron? —preguntaron al mismo tiempo Hermione y Harry.

—Sobrevivirá —dijo la señora Pomfrey con seriedad—. En cuanto a
vosotros dos, permaneceréis aquí hasta que yo esté bien segura de que
estáis... ¿Qué haces, Potter?

Harry se había incorporado, se ponía las gafas y cogió su varita.

—Tengo que ver al director —explicó.

—Potter —dijo con dulzura la señora Pomfrey—, todo se ha solucionado.
Han cogido a Black. Lo han encerrado arriba. Los dementores le darán el Beso
en cualquier momento.

—¿QUÉ?

Harry saltó de la cama. Hermione hizo lo mismo. Pero su grito se había
oído en el pasillo de fuera. Un segundo después, entraron en la enfermería
Cornelius Fudge y Snape.

—¿Qué es esto, Harry? —preguntó Fudge, con aspecto agitado—.


Tendrías que estar en la cama... ¿Ha tomado chocolate? —le preguntó
nervioso a la señora Pomfrey

—Escuche, señor ministro —dijo Harry—. ¡Sirius Black es inocente! ¡Peter
Pettigrew fingió su propia muerte! ¡Lo hemos visto esta noche! No puede
permitir que los dementores le hagan eso a Sirius, es...

Pero Fudge movía la cabeza en sentido negativo, sonriendo ligeramente.

—Harry, Harry; estás confuso. Has vivido una terrible experiencia. Vuelve a
acostarte. Está todo bajo control.

—¡NADA DE ESO! —gritó Harry—. ¡HAN ATRAPADO AL QUE NO ES!

—Señor ministro, por favor; escuche —rogó Hermione. Se había acercado
a Harry y miraba a Fudge implorante—. Yo también lo vi. Era la rata de Ron. Es
un animago. Pettigrew, quiero decir. Y..

—¿Lo ve, señor ministro? —preguntó Snape—. Los dos tienen
confundidas las ideas. Black ha hecho un buen trabajo con ellos...

—¡NO ESTAMOS CONFUNDIDOS! —gritó Harry.

—¡Señor ministro! ¡Profesor! —dijo enfadada la señora Pomfrey—. He de
insistir en que se vayan. ¡Potter es un paciente y no hay que fatigarlo!

—¡No estoy fatigado, estoy intentando explicarles lo ocurrido! —dijo Harry
furioso—. Si me escuchan...

Pero la señora Pomfrey le introdujo de repente un trozo grande de
chocolate en la boca. Harry se atragantó y la mujer aprovechó la oportunidad
para obligarle a volver a la cama.

—Ahora, por favor; señor ministro... Estos niños necesitan cuidados. Les
ruego que salgan.

Volvió a abrirse la puerta. Era Dumbledore. Harry tragó con dificultad el
trozo de chocolate y volvió a levantarse.

—Profesor Dumbledore, Sirius Black...

—¡Por Dios santo! ¿Es esto una enfermería o qué? Señor director; he de
insistir en que...

—Te pido mil perdones, Poppy, pero necesito cambiar unas palabras con
el señor Potter y la señorita Granger. He estado hablando con Sirius Black.

—Supongo que le ha contado el mismo cuento de hadas que metió en la
cabeza de Potter —espetó Snape—. ¿Algo sobre una rata y sobre que
Pettigrew está vivo?

—Eso es efectivamente lo que dice Black —dijo Dumbledore, examinando


detenidamente a Snape por sus gafas de media luna.

—¿Y acaso mi testimonio no cuenta para nada? —gruñó Snape—. Peter
Pettigrew no estaba en la Casa de los Gritos ni vi señal alguna de él por allí.

—¡Eso es porque usted estaba inconsciente, profesor! —dijo con seriedad
Hermione—. No llegó con tiempo para oír...

—¡Señorita Granger! ¡CIERRE LA BOCA!

—Vamos, Snape —dijo Fudge—. La muchacha está trastornada, hay que
ser comprensivos.

—Me gustaría hablar con Harry y con Hermione a solas —dijo Dumbledore
bruscamente—. Cornelius, Severus, Poppy Se lo ruego, déjennos.

—Señor director —farfulló la señora Pomfrey—. Necesitan tratamiento,
necesitan descanso.

—Esto no puede esperar —dijo Dumbledore—. Insisto.

La señora Pomfrey frunció la boca, se fue con paso firme a su despacho,
que estaba al final de la sala, y dio un portazo al cerrar. Fudge consultó la gran
saboneta de oro que le colgaba del chaleco.

—Los dementores deberían de haber llegado ya. Iré a recibirlos.
Dumbledore, nos veremos arriba.

Fue hacia la puerta y la mantuvo abierta para que pasara Snape. Pero
Snape no se movió.

—No creerá una palabra de lo que dice Black, ¿verdad? —susurró con los
ojos fijos en Dumbledore.

—Quiero hablar a solas con Harry y con Hermione —repitió Dumbledore.

Snape avanzó un paso hacia Dumbledore.

—Sirius Black demostró ser capaz de matar cuando tenía dieciséis años —
dijo Snape en voz baja—. No lo habrá olvidado. No habrá olvidado que intentó
matarme.

—Mi memoria sigue siendo tan buena como siempre, Severus —respondió
Dumbledore con tranquilidad.

Snape giró sobre los talones y salió con paso militar por la puerta que
Fudge mantenía abierta. La puerta se cerró tras ellos y Dumbledore se volvió
hacia Harry y Hermione. Los dos empezaron a hablar al mismo tiempo.

—Señor profesor; Black dice la verdad: nosotros vimos a Pettigrew

—Escapó cuando el profesor Lupin se convirtió en hombre lobo.


—Es una rata.

—La pata delantera de Pettigrew... quiero decir; el dedo: él mismo se lo
cortó.

—Pettigrew atacó a Ron. No fue Sirius.

Pero Dumbledore levantó una mano para detener la avalancha de
explicaciones.

—Ahora tenéis que escuchar vosotros y os ruego que no me interrumpáis,
porque tenemos muy poco tiempo —dijo con tranquilidad—. Black no tiene
ninguna prueba de lo que dice, salvo vuestra palabra. Y la palabra de dos
brujos de trece años no convencerá a nadie. Una calle llena de testigos juró
haber visto a Sirius matando a Pettigrew. Yo mismo di testimonio al Ministerio
de que Sirius era el guardián secreto de los Potter.

—El profesor Lupin también puede testificarlo —dijo Harry, incapaz de
mantenerse callado.

—El profesor Lupin se encuentra en estos momentos en la espesura del
bosque, incapaz de contarle nada a nadie. Cuando vuelva a ser humano, ya
será demasiado tarde. Sirius estará más que muerto. Y además, la gente
confía tan poco en los licántropos que su declaración tendrá muy poco peso. Y
el hecho de que él y Sirius sean viejos amigos...

—Pero...

—Escúchame, Harry. Es demasiado tarde, ¿lo entiendes? Tienes que
comprender que la versión del profesor Snape es mucho más convincente que
la vuestra.

—Él odia a Sirius —dijo Hermione con desesperación—. Por una broma
tonta que le gastó.

—Sirius no ha obrado como un inocente. La agresión contra la señora
gorda..., entrar con un cuchillo en la torre de Gryffindor... Si no encontramos a
Pettigrew, vivo o muerto, no tendremos ninguna posibilidad de cambiar la
sentencia.

—Pero usted nos cree.

—Sí, yo sí —respondió en voz baja—. Pero no puedo convencer a los
demás ni desautorizar al ministro de Magia.

Harry miró fijamente el rostro serio de Dumbledore y sintió como si se
hundiera el suelo bajo sus pies. Siempre había tenido la idea de que
Dumbledore lo podía arreglar todo. Creía que podía sacar del sombrero una
solución asombrosa. Pero no: su última esperanza se había esfumado.

—Lo que necesitamos es ganar tiempo —dijo Dumbledore despacio. Sus
ojos azul claro pasaban de Harry a Hermione.


—Pero... —empezó Hermione, poniendo los ojos muy redondos—. ¡AH!

—Ahora prestadme atención —dijo Dumbledore, hablando muy bajo y muy
claro—. Sirius está encerrado en el despacho del profesor Flitwick, en el
séptimo piso. Torre oeste, ventana número trece por la derecha. Si todo va
bien, esta noche podréis salvar más de una vida inocente. Pero recordadlo los
dos: no os pueden ver. Señorita Granger, ya conoces las normas. Sabes lo que
está en juego. No deben veros.

Harry no entendía nada. Dumbledore se alejó y al llegar a la puerta se
volvió.

—Os voy a cerrar con llave. Son —consultó su reloj— las doce menos
cinco. Señorita Granger; tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.

—¿Buena suerte? —repitió Harry, cuando la puerta se hubo cerrado tras
Dumbledore—. ¿Tres vueltas? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es lo que tenemos
que hacer?

Pero Hermione rebuscaba en el cuello de su túnica y sacó una cadena de
oro muy larga y fina.

—Ven aquí, Harry —dijo perentoriamente—. ¡Rápido!

—Harry, perplejo, se acercó a ella. Hermione estiró la cadena por fuera de
la túnica y Harry pudo ver un pequeño reloj de arena que pendía de ella—. Así.
—Puso la cadena también alrededor del cuello de Harry—. ¿Preparado? —dijo
jadeante.

—¿Qué hacemos? —preguntó Harry sin comprender.

Hermione dio tres vueltas al reloj de arena.

La sala oscura desapareció. Harry tuvo la sensación de que volaba muy
rápidamente hacia atrás. A su alrededor veía pasar manchas de formas y
colores borrosos. Notaba palpitaciones en los oídos. Quiso gritar; pero no podía
oír su propia voz.

Sintió el suelo firme bajo sus pies y todo volvió a aclararse. Se hallaba de
pie, al lado de Hermione, en el vacío vestíbulo, y un chorro de luz dorada
bañaba el suelo pavimentado penetrando por las puertas principales, que
estaban abiertas. Miró a Hermione con la cadena clavándosele en el cuello.

—Hermione, ¿qué...?

—¡Ahí dentro! —Hermione cogió a Harry del brazo y lo arrastró por el
vestíbulo hasta la puerta del armario de la limpieza. Lo abrió, empujó a Harry
entre los cubos y las fregonas, entró ella tras él y cerró la puerta.

—¿Qué..., cómo...? Hermione, ¿qué ha pasado?

—Hemos retrocedido en el tiempo —susurró Hermione, quitándole a Harry,


a oscuras, la cadena del cuello—. Tres horas.

Harry se palpó la pierna y se dio un fuerte pellizco. Le dolió mucho, lo que
en principio descartaba la posibilidad de que estuviera soñando.

—Pero...

—¡Chist! ¡Escucha! ¡Alguien viene! ¡Creo que somos nosotros! —Hermione
había pegado el oído a la puerta del armario—. Pasos por el vestíbulo... Sí,
creo que somos nosotros yendo hacia la cabaña de Hagrid.

—¿Quieres decir que estamos aquí en este armario y que también
estamos ahí fuera?

—Sí —respondió Hermione, con el oído aún pegado a la puerta del
armario—. Estoy segura de que somos nosotros. No parecen más de tres
personas. Y... vamos despacio porque vamos ocultos por la capa invisible. —
Dejó de hablar; pero siguió escuchando—. Acabamos de bajar la escalera
principal...

Hermione se sentó en un cubo puesto boca abajo. Harry estaba impaciente
y quería que Hermione le respondiera a algunas preguntas.

—¿De dónde has sacado ese reloj de arena?

—Se llama giratiempo —explicó Hermione—. Me lo dio la profesora
McGonagall el día que volvimos de vacaciones. Lo he utilizado durante el curso
para poder asistir a todas las clases. La profesora McGonagall me hizo jurar
que no se lo contaría a nadie. Tuvo que escribir un montón de cartas al
Ministerio de Magia para que me dejaran tener uno. Les dijo que era una
estudiante modelo y que no lo utilizaría nunca para otro fin. Le doy vuelta para
volver a disponer de la hora de clase. Gracias a él he podido asistir a varias
clases que tenían lugar al mismo tiempo, ¿te das cuenta? Pero, Harry, me
temo que no entiendo qué es lo que quiere Dumbledore que hagamos. ¿Por
qué nos ha dicho que retrocedamos tres horas? ¿En qué va a ayudar eso a
Sirius?

Harry la miró en la oscuridad.

—Quizás ocurriera algo que podemos cambiar ahora —dijo pensativo—.
¿Qué puede ser? Hace tres horas nos dirigíamos a la cabaña de Hagrid...

—Ya estamos tres horas antes, nos dirigimos a la cabaña —explicó
Hermione—. Acabamos de oírnos salir.

Harry frunció el entrecejo. Estaba estrujándose el cerebro.

—Dumbledore dijo simplemente... dijo simplemente que podíamos salvar
más de una vida inocente... —Y entonces se le ocurrió—: ¡Hermione, vamos a
salvar a Buckbeak!

—Pero... ¿en qué ayudará eso a Sirius?


—Dumbledore nos dijo dónde está la ventana del despacho de Flitwick,
donde tienen encerrado a Sirius con llave. Tenemos que volar con Buckbeak
hasta la ventana y rescatar a Sirius. Sirius puede escapar montado en
Buckbeak. ¡Pueden escapar juntos!

Hermione parecía aterrorizada.

—¡Si conseguimos hacerlo sin que nos vean será un milagro!

—Bueno, tenemos que intentarlo, ¿no crees? —dijo Harry. Se levantó y
pegó el oído a la puerta—. No parece que haya nadie. Vamos...

Harry empujó y abrió la puerta del armario. El vestíbulo estaba desierto.
Tan en silencio y tan rápido como pudieron, salieron del armario y bajaron
corriendo los escalones. Las sombras se alargaban. Las copas de los árboles
del bosque prohibido volvían a brillar con un fulgor dorado.

—¡Si alguien se asomara a la ventana..! —chilló Hermione, mirando hacia
atrás, hacia el castillo.

—Huiremos —dijo Harry con determinación—. Nos internaremos en el
bosque. Tendremos que ocultarnos detrás de un árbol o algo así, y estar
atentos.

—¡De acuerdo, pero iremos por detrás de los invernaderos! —dijo
Hermione, sin aliento—. ¡Tenemos que apartarnos de la puerta principal de la
cabaña de Hagrid o de lo contrario nos veremos a nosotros mismos! Ya
debemos de estar llegando a la cabaña.

Pensando todavía en las intenciones de Hermione, Harry echó a correr
delante de ella. Atravesaron los huertos hasta los invernaderos, se detuvieron
un momento detrás de éstos y reanudaron el camino a toda velocidad,
rodeando el sauce boxeador y yendo a ocultarse en el bosque...

A salvo en la oscuridad de los árboles, Harry se dio la vuelta. Unos
segundos más tarde, llegó Hermione jadeando.

—Bueno —dijo con voz entrecortada—, tenemos que ir a la cabaña sin que
se note. Que no nos vean, Harry

Anduvieron en silencio entre los árboles, por la orilla del bosque. Al
vislumbrar la fachada de la cabaña de Hagrid, oyeron que alguien llamaba a la
puerta. Se escondieron tras un grueso roble y miraron por ambos lados. Hagrid
apareció en la puerta tembloroso y pálido, mirando a todas partes para ver
quién había llamado. Y Harry oyó su propia voz que decía:

—Somos nosotros. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la
quitaremos.

—No deberíais haber venido —susurró Hagrid.

Se hizo a un lado y cerró rápidamente la puerta.


—Esto es lo más raro en que me he metido en mi vida —dijo Harry con
entusiasmo.

—Vamos a adelantarnos un poco —susurró Hermione—. ¡Tenemos que
acercarnos más a Buckbeak!

Avanzaron sigilosamente hasta que vieron al nervioso hipogrifo atado a la
valla que circundaba la plantación de calabazas de Hagrid.

—¿Ahora? —susurró Harry

—¡No! —dijo Hermione—. Si nos lo llevamos ahora, los hombres de la
comisión creerán que Hagrid lo ha liberado. ¡Tenemos que esperar hasta que
lo vean atado!

—Eso supone unos sesenta segundos —dijo Harry. Les empezaba a
parecer irrealizable.

En ese momento oyeron romperse una pieza de porcelana.

—Ya se le ha caído a Hagrid la jarra de leche —dijo Hermione—. Dentro
de un momento encontraré a Scabbers.

Efectivamente, minutos después oyeron el chillido de sorpresa de
Hermione.

—Hermione —dijo Harry de repente—, ¿y si entráramos en la cabaña y
nos apoderásemos de Pettigrew?

—¡No! —exclamó Hermione con temor—. ¿No lo entiendes? ¡Estamos
rom piendo una de las leyes más importantes de la brujería! ¡Nadie puede
cambiar lo ocurrido, nadie! Ya has oído a Dumbledore... Si nos ven...

—Sólo nos verían Hagrid y nosotros mismos.

—Harry, ¿qué crees que pasaría si te vieras a ti mismo entrando en la
cabaña de Hagrid? —dijo Hermione.

—Creería... creería que me había vuelto loco —dijo Harry—. O que había
magia oscura por medio.

—Exactamente. No lo comprenderías. Incluso puede que te atacaras a ti
mismo. La profesora McGonagall me dijo que han sucedido cosas terribles
cuando los brujos se han inmiscuido con el tiempo. ¡Muchos terminaron
matando por error su propio yo, pasado o futuro!

—Vale —dijo Harry—, sólo era una idea. Yo pensaba nada más que...

Pero Hermione le dio un codazo y señaló hacia el castillo. Harry movió la
cabeza unos centímetros para tener una visión más clara de la puerta central.
Dumbledore, Fudge, el anciano de la comisión y Macnair, el verdugo, bajaban
los escalones.


—¡Estamos a punto de salir! —dijo Hermione en voz baja.

Efectivamente, un momento después se abrió la puerta trasera de la
cabaña de Hagrid y Harry se vio a sí mismo con Ron y con Hermione saliendo
por ella con Hagrid. Sin duda era la situación más rara en que se había visto,
permanecer detrás del árbol y verse a sí mismo en el huerto de las calabazas.

—No temas, Buckbeak —dijo Hagrid—. No temas. —Se volvió hacia los
tres amigos—. Venga, marchaos.

—Hagrid, no podemos... Les diremos lo que de verdad sucedió.

—No pueden matarlo...

—¡Marchaos! Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además os
metierais en un lío.

Harry vio a Hermione echando la capa invisible sobre los tres en el huerto
de calabazas.

—Marchaos, rápido. No escuchéis.

Llamaron a la puerta principal de la cabaña de Hagrid. El grupo de la
ejecución había llegado. Hagrid dio media vuelta y se metió en la cabaña,
dejando entreabierta la puerta de atrás. Harry vio que la hierba se aplastaba a
trechos alrededor de la cabaña y oyó alejarse tres pares de pies. Él, Ron y
Hermione se habían marchado, pero el Harry y la Hermione que se ocultaban
entre los árboles podían ahora escuchar por la puerta trasera lo que sucedía
dentro de la cabaña.

—¿Dónde está la bestia? —preguntó la voz fría de Macnair.

—Fu... fuera contestó Hagrid.

Harry escondió la cabeza cuando Macnair apareció en la ventana de
Hagrid para mirar a Buckbeak. Luego oyó a Fudge.

—Tenemos que leer la sentencia, Hagrid. Lo haré rápido. Y luego tú y
Macnair tendréis que firmar. Macnair, tú también debes escuchar. Es el
procedimiento.

El rostro de Macnair desapareció de la ventana. Tendría que ser en ese
momento o nunca.

—Espera aquí —susurró Harry a Hermione—. Yo lo haré.

Mientras Fudge volvía a hablar; Harry salió disparado de detrás del árbol,
saltó la valla del huerto de calabazas y se acercó a Buckbeak.

—«La Comisión para las Criaturas Peligrosas ha decidido que el hipogrifo
Buckbeak, en adelante el condenado, sea ejecutado el día seis de junio a la
puesta del sol...»


Guardándose de parpadear; Harry volvió a mirar fijamente los feroces ojos
naranja de Buckbeak e inclinó la cabeza. Buckbeak dobló las escamosas
rodillas y volvió a enderezarse. Harry soltó la cuerda que ataba a Buckbeak a la
valla.

—«... sentenciado a muerte por decapitación, que será llevada a cabo por
el verdugo nombrado por la Comisión, Walden Macnair...»

—Vamos, Buckbeak —murmuró Harry—, ven, vamos a salvarte. Sin hacer
ruido, sin hacer ruido...

—«... por los abajo firmantes.» Firma aquí, Hagrid.

Harry tiró de la cuerda con todas sus fuerzas, pero Buckbeak había
clavado en el suelo las patas delanteras.

—Bueno, acabemos ya —dijo la voz atiplada del anciano de la Comisión
en el interior de la cabaña de Hagrid—. Hagrid, tal vez fuera mejor que te
quedaras aquí dentro.

—No, quiero estar con él... No quiero que esté solo.

Se oyeron pasos dentro de la cabaña.

—Muévete, Buckbeak —susurró Harry

Harry tiró de la cuerda con más fuerza. El hipogrifo echó a andar agitando
un poco las alas con talante irritado. Aún se hallaban a tres metros del bosque
y se les podía ver perfectamente desde la puerta trasera de la cabaña de
Hagrid.

—Un momento, Macnair; por favor —dijo la voz de Dumbledore—. Usted
también tiene que firmar. —Los pasos se detuvieron. Buckbeak dio un picotazo
al aire y anduvo algo más aprisa.

La cara pálida de Hermione asomaba por detrás de un árbol.

—¡Harry; date prisa! —dijo.

Harry aún oía la voz de Dumbledore en la cabaña. Dio otro tirón a la
cuerda. Buckbeak se puso a trotar a regañadientes. Llegaron a los árboles...

—¡Rápido, rápido! —gritó Hermione, saliendo como una flecha de detrás
del árbol, asiendo también la cuerda y tirando con Harry para que Buckbeak
avanzara más aprisa. Harry miró por encima del hombro. Ya estaban fuera del
alcance de las miradas. Desde allí no veían el huerto de Hagrid.

—¡Para! —le dijo a Hermione—. Podrían oírnos.

La puerta trasera de la cabaña de Hagrid se había abierto de golpe. Harry
Hermione y Buckbeak se quedaron inmóviles. Incluso el hipogrifo parecía
escuchar con atención.


Silencio. Luego...

—¿Dónde está? —dijo la voz atiplada del anciano de la comisión—.
¿Dónde está la bestia?

—¡Estaba atada aquí! —dijo con furia el verdugo—. Yo la vi. ¡Exactamente
aquí!

—¡Qué extraordinario! —dijo Dumbledore. Había en su voz un dejo de
desenfado.

—¡Buckbeak! —exclamó Hagrid con voz ronca.

Se oyó un sonido silbante y a continuación el golpe de un hacha. El
verdugo, furioso, la había lanzado contra la valla. Luego se oyó el aullido y en
esta ocasión pudieron oír también las palabras de Hagrid entre sollozos:

—¡Se ha ido!, ¡se ha ido! Alabado sea, ¡ha escapado! Debe de haberse
soltado solo. Buckbeak, qué listo eres.

Buckbeak empezó a tirar de la cuerda, deseoso de volver con Hagrid.
Harry y Hermione la sujetaron con más fuerza, hundiendo los talones en tierra.

—¡Lo han soltado! —gruñía el verdugo—. Deberíamos rastrear los terrenos
y el bosque.

—Macnair; si alguien ha cogido realmente a Buckbeak, ¿crees que se lo
habrá llevado a pie? —le preguntó Dumbledore, que seguía hablando con
desenfado—. Rastrea el cielo, si quieres... Hagrid, no me iría mal un té. O una
buena copa de brandy.

—Por... por supuesto, profesor —dijo Hagrid, al que la alegría parecía
haber dejado flojo—. Entre, entre...

Harry y Hermione escuchaban con atención: oyeron pasos, la leve
maldición del verdugo, el golpe de la puerta y de nuevo el silencio.

—¿Y ahora qué? —susurró Harry, mirando a su alrededor.

—Tendremos que quedarnos aquí escondidos —dijo Hermione con
miedo—. Tenemos que esperar a que vuelvan al castillo. Luego aguardaremos
a que pase el peligro y nos acercaremos a la ventana de Sirius volando con
Buckbeak. No volverá por allí hasta dentro de dos horas... Esto va a resultar
difícil...

Miró por encima del hombro, a la espesura del bosque. El sol se ponía en
aquel momento.

—Habrá que moverse —dijo Harry, pensando—. Tenemos que ir donde
podam os ver el sauce boxeador o no nos enteraremos de lo que ocurre.

—De acuerdo —dijo Hermione, sujetando la cuerda de Buckbeak aún más


firme—. Pero hemos de seguir ocultos, Harry, recuérdalo.

Se movieron por el borde del bosque, mientras caía la noche, hasta
ocultarse tras un grupo de árboles entre los cuales podían distinguir el sauce.

—¡Ahí está Ron! —dijo Harry de repente.

Una figura oscura corría por el césped y el aire silencioso de la noche les
transmitió el eco de su grito.

—Aléjate de él..., aléjate... Scabbers, ven aquí...

Y entonces vieron a otras dos figuras que salían de la nada. Harry se vio a
sí mismo y a Hermione siguiendo a Ron. Luego vio a Ron lanzándose en
picado.

—¡Te he atrapado! Vete, gato asqueroso.

—¡Ahí está Sirius! —dijo Harry. El perrazo había surgido de las raíces del
sauce. Lo vieron derribar a Harry y sujetar a Ron—. Desde aquí parece incluso
más horrible, ¿verdad? —añadió mientras el perro arrastraba a Ron hasta
meterlo entre las raíces—. ¡Eh, mira! El árbol acaba de pegarme. Y también a
ti. ¡Qué situación más rara!

El sauce boxeador crujía y largaba puñetazos con sus ramas más bajas.
Podían verse a sí mismos corriendo de un lado para otro en su intento de
alcanzar el tronco. Y de repente el árbol se quedó quieto.

—Crookshanks ya ha apretado el nudo —explicó Hermione.

—Allá vamos... —murmuró Harry—. Ya hemos entrado.

En cuanto desaparecieron, el árbol volvió a agitarse. Unos segundos
después, oyeron pasos cercanos. Dumbledore, Macnair, Fudge y el anciano de
la Comisión se dirigían al castillo.

—¡En cuanto bajamos por el pasadizo! —dijo Hermione—. ¡Ojalá
Dumbledore hubiera venido con nosotros...!

—Macnair y Fudge habrían venido también —dijo Harry con tristeza—. Te
apuesto lo que quieras a que Fudge habría ordenado a Macnair que matara a
Sirius allí mismo.

Vieron a los cuatro hombres subir por la escalera de entrada del castillo y
perderse de vista. Durante unos minutos el lugar quedó vacío. Luego...

—¡Aquí viene Lupin! —dijo Harry al ver a otra persona que bajaba la
escalera y se dirigía corriendo hacia el sauce. Harry miró al cielo. Las nubes
ocultaban la luna.

Vieron que Lupin cogía del suelo una rama rota y apretaba con ella el nudo
del tronco. El árbol dejó de dar golpes y también Lupin desapareció por el


hueco que había entre las raíces.

—¡Ojalá hubiera cogido la capa! —dijo Harry—. Está ahí... —Se volvió a
Hermione—. Si saliera ahora corriendo y me la llevara, no la podría coger
Snape.

—¡Harry, no nos deben ver!

—¿Cómo puedes soportarlo? —le preguntó a Hermione con irritación—.
¿Estar aquí y ver lo que sucede sin hacer nada? —Dudó—. ¡Voy a coger la
capa!

—¡Harry, no!

Hermione sujetó a Harry a tiempo por la parte trasera de la túnica. En ese
momento oyeron cantar a alguien. Era Hagrid, que se dirigía hacia el castillo,
cantando a voz en grito y oscilando ligeramente al caminar. Llevaba una botella
grande en la mano.

—¿Lo ves? —susurró Hermione—. ¿Ves lo que habría ocurrido?
¡Tenemos que estar donde nadie nos pueda ver! ¡No, Buckbeak!

El hipogrifo hacia intentos desesperados por ir hacia Hagrid. Harry aferró
también la cuerda para sujetar a Buckbeak. Observaron a Hagrid, que iba
haciendo eses hacia el castillo. Desapareció. Buckbeak cejó en sus intentos de
escapar. Abatió la cabeza con tristeza.

Apenas dos minutos después las puertas del castillo volvieron a abrirse y
Snape apareció corriendo hacia el sauce, en pos de ellos.

Harry cerró fuertemente los puños al ver que Snape se detenía cerca del
árbol, mirando a su alrededor. Cogió la capa y la sostuvo en alto.

—Aparta de ella tus asquerosas manos —murmuró Harry entre dientes.

—¡Chist!

Snape cogió la rama que había usado Lupin para inmovilizar el árbol,
apretó el nudo con ella y, cubriéndose con la capa, se perdió de vista.

—Ya está —dijo Hermione en voz baja—. Ahora ya estamos todos dentro.
Y ahora sólo tenemos que esperar a que volvamos a salir...

Cogió el extremo de la cuerda de Buckbeak y lo amarró firmemente al árbol
más cercano. Luego se sentó en el suelo seco, rodeándose las rodillas con los
brazos.

—Harry, hay algo que no comprendo... ¿Por qué no atraparon a Sirius los
dementores? Recuerdo que se aproximaban a él antes de que yo me
desmayara.

Harry se sentó también. Explicó lo que había visto. Cómo, en el momento


en que el dementor más cercano acercaba la boca a Sirius, algo grande y
plateado llegó galopando por el lago y ahuyentó a los dementores.

Cuando terminó Harry de explicarlo, Hermione tenía la boca abierta.

—Pero ¿qué era?

—Sólo hay una cosa que puede hacer retroceder a los dementores —dijo
Harry—. Un verdadero patronus, un patronus poderoso.

—Pero ¿quién lo hizo aparecer?

Harry no dijo nada. Volvió a pensar en la persona que había visto en la otra
orilla del lago. Imaginaba quién podía ser... Pero ¿cómo era posible?

—¿No viste qué aspecto tenía? —preguntó Hermione con impaciencia—.
¿Era uno de los profesores?

—No.

—Pero tuvo que ser un brujo muy poderoso para alejar a todos los
dementores... Si el patronus brillaba tanto, ¿no lo iluminó? ¿No pudiste ver...?

—Sí que lo vi —dijo Harry pensativo—. Aunque tal vez lo imaginase. No
pensaba con claridad. Me desmayé inmediatamente después...

—¿Quién te pareció que era?

—Me pareció —Harry tragó saliva, consciente de lo raro que iba a sonar
aquello—, me pareció mi padre.

Miró a Hermione y vio que estaba con la boca abierta. La muchacha lo

miraba con una mezcla de inquietud y pena.

—Harry, tu padre está..., bueno..., está muerto —dijo en voz baja.

—Lo sé —dijo Harry rápidamente.

—¿Crees que era su fantasma?

—No lo sé. No... Parecía sólido.

—Pero entonces...

—Quizá tuviera alucinaciones —dijo Harry—. Pero a juzgar por lo que vi,
se parecía a él. Tengo fotos suyas... —Hermione seguía mirándolo como
preocupada por su salud mental—. Sé que parece una locura —añadió Harry
con determinación. Se volvió para echar un vistazo a Buckbeak, que metía el
pico en la tierra, buscando lombrices. Pero no miraba realmente al hipogrifo.

Pensaba en su padre y en sus tres amigos de toda la vida. Lunático,
Colagusano, Canuto y Cornamenta... ¿No habrían estado aquella noche los
cuatro en los terrenos del castillo? Colagusano había vuelto a aparecer aquella


noche, cuando todo el mundo pensaba que estaba muerto. ¿Era im posible que
su padre hubiera hecho lo mismo? ¿Había visto visiones en el lago? La figura
había estado demasiado lejos para distinguirla bien, y sin embargo, antes de
perder el sentido, había estado seguro de lo que veía.

Las hojas de los árboles susurraban movidas por la brisa. La luna aparecía
y desaparecía tras las nubes. Hermione se sentó de cara al sauce, esperando.

Y entonces, después de una hora...

—¡Ya salen! —exclamó Hermione. Se pusieron en pie. Buckbeak levantó la
cabeza. Vieron a Lupin, Ron y Pettigrew saliendo con dificultad del agujero de
las raíces. Luego salió Hermione. Luego Snape, inconsciente, flotando. A continuación
iban Harry y Black. Todos echaron a andar hacia el castillo. El
corazón de Harry comenzaba a latir muy fuerte. Levantó la vista al cielo. De un
momento a otro pasaría la nube y la luna quedaría al descubierto...

—Harry —musitó Hermione, como si adivinara lo que pensaba él—,
tenemos que quedarnos aquí. No nos deben ver. No podemos hacer nada.

—¿Y vamos a consentir que Pettigrew vuelva a escaparse? —dijo Harry en
voz baja.

—¿Y cómo esperas encontrar una rata en la oscuridad? —le atajó
Hermione—. No podemos hacer nada. Si hemos regresado es sólo para ayudar
a Sirius. ¡No debes hacer nada más!

—Está bien.

La luna salió de detrás de la nube. Vieron las pequeñas siluetas detenerse
en medio del césped. Luego las vieron moverse.

—¡Mira a Lupin! —susurró Hermione—. Se está transformando.

—¡Hermione! —dijo Harry de repente—. ¡Tenemos que hacer algo!

—No podemos. Te lo estoy diciendo todo el tiempo.

—¡No hablo de intervenir! ¡Es que Lupin se va a adentrar en el bosque y
vendrá hacia aquí!

Hermione ahogó un grito.

—¡Rápido! —gimió, apresurándose a desatar a Buckbeak—. ¡Rápido!
¿Dónde vamos? ¿Dónde nos ocultamos? ¡Los dementores llegarán de un
momento a otro!

—¡Volvamos a la cabaña de Hagrid! —dijo Harry—. Ahora está vacía.
¡Vamos!

Corrieron todo lo aprisa que pudieron. Buckbeak iba detrás de ellos a
medio galope. Oyeron aullar al hombre lobo a sus espaldas.


Vieron la cabaña. Harry derrapó al llegar a la puerta. La abrió de un tirón y
dejó pasar a Hermione y a Buckbeak, que entraron como un rayo. Harry entró
detrás de ellos y echó el cerrojo. Fang, el perro jabalinero, ladró muy fuerte.

—¡Silencio, Fang, somos nosotros! —dijo Hermione, avanzando
rápidamente hacia él y acariciándole las orejas para que callara—. ¡Nos hemos
salvado por poco! —dijo a Harry.

—Sí...

Harry miró por la ventana. Desde allí era mucho más difícil ver lo que
ocurría. Buckbeak parecía muy contento de volver a casa de Hagrid. Se echó
delante del fuego, plegó las alas con satisfacción y se dispuso a echar un buen
sueñecito.

—Será mejor que salga —dijo Harry pensativo—. Desde aquí no veo lo
que ocurre. No sabremos cuándo llega el momento. —Hermione levantó los
ojos para mirarlo. Tenía expresión de recelo—. No voy a intervenir —añadió
Harry de inmediato—. Pero si no vemos lo que ocurre, ¿cómo sabremos cuál
es el momento de rescatar a Sirius?

—Bueno, de acuerdo. Aguardaré aquí con Buckbeak... Pero ten cuidado,
Harry. Ahí fuera hay un licántropo y multitud de dementores.

Harry salió y bordeó la cabaña. Oyó gritos distantes. Aquello quería decir
que los dementores se acercaban a Sirius... El otro Harry y la otra Hermione
irían hacia él en cualquier momento...

Miró hacia el lago, con el corazón redoblando como un tambor.
Quienquiera que hubiese enviado al patronus, haría aparición enseguida.

Durante una fracción de segundo se quedó ante la puerta de la cabaña de
Hagrid sin saber qué hacer. «No deben verte.» Pero no quería que lo vieran,
quería ver él. Tenía que enterarse...

Ya estaban allí los dementores. Surgían de la oscuridad, llegaban de todas
partes. Se deslizaban por las orillas del lago. Se alejaban de Harry hacia la
orilla opuesta... No tendría que acercarse a ellos.

Echó a correr. No pensaba más que en su padre... Si era él, si era él
realmente, tenía que saberlo, tenía que averiguarlo.

Cada vez estaba más cerca del lago, pero no se veía a nadie. En la orilla
opuesta veía leves destellos de plata: eran sus propios intentos de conseguir
un patronus.

Había un arbusto en la misma orilla del agua. Harry se agachó detrás de él
y miró por entre las hojas. En la otra orilla los destellos de plata se extinguieron
de repente. Sintió emoción y terror: faltaba muy poco.

—¡Vamos! —murmuró, mirando a su alrededor—. ¿Dónde estás? Vamos,
papá.


Pero nadie acudió. Harry levantó la cabeza para mirar el círculo de los
dementores del otro lado del lago. Uno de ellos se bajaba la capucha. Era el
momento de que apareciera el salvador. Pero no veía a nadie.

Y entonces lo comprendió. No había visto a su padre, se había visto a sí
mismo.

Harry salió de detrás del arbusto y sacó la varita.

—¡EXPECTO PATRONUM! —exclamó.

Y de la punta de su varita surgió, no una nube informe, sino un animal
plateado, deslumbrante y cegador. Frunció el entrecejo tratando de distinguir lo
que era. Parecía un caballo. Galopaba en silencio, alejándose de él por la
superficie negra del lago. Lo vio bajar la cabeza y cargar contra los
dementores... En ese momento galopaba en torno a las formas negras que
estaban tendidas en el suelo, y los dementores retrocedían, se dispersaban y
huían en la oscuridad. Y se fueron.

El patronus dio media vuelta. Volvía hacia Harry a medio galope, cruzando
la calma superficie del agua. No era un caballo. Tampoco un unicornio. Era un
ciervo. Brillaba tanto como la luna... Regresaba hacia él.

Se detuvo en la orilla. Sus pezuñas no dejaban huellas en la orilla. Miraba
a Harry con sus ojos grandes y plateados. Lentamente reclinó la cornamenta. Y
Harry comprendió:

—Cornamenta —susurró.

Pero se desvaneció cuando alargó hacia él las temblorosas yemas de sus
dedos.

Harry se quedó así, con la mano extendida. Luego, con un vuelco del
corazón, oyó tras él un ruido de cascos. Se dio la vuelta y vio a Hermione, que
se acercaba a toda prisa, tirando de Buckbeak.

—¿Qué has hecho? —dijo enfadada—. Dijiste que no intervendrías.

—Sólo he salvado nuestra vida... Ven aquí, detrás de este arbusto: te lo
explicaré.

Hermione escuchó con la boca abierta el relato de lo ocurrido.

—¿Te ha visto alguien?

—Sí. ¿No me has oído? ¡Me vi a mí mismo, pero creí que era mi padre!

—No puedo creerlo... ¡Hiciste aparecer un patronus capaz de ahuyentar a
todos los dementores! ¡Eso es magia avanzadísima!

—Sabía que lo podía hacer —dijo Harry—, porque ya lo había hecho...
¿No es absurdo?


—No lo sé... ¡Harry, mira a Snape!

Observaron la otra orilla desde ambos lados del arbusto. Snape había
recuperado el conocimiento. Estaba haciendo aparecer por arte de magia unas
camillas y subía a ellas los cuerpos inconscientes de Harry, Hermione y Black.
Una cuarta camilla, que sin duda llevaba a Ron, flotaba ya a su lado. Luego,
apuntándolos con la varita, los llevó hacia el castillo.

—Bueno, ya es casi el momento —dijo Hermione, nerviosa, mirando el
reloj—. Disponemos de unos 45 minutos antes de que Dumbledore cierre con
llave la puerta de la enfermería. Tenemos que rescatar a Sirius y volver a la
enfermería antes de que nadie note nuestra ausencia.

Aguardaron. Veían reflejarse en el lago el movimiento de las nubes. La
brisa susurraba entre las hojas del arbusto que tenían al lado. Aburrido,
Buckbeak había vuelto a buscar lombrices en la tierra.

—¿Crees que ya estará allí arriba? —preguntó Harry, consultando la hora.
Levantó la mirada hacia el castillo y empezó a contar las ventanas de la
derecha de la torre oeste.

—¡Mira! —susurró Hermione—. ¿Quién es? ¡Alguien vuelve a salir del
castillo!

Harry miró en la oscuridad. El hombre se apresuraba por los terrenos del
colegio hacia una de las entradas. Algo brillaba en su cinturón.

—¡Macnair! —dijo Harry—. ¡El verdugo! ¡Va a buscar a los dementores!

Hermione puso las manos en el lomo de Buckbeak y Harry la ayudó a
montar. Luego apoyó el pie en una rama baja del arbusto y montó delante de
ella. Pasó la cuerda por el cuello de Buckbeak y la ató también al otro lado,
como unas riendas.

—¿Preparada? —susurró a Hermione—. Será mejor que te sujetes a mí.

Espoleó a Buckbeak con los talones.

Buckbeak emprendió el vuelo hacia el oscuro cielo. Harry le presionó los
costados con las rodillas y notó que levantaba las alas. Hermione se sujetaba
con fuerza a la cintura de Harry, que la oía murmurar:

—Ay, ay, qué poco me gusta esto, ay, ay, qué poco me gusta.

Planeaban silenciosamente hacia los pisos más altos del castillo. Harry tiró
de la rienda de la izquierda y Buckbeak viró. Harry trataba de contar las
ventanas que pasaban como relámpagos.

—¡Sooo! —dijo, tirando de las riendas todo lo que pudo.

Buckbeak redujo la velocidad y se detuvieron. Pasando por alto el hecho
de que subían y bajaban casi un metro cada vez que Buckbeak batía las alas,


podía decirse que estaban inm óviles.

—¡Ahí está! —dijo Harry, localizando a Sirius mientras ascendían junto a la
ventana. Sacó la mano y en el momento en que Buckbeak bajaba las alas,
golpeó en el cristal.

Black levantó la mirada. Harry vio que se quedaba boquiabierto. Saltó de la
silla, fue aprisa hacia la ventana y trató de abrirla, pero estaba cerrada con
llave.

—¡Échate hacia atrás! —le gritó Hermione, y sacó su varita, sin dejar de
sujetarse con la mano izquierda a la túnica de Harry.

—¡Alohomora!

La ventana se abrió de golpe.

—¿Cómo... cómo... ? —preguntó Black casi sin voz, mirando al hipogrifo.

—Monta, no hay mucho tiempo —dijo Harry, abrazándose al cuello liso y
brillante de Buckbeak, para impedir que se moviera—. Tienes que huir, los
dementores están a punto de llegar. Macnair ha ido a buscarlos.

Black se sujetó al marco de la ventana y asomó la cabeza y los hombros.
Fue una suerte que estuviera tan delgado. En unos segundos pasó una pierna
por el lomo de Buckbeak y montó detrás de Hermione.

—¡Arriba, Buckbeak! —dijo Harry, sacudiendo las riendas—. Arriba, a la
torre. ¡Vamos!

El hipogrifo batió las alas y volvió a emprender el vuelo. Navegaron a la
altura del techo de la torre oeste. Buckbeak aterrizó tras las almenas con
mucho alboroto, y Harry y Hermione se bajaron inmediatamente.

—Será mejor que escapes rápido, Sirius —dijo Harry jadeando—. No
tardarán en llegar al despacho de Flitwick. Descubrirán tu huida.

Buckbeak dio una coz en el suelo, sacudiendo la afilada cabeza.

—¿Qué le ocurrió al otro chico? A Ron —preguntó Sirius.

—Se pondrá bien. Está todavía inconsciente, pero la señora Pomfrey dice

que se curará. ¡Rápido, vete!

Pero Black seguía mirando a Harry.

—¿Cómo te lo puedo agradecer?

—¡VETE! —gritaron a un tiempo Harry y Hermione.

Black dio la vuelta a Buckbeak, orientándolo hacia el cielo abierto.

—¡Nos volveremos a ver! —dijo—. ¡Verdaderamente, Harry, te pareces a


tu padre!

Presionó los flancos de Buckbeak con los talones. Harry y Hermione se
echaron atrás cuando las enormes alas volvieron a batir. El hipogrifo emprendió
el vuelo... Animal y jinete empequeñecieron conforme Harry los miraba...
Luego, una nube pasó ante la luna... y se perdieron de vista.

Capitulo 20. El Beso del dementor

Harry no había formado nunca parte de un grupo tan extraño. Crookshanks
bajaba las escaleras en cabeza de la comitiva. Lupin, Pettigrew y Ron lo
seguían, como si participaran en una carrera. Detrás iba el profesor Snape,
flotando de manera fantasmal, tocando cada peldaño con los dedos de los pies
y sostenido en el aire por su propia varita, con la que Sirius le apuntaba. Harry
y Hermione cerraban la marcha.

Fue difícil volver a entrar en el túnel. Lupin, Pettigrew y Ron tuvieron que
ladearse para conseguirlo.

Lupin seguía apuntando a Pettigrew con su varita. Harry los veía avanzar
de lado, poco a poco, en hilera. Crookshanks seguía en cabeza. Harry iba


inmediatamente detrás de Sirius, que continuaba dirigiendo a Snape con la
varita. Éste, de vez en cuando, se golpeaba la cabeza en el techo, y Harry tuvo
la impresión de que Sirius no hacía nada por evitarlo.

—¿Sabes lo que significa entregar a Pettigrew? —le dijo Sirius a Harry
bruscamente, mientras avanzaban por el túnel.

—Que tú quedarás libre —respondió Harry

—Sí... —dijo Sirius—. No sé si te lo ha dicho alguien, pero yo también soy
tu padrino.

—Sí, ya lo sabía —respondió Harry

—Bueno, tus padres me nombraron tutor tuyo —dijo Sirius
solemnemente—, por si les sucedía algo a ellos... —Harry esperó. ¿Quería
decir Sirius lo que él se imaginaba?— Por supuesto —prosiguió Black—,
comprendo que prefieras seguir con tus tíos. Pero... medítalo. Cuando mi
nombre quede limpio... si quisieras cambiar de casa...

A Harry se le encogió el estómago.

—¿Qué? ¿Vivir contigo? —preguntó, golpeándose accidentalmente la
cabeza contra una piedra que sobresalía del techo—. ¿Abandonar a los
Dursley?

—Claro, ya me imaginaba que no querrías —dijo inmediatamente Sirius—.
Lo comprendo. Sólo pensaba que...

—Pero ¿qué dices? —exclamó Harry; con voz tan chirriante como la de
Sirius—. ¡Por supuesto que quiero abandonar a los Dursley! ¿Tienes casa?
¿Cuándo me puedo mudar?

Sirius se volvió hacia él. La cabeza de Snape rascó el techo, pero a Sirius
no le importó.

—¿Quieres? ¿Lo dices en serio?

—¡Sí, muy en serio!

En el rostro demacrado de Sirius se dibujó la primera sonrisa auténtica que
Harry había visto en él. La diferencia era asombrosa, como si una persona diez
años más joven se perfilase bajo la máscara del consumido. Durante un momento
se pudo reconocer en él al hombre que sonreía en la boda de los padres
de Harry.

No volvieron a hablar hasta que llegaron al final del túnel. Crookshanks
salió el primero, disparado. Evidentemente había apretado con la zarpa el nudo
del tronco, porque Lupin, Pettigrew y Ron salieron sin que se produjera ningún

rumor de ramas enfurecidas.

Sirius hizo salir a Snape por el agujero y luego se detuvo para ceder el


paso a Harry y a Hermione. No quedó nadie dentro. Los terrenos estaban muy
oscuros. La única luz venía de las ventanas distantes del castillo. Sin decir una
palabra, emprendieron el camino. Pettigrew seguía jadeando y gimiendo de vez
en cuando. A Harry le zumbaba la cabeza. Iba a dejar a los Dursley, iría a vivir
con Sirius Black, el mejor amigo de sus padres... Estaba aturdido. ¡Cuando
dijera a los Dursley que se iba a vivir con el presidiario que habían visto en la
tele...!

—Un paso en falso, Peter; y... —dijo Lupin delante de ellos, amenazador;
apuntando con la varita al pecho de Pettigrew.

Atravesaron los terrenos del colegio en silencio, con pesadez. Las luces
del castillo se dilataban poco a poco. Snape seguía inconsciente,
fantasmalmente transportado por Sirius, la barbilla rebotándole en el pecho. Y
entonces...

Una nube se desplazó. De repente, aparecieron en el suelo unas sombras
oscuras. La luz de la luna caía sobre el grupo.

Snape tropezó con Lupin, Pettigrew y Ron, que se habían detenido de
repente. Sirius se quedó inmóvil. Con un brazo indicó a Harry y a Hermione que
no avanzaran.

Harry vio la silueta de Lupin. Se puso rígido y empezó a temblar.

—¡Dios mío! —dijo Hermione con voz entrecortada—. ¡No se ha tomado la
poción esta noche! ¡Es peligroso!

—Corred —gritó Sirius—. ¡Corred! ¡Ya!

Pero Harry no podía correr. Ron estaba encadenado a Pettigrew y a Lupin.
Saltó hacia delante, pero Sirius lo agarró por el pecho y lo echó hacia atrás.

—Dejádmelo a mí. ¡CORRED!

Oyeron un terrible gruñido. La cabeza de Lupin se alargaba, igual que su
cuerpo. Los hombros le sobresalían. El pelo le brotaba en el rostro y las manos,
que se retorcían hasta convertirse en garras. A Crookshanks se le volvió a
erizar el pelo. Retrocedió.

Mientras el licántropo retrocedía, abriendo y cerrando las fauces, Sirius
desapareció del lado de Harry. Se había transformado. El perro grande como
un oso saltó hacia delante. Cuando el licántropo se liberó de las esposas que lo
sujetaban, el perro lo atrapó por el cuello y lo arrastró hacia atrás, alejándolo de
Ron y de Pettigrew. Estaban enzarzados, mandíbula con mandíbula,
rasgándose el uno al otro con las zarpas.

Harry se quedó como hipnotizado. Estaba demasiado atento a la batalla
para darse cuenta de nada más. Fue el grito de Hermione lo que lo alertó.

Pettigrew había saltado para coger la varita caída de Lupin. Ron, inestable
a causa de la pierna vendada, se desplomó en el suelo. Se oyó un estallido, se


vio un relámpago y Ron quedó inmóvil en tierra. Otro estallido: Crookshanks
saltó por el aire y volvió a caer al suelo.

—¡Expeliarmo! —exclamó Harry, apuntando a Pettigrew con su varita. La
varita de Lupin salió volando y se perdió de vista—. ¡Quédate donde estás! —
gritó Harry mientras corría.

Demasiado tarde. Pettigrew también se había transformado. Harry vio su
cola pelona azotar el antebrazo de Ron a través de las esposas, y lo oyó huir a
toda prisa por la hierba. Oyeron un aullido y un gruñido sordo. Al volverse,
Harry vio al hombre lobo adentrándose en el bosque a la carrera.

—Sirius, ha escapado. ¡Pettigrew se ha transformado! —gritó Harry.

Sirius sangraba. Tenía heridas en el hocico y en la espalda, pero al oír las
palabras de Harry volvió a salir velozmente y al cabo de un instante el rumor de
sus patas se perdió.

Harry y Hermione se acercaron aprisa a Ron.

—¿Qué le ha hecho? —preguntó Hermione.

Ron tenía los ojos entornados, la boca abierta. Estaba vivo. Oían su

respiración. Pero no parecía reconocerlos.

—No sé.

Harry miró desesperado a su alrededor. Black y Lupin habían
desaparecido... No había nadie cerca salvo Snape, que seguía flotando en el
aire, inconsciente.

—Será mejor que los llevemos al castillo y se lo digamos a alguien —dijo
Harry, apartándose el pelo de los ojos y tratando de pensar—. Vamos...

Oyeron un aullido que venía de la oscuridad: un perro dolorido.

—Sirius —murmuró Harry, mirando hacia la negrura.

Tuvo un momento de indecisión, pero no podían hacer nada por Ron en

aquel momento, y a juzgar por sus gemidos, Black se hallaba en apuros.

Harry echó a correr; seguido por Hermione. El aullido parecía proceder de
los alrededores del lago. Corrieron en aquella dirección y Harry notó un frío
intenso sin darse cuenta de lo que podía suponer.

El aullido se detuvo. Al llegar al lago vieron por qué: Sirius había vuelto a
transformarse en hombre. Estaba en cuclillas, con las manos en la cabeza.

—¡Noooo! —gemía—. ¡Noooooo, por favor!

Y entonces los vio Harry. Eran los dementores. Al menos cien, y se
acercaban a ellos como una masa negra. Se dio la vuelta. Aquel frío ya


conocido penetró en su interior y la niebla empezó a oscurecerle la visión. Por
cada lado surgían de la oscuridad más y más dementores. Los estaban
rodeando...

—¡Hermione, piensa en algo alegre! —gritó Harry levantando la varita y
parpadeando con rapidez para aclararse la visión, sacudiendo la cabeza para
alejar el débil grito que había empezado a oír por dentro...

«Voy a vivir con mi padrino. Voy a dejar a los Dursley.»

Se obligó a no pensar más que en Sirius y comenzó a repetir a gritos:

—¡Expecto patronum! ¡Expecto patronum!

Black se estremeció. Rodó por el suelo y se quedó inmóvil, pálido como la
muerte.

«Todo saldrá bien. Me iré a vivir con él.»

—¡Expecto patronum! ¡Ayúdame, Hermione! ¡Expecto patronum!

—¡Expecto...! —susurró Hermione—. ¡Expecto... expecto!

Pero no era capaz. Los dementores se aproximaban y ya estaban a tres
metros escasos de ellos. Formaban una sólida barrera en torno a Harry y
Hermione, y seguían acercándose...

—¡EXPECTO PATRONUM! —gritó Harry, intentando rechazar los gritos de
sus oídos—. ¡EXPECTO PATRONUM!

Un delgado hilo de plata salió de su varita y bailoteó delante de él, como si
fuera niebla. En ese instante, Harry notó que Hermione se desmayaba a su
lado. Estaba solo, completamente solo...

—¡Expecto...! ¡Expecto patronum!

Harry sintió que sus rodillas golpeaban la hierba fría. La niebla le nublaba
los ojos. Haciendo un enorme esfuerzo, intentó recordar. Sirius era inocente,
inocente... «Todo saldrá bien. Voy a vivir con él.»

—¡Expecto patronum! —dijo entrecortadamente.

A la débil luz de su informe patronus, vio detenerse un dementor muy cerca
de él. No podía atravesar la niebla plateada que Harry había hecho aparecer,
pero sacaba por debajo de la capa una mano viscosa y pútrida. Hizo un
ademán como para apartar al patronus.

—¡No... no! —exclamó Harry entrecortadamente—. Es inocente. ¡Expecto
patronum!

Sentía sus miradas y oía su ruidosa respiración como un viento
demoníaco. El dementor más cercano parecía haberse fijado en él. Levantó


sus dos manos putrefactas y se bajó la capucha.

En el lugar de los ojos había una membrana escamosa y gris que se
extendía por las cuencas. Pero tenía boca: un agujero informe que aspiraba el
aire con un estertor de muerte.

Un terror de muerte se apoderó de Harry, impidiéndole moverse y hablar.
Su patronus tembló y desapareció. La niebla blanca lo cegaba. Tenía que
luchar... Expecto patronum... No podía ver..., a lo lejos oyó un grito conocido...,
expecto patronum... Palpó en la niebla en busca de Sirius y encontró su brazo.
No se lo llevarían...

Pero, de repente, un par de manos fuertes y frías rodearon el cuello de
Harry. Lo obligaron a levantar el rostro. Sintió su aliento..., iban a eliminarlo
primero a él... Sintió su aliento corrupto..., su madre le gritaba en los oídos...,
sería lo último que oyera en la vida.

Y entonces, a través de la niebla que lo ahogaba, le pareció ver una luz
plateada que adquiría brillo. Se sintió caer de bruces en la hierba.

Boca abajo, demasiado débil para moverse, sintiéndose mal y temblando,
Harry abrió los ojos. Una luz cegadora iluminaba la hierba... Habían cesado los
gritos, el frío se iba...

Algo hacía retroceder a los dementores... algo que daba vueltas en torno a
él, a Sirius y a Hermione. Los estertores dejaban de oírse. Se iban. Volvía a
hacer calor.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Harry levantó la cabeza unos
centímetros y vio entre la luz a un animal que galopaba por el lago. Con la
visión empañada por el sudor, Harry trató de distinguir de qué se trataba. Era
brillante como un unicornio. Haciendo un esfuerzo por conservar el sentido,
Harry lo vio detenerse al llegar a la otra orilla. Durante un instante vio también,
junto al brillo, a alguien que daba la bienvenida al animal y levantaba la mano
para acariciarlo. Alguien que le resultaba familiar. Pero no podía ser...

Harry no lo entendía. No podía pensar en nada. Sus últimas fuerzas lo
abandonaron y al desmayarse dio con la cabeza en el suelo.

Capitulo 19. El vasallo de Lord Voldermort

Hermione dio un grito. Black se puso en pie de un salto. Harry saltó también
como si hubiera recibido una descarga eléctrica.

—He encontrado esto al pie del sauce boxeador —dijo Snape, arrojando la
capa a un lado y sin dejar de apuntar al pecho de Lupin con la varita—. Muchas
gracias, Potter, me ha sido muy útil.

Snape estaba casi sin aliento, pero su cara rebosaba sensación de triunfo.

—Tal vez os preguntéis cómo he sabido que estabais aquí —dijo con los
ojos relampagueantes—. Acabo de ir a tu despacho, Lupin. Te olvidaste de
tomar la poción esta noche, así que te llevé una copa llena. Fue una suerte. En
tu mesa había cierto mapa. Me bastó un vistazo para saber todo lo que
necesitaba. Te vi correr por el pasadizo.

—Severus... —comenzó Lupin, pero Snape no lo oyó.

—Le he dicho una y otra vez al director que ayudabas a tu viejo amigo
Black a entrar en el castillo, Lupin. Y aquí está la prueba. Ni siquiera se me
ocurrió que tuvierais el valor de utilizar este lugar como escondrijo.


—Te equivocas, Severus —dijo Lupin, hablando aprisa—. No lo has oído
todo. Puedo explicarlo. Sirius no ha venido a matar a Harry.

—Dos más para Azkaban esta noche —dijo Snape, con los ojos llenos de
odio—. Me encantará saber cómo se lo toma Dumbledore. Estaba convencido
de que eras inofensivo, ¿sabes, Lupin? Un licántropo domesticado...

—Idiota —dijo Lupin en voz baja—. ¿Vale la pena volver a meter en
Azkaban a un hombre inocente por una pelea de colegiales?

¡PUM!

Del final de la varita de Snape surgieron unas cuerdas delgadas,
semejantes a serpientes, que se enroscaron alrededor de la boca, las muñecas
y los tobillos de Lupin. Este perdió el equilibrio y cayó al suelo, incapaz de
moverse. Con un rugido de rabia, Black se abalanzó sobre Snape, pero Snape
apuntó directamente a sus ojos con la varita.

—Dame un motivo —susurró—. Dame un motivo para hacerlo y te juro que
lo haré.

Black se detuvo en seco. Era imposible decir qué rostro irradiaba más odio.
Harry se quedó paralizado, sin saber qué hacer ni a quién creer. Dirigió una
mirada a Ron y a Hermione. Ron parecía tan confundido como él, intentando
todavía retener a Scabbers. Hermione, sin embargo, dio hacia Snape un paso
vacilante y dijo casi sin aliento:

—Profesor Snape, no... no perdería nada oyendo lo que tienen que decir;
¿no cree?

—Señorita Granger; me temo que vas a ser expulsada del colegio —dijo
Snape—. Tú, Potter y Weasley os encontráis en un lugar prohibido, en
compañía de un asesino escapado y de un licántropo. Y ahora te ruego que,
por una vez en tu vida, cierres la boca.

—Pero si... si fuera todo una confusión...

—¡CALLATE, IMBÉCIL! —gritó de repente Snape, descompuesto—. ¡NO
HABLES DE LO QUE NO COMPRENDES! —Del final de su varita, que seguía
apuntando a la cara de Black, salieron algunas chispas. Hermione guardó
silencio, mientras Snape proseguía—. La venganza es muy dulce —le dijo a
Black en voz baja—. ¡Habría dado un brazo por ser yo quien te capturara!

—Eres tú quien no comprende, Severus —gruñó Black—. Mientras este
muchacho meta su rata en el castillo —señaló a Ron con la cabeza—, entraré
en él sigilosamente.

—¿En el castillo? —preguntó Snape con voz melosa—. No creo que
tengamos que ir tan lejos. Lo único que tengo que hacer es llamar a los
dementores en cuanto salgamos del sauce. Estarán encantados de verte,
Black... Tanto que te darán un besito, me atrevería a decir...


El rostro de Black perdió el escaso color que tenía.

—Tienes que escucharme —volvió a decir—. La rata, mira la rata...

Pero había un destello de locura en la expresión de Snape que Harry no
había visto nunca. Parecía fuera de sí.

—Vamos todos —ordenó. Chascó los dedos y las puntas de las cuerdas
con que había atado a Lupin volvieron a sus manos—. Arrastraré al licántropo.
Puede que los dementores lo besen también a él.

Sin saber lo que hacía, Harry cruzó la habitación con tres zancadas y
bloqueó la puerta.

—Quítate de en medio, Potter. Ya estás metido en bastantes problemas —
gruñó Snape—. Si no hubiera venido para salvarte...

—El profesor Lupin ha tenido cientos de oportunidades de matarme este
curso —explicó Harry—. He estado solo con él un montón de veces,
recibiendo clases de defensa contra los dementores. Si es un compinche de
Black, ¿por qué no acabó conmigo?

—No me pidas que desentrañe la mente de un licántropo —susurró
Snape—. Quítate de en medio, Potter.

—¡DA USTED PENA! —gritó Harry—. ¡SE NIEGA A ESCUCHAR SÓLO
PORQUE SE BURLARON DE USTED EN EL COLEGIO!

—¡SILENCIO! ¡NO PERMITIRÉ QUE ME HABLES ASÍ! —chilló Snape,
más furioso que nunca—. ¡De tal palo tal astilla, Potter! ¡Acabo de salvarte el
pellejo, tendrías que agradecérmelo de rodillas! ¡Te estaría bien empleado si te
hubiera matado! Habrías muerto como tu padre, demasiado arrogante para
desconfiar de Black. Ahora quítate de en medio o te quitaré yo. ¡APARTATE,
POTTER!

Harry se decidió en una fracción de segundo. Antes de que Snape pudiera
dar un paso hacia él había alzado la varita.

—¡Expeliarmo! —gritó.

Pero la suya no fue la única voz que gritó. Una ráfaga de aire movió la
puerta sobre sus goznes. Snape fue alzado en el aire y lanzado contra la
pared. Luego resbaló hasta el suelo, con un hilo de sangre que le brotaba de la
cabeza. Estaba sin conocimiento.

Harry miró a su alrededor. Ron y Hermione habían intentado desarmar a
Snape en el mismo momento que él. La varita de Snape planeó trazando un
arco y aterrizó sobre la cama, al lado de Crookshanks.

—No deberías haberlo hecho —dijo Black mirando a Harry—. Tendrías que
habérmelo dejado a mí...


Harry rehuyó los ojos de Black. No estaba seguro, ni si—quiera en aquel
momento, de haber hecho lo que debía.

—¡Hemos agredido a un profesor...! ¡Hemos agredido a un profesor...!
—gimoteaba Hermione, mirando asustada a Snape, que parecía muerto—.
¡Vamos a tener muchos problemas!

Lupin forcejeaba para librarse de las ligaduras. Black se inclinó para
desatarlo. Lupin se incorporó, frotándose los lugares entumecidos por las
cuerdas.

—Gracias, Harry —dijo.

—Aún no creo en usted —repuso Harry.

—Entonces es hora de que te ofrezcamos alguna prueba —dijo Black—.
Muchacho, entrégame a Peter. Ya.

Ron apretó a Scabbers aún más fuertemente contra el pecho.

—Venga —respondió débilmente—, ¿quiere que me crea que escapó
usted de Azkaban sólo para atrapar a Scabbers? Quiero decir... —Miró a Harry
y a Hermione en busca de apoyo—. De acuerdo, supongamos que Pettigrew
pueda transformarse en rata... Hay millones de ratas. ¿Cómo sabía, estando en
Azkaban, cuál era la, que buscaba?

—¿Sabes, Sirius? Ésa es una buena pregunta —observó Lupin,
volviéndose hacia Black y frunciendo ligeramente el entrecejo—. ¿Cómo
supiste dónde estaba?

Black metió dentro de la túnica una mano que parecía una garra y sacó
una página arrugada de periódico, la alisó y se la enseñó a todos. Era la foto de
Ron y su familia que había aparecido en el diario El Profeta el verano anterior.
Sobre el hombro de Ron se encontraba Scabbers.

—¿Cómo lo conseguiste? —preguntó Lupin a Black, estupefacto.

—Fudge —explicó Black—. Cuando fue a inspeccionar Azkaban el año
pasado, me dio el periódico. Y ahí estaba Peter, en primera plana... en el
hombro de este chico. Lo reconocí enseguida. Cuántas veces lo vi
transformarse. Y el pie de foto decía que el muchacho volvería a Hogwarts,
donde estaba Harry...

—¡Dios mío! —dijo Lupin en voz baja, mirando a Scabbers, luego la foto y
otra vez a Scabbers—. Su pata delantera...

—¿Qué le ocurre? —preguntó Ron, poniéndose chulito.

—Le falta un dedo —explicó Black.

—Claro —dijo Lupin—. Sencillo... e ingenioso. ¿Se lo cortó él?


—Poco antes de transformarse —dijo Black—. Cuando lo arrinconé, gritó
para que toda la calle oyera que yo había traicionado a Lily y a James. Luego,
para que no pudiera echarle ninguna maldición, abrió la calle con la varita en su
espalda, mató a todos los que se encontraban a siete metros a la redonda y se
metió a toda velocidad por la alcantarilla, con las demás ratas...

—¿Nunca lo has oído, Ron? —le preguntó Lupin—. El mayor trozo que
encontraron de Peter fue el dedo.

—Mire, seguramente Scabbers tuvo una pelea con otra rata, o algo así. Ha
estado con mi familia desde siempre.

—Doce años exactamente ¿No te has preguntado nunca por qué vive
tanto?

—Bueno, la hemos cuidado muy bien —dijo Ron.

—Pero ahora no tiene muy buen aspecto, ¿verdad? —observó Lupin—.
Apostaría a que su salud empeoró cuando supo que Sirius se había escapado.

—¡La ha asustado ese gato loco! —repuso Ron, señalando con la cabeza
a Crookshanks, que seguía ronroneando en la cama.

Pero no había sido así, pensó Harry inmediatamente. Scabbers ya tenía
mal aspecto antes de encontrar a Crookshanks. Desde que Ron volvió de
Egipto. Desde que Black escapó...

—Este gato no está loco —dijo Black con voz ronca. Alargó una mano
huesuda y acarició la cabeza mullida de Crookshanks—. Es el más inteligente
que he visto en mi vida. Reconoció a Peter inmediatamente. Y cuando me
encontró supo que yo no era un perro de verdad. Pasó un tiempo antes de que
confiara en mí. Finalmente, me las arreglé para hacerle entender qué era lo
que pretendía, y me ha estado ayudando...

—¿Qué quiere decir? —preguntó Hermione en voz baja.

—Intentó que Peter se me acercara, pero no pudo... Así que se apoderó de
las contraseñas para entrar en la torre de Gryffindor. Según creo, las cogió de
la mesilla de un muchacho...

El cerebro de Harry empezaba a hundirse por el peso de las muchas cosas
que oía. Era absurdo... y sin embargo...

—Sin embargo, Peter se olió lo que ocurría y huyó. Este gato, ¿decís que
se llama Crookshanks?, me dijo que Peter había dejado sangre en las
sábanas. Supongo que se mordió... Simular su propia muerte ya había
resultado en otra ocasión.

Estas palabras impresionaron a Harry y lo sacaron de su ensimismamiento.

—¿Y por qué fingió su muerte? —preguntó furioso—. Porque sabía que
usted lo quería matar; como mató a mis padres.


—No, Harry —dijo Lupin.

—Y ahora ha venido para acabar con él.

—Sí, es verdad —dijo Black, dirigiendo a Scabbers una mirada diabólica.

—Entonces yo tendría que haber permitido que Snape lo entregara —gritó
Harry.

—Harry —dijo Lupin apresuradamente—, ¿no te das cuenta? Durante todo
este tiempo hemos pensado que Sirius había traicionado a tus padres y que
Peter lo había perseguido. Pero fue al revés, ¿no te das cuenta? Peter fue
quien traicionó a tus padres. Sirius le siguió la pista y...

—¡ESO NO ES CIERTO! —gritó Harry—. ¡ERA SU GUARDIÁN
SECRETO! ¡LO RECONOCIÓ ANTES DE QUE USTED APARECIESE!
¡ADMITIÓ QUE LOS MATÓ!

Señalaba a Black, que negaba lentamente con la cabeza. Sus ojos
hundidos brillaron de repente.

—Harry..., la verdad es que fue como si los hubiera matado yo —gruñó—.
Persuadí a Lily y a James en el último momento de que utilizaran a Peter. Los
persuadí de que lo utilizaran a él como guardián secreto y no a mí. Yo tengo la
culpa, lo sé. La noche que murieron había decidido vigilar a Peter, asegurarme
de que todavía era de fiar. Pero cuando llegué a su guarida, ya se había ido.
No había señal de pelea alguna. No me dio buena espina. Me asusté. Me puse
inmediatamente en camino hacia la casa de tus padres. Y cuando la vi
destruida y sus cuerpos... me di cuenta de lo que Peter había hecho. Y de lo
que había hecho yo.

Su voz se quebró. Se dio la vuelta.

—Es suficiente —dijo Lupin, con una nota de acero en la voz que Harry no
le había oído nunca—. Hay un medio infalible de demostrar lo que
verdaderamente sucedió. Ron, entrégame la rata.

—¿Qué va a hacer con ella si se la doy? —preguntó Ron con nerviosismo.

—Obligarla a transformarse —respondió Lupin—. Si de verdad es sólo una
rata, no sufrirá ningún daño.

Ron dudó. Finalmente puso a Scabbers en las manos de Lupin. Scabbers
se puso a chillar sin parar; retorciéndose y agitándose. Sus ojos diminutos y
negros parecían salirse de las órbitas.

—¿Preparado, Sirius? —preguntó Lupin.

Black ya había recuperado la varita de Snape, que había caído en la cama.
Se aproximó a Lupin y a la rata. Sus ojos húmedos parecían arder.

—¿A la vez? —preguntó en voz baja.


—Venga —respondió Lupin, sujetando a Scabbers con una mano y la
varita con la otra—. A la de tres. ¡Una, dos y... TRES!

Un destello de luz azul y blanca salió de las dos varitas. Durante un
momento Scabbers se quedó petrificada en el aire, torcida, en posición extraña.
Ron gritó. La rata golpeó el suelo al caer. Hubo otro destello cegador y
entonces...

Fue como ver la película acelerada del crecimiento de un árbol. Una
cabeza brotó del suelo. Surgieron las piernas y los brazos. Al cabo de un
instante, en el lugar de Scabbers se hallaba un hombre, encogido y
retorciéndose las manos. Crookshanks bufaba y gruñía en la cama, con el pelo
erizado.

Era un hombre muy bajito, apenas un poco más alto que Harry y Hermione.
Tenía el pelo ralo y descolorido, con calva en la coronilla. Parecía encogido,
como un gordo que hubiera adelgazado rápidamente. Su piel parecía roñosa,
casi como la de Scabbers, y le quedaba algo de su anterior condición roedora
en lo puntiagudo de la nariz y en los ojos pequeños y húmedos. Los miró a
todos, respirando rápida y superficialmente. Harry vio que sus ojos iban
rápidamente hacia la puerta.

—Hola, Peter —dijo Lupin con voz amable, como si fuera normal que las
ratas se convirtieran en antiguos compañeros de estudios—. Cuánto tiempo sin
verte.

—Si... Sirius. Re... Remus —incluso la voz de Pettigrew era como de rata.
Volvió a mirar a la puerta—. Amigos, queridos amigos...

Black levantó el brazo de la varita, pero Lupin lo sujetó por la muñeca y le
echó una mirada de advertencia. Entonces se volvió a Pettigrew con voz ligera
y despreocupada.

—Acabamos de tener una pequeña charla, Peter, sobre lo que sucedió la
noche en que murieron Lily y James. Quizás te hayas perdido alguno de los
detalles más interesantes mientras chillabas en la cama.

—Remus —dijo Pettigrew con voz entrecortada, y Harry vio gotas de sudor
en su pálido rostro—, no lo creerás, ¿verdad? Intentó matarme a mí...

—Eso es lo que hemos oído —dijo Lupin más fríamente—. Me gustaría
aclarar contigo un par de puntos, Peter; si fueras tan...

—¡Ha venido porque otra vez quiere matarme! —chilló Pettigrew señalando
a Black, y Harry vio que utilizaba el dedo corazón porque le faltaba el índice—.
¡Mató a Lily y a James, y ahora quiere matarme a mí...! ¡Tienes que protegerme,
Remus!

El rostro de Black semejaba más que nunca una calavera, mientras miraba
a Peter Pettigrew con sus ojos insondables.

—Nadie intentará matarte antes de que aclaremos algunos puntos —dijo


Lupin.

—¿Aclarar puntos? —chilló Pettigrew, mirando una vez más a su
alrededor; hacia las ventanas cegadas y hacia la única puerta—. ¡Sabía que
me perseguiría! ¡Sabía que volvería a buscarme! ¡He temido este momento
durante doce años!

—¿Sabías que Sirius se escaparía de Azkaban cuando nadie lo había
conseguido hasta ahora? —preguntó Lupin, frunciendo el entrecejo.

—¡Tiene poderes oscuros con los que los demás sólo podemos soñar! —
chilló Pettigrew con voz aguda—. ¿Cómo, si no, iba a salir de allí? Supongo
que El Que No Debe Nom brarse le enseñó algunos trucos.

Black comenzó a sacudirse con una risa triste y horrible que llenó la
habitación.

—¿Que Voldemort me enseñó trucos? —dijo y Peter Pettigrew retrocedió
como si Black acabara de blandir un látigo en su dirección—. ¿Qué te ocurre?
¿Te asustas al oír el nombre de tu antiguo amo? —preguntó Black—. No te

culpo, Peter. Sus secuaces no están muy contentos de ti, ¿verdad?

—No sé... qué quieres decir, Sirius —murmuró Pettigrew, respirando más
aprisa aún. Todo su rostro brillaba de sudor.

—No te has estado ocultando durante doce años de mí —dijo Black—. Te
has estado ocultando de los viejos seguidores de Voldemort. En Azkaban oí
cosas. Todos piensan que si no estás muerto, deberías aclararles algunas
dudas. Les he oído gritar en sueños todo tipo de cosas. Cosas como que el
traidor les había traicionado. Voldemort acudió a la casa de los Potter por
indicación tuya y allí conoció la derrota. Y no todos los seguidores de
Voldemort han terminado en Azkaban, ¿verdad? Aún quedan muchos libres,
esperando su oportunidad, fingiendo arrepentimiento... Si supieran que sigues
vivo...

—No entiendo de qué hablas... —dijo de nuevo Pettigrew, con voz más
chillona que nunca. Se secó la cara con la manga y miró a Lupin—. No creerás
nada de eso, de esa locura...

—Tengo que admitir; Peter, que me cuesta comprender por qué un hombre
inocente se pasa doce años convertido en rata —dijo Lupin impasible.

—¡Inocente, pero asustado! —chilló Pettigrew—. Si los seguidores de
Voldemort me persiguen es porque yo metí en Azkaban a uno de sus mejores
hombres: el espía Sirius Black.

El rostro de Black se contorsionó.

—¿Cómo te atreves? —gruñó, y su voz se asemejó de repente a la del
perro enorme que había sido—. ¿Yo, espía de Voldemort? ¿Cuándo he
husmeado yo a los que eran más fuertes y poderosos? Pero tú, Peter... no
entiendo cómo no comprendí desde el primer momento que eras tú el espía.


Siempre te gustó tener amigos corpulentos para que te protegieran, ¿verdad?
Ese papel lo hicimos nosotros: Remus y yo... y James...

Pettigrew volvió a secarse el rostro; le faltaba el aire.

—¿Yo, espía...? Estás loco. No sé cómo puedes decir...

—Lily y James te nombraron guardián secreto sólo porque yo se lo
recomendé —susurró Black con tanto odio que Pettigrew retrocedió—.
Pensé que era una idea perfecta... una trampa. Voldemort iría tras de mí,
nunca pensaría que los Potter utilizarían a alguien débil y mediocre como tú...
Sin duda fue el mejor momento de tu miserable vida, cuando le dijiste a
Voldemort que podías entregarle a los Potter.

Pettigrew murmuraba cosas, aturdido. Harry captó palabras como
«inverosímil» y «locura», pero no podía dejar de fijarse sobre todo en el color
ceniciento de la cara de Pettigrew y en la forma en que seguía mirando las
ventanas y la puerta.

—¿Profesor Lupin? —dijo Hermione, tímidamente—. ¿Puedo decir algo?

—Por supuesto, Hermione —dijo Lupin cortésmente.

—Pues bien, Scabbers..., quiero decir este... este hombre... ha estado
durmiendo en el dormitorio de Harry durante tres años. Si trabaja para Quien
Usted Sabe, ¿cómo es que nunca ha intentado hacerle daño?

—Eso es —dijo Pettigrew con voz aguda, señalando a Hermione con la
mano lisiada—. Gracias. ¿Lo ves, Remus? ¡Nunca le he hecho a Harry el más
leve daño! ¿Por qué no se lo he hecho?

—Yo te diré por qué —dijo Black—. Porque no harías nada por nadie si no
te reporta un beneficio. Voldemort lleva doce años escondido, dicen que está
medio muerto. Tú no cometerías un asesinato delante de Albus Dumbledore
por servir a una piltrafa de brujo que ha perdido todo su poder; ¿a que no?
Tendrías que estar seguro de que es el más fuerte en el juego antes de volver
a ponerte de su parte. ¿Para qué, si no, te alojaste en una familia de magos?
Para poder estar informado, ¿verdad, Peter? Sólo por si tu viejo protector recuperaba
las fuerzas y volvía a ser conveniente estar con él.

Pettigrew abrió y cerró la boca varias veces. Se había quedado sin habla.

—Eh... ¿Señor Black... Sirius? —preguntó tímidamente Hermione. —A
Black le sorprendió que lo interpelaran de esta manera, y miró a Hermione
fijamente, como si nadie se hubiera dirigido a él con tal respeto en los últimos
años—. Si no le importa que le pregunte, ¿cómo escapó usted de Azkaban? Si
no empleó magia negra...

—¡Gracias! —dijo Pettigrew, asintiendo con la cabeza—. ¡Exacto! ¡Eso es
precisamente lo que yo...!

Pero Lupin lo silenció con una mirada. Black fruncía ligeramente el


entrecejo con los ojos puestos en Hermione, pero no como si estuviera
enfadado con ella: más bien parecía meditar la respuesta.

—No sé cómo lo hice —respondió—. Creo que la única razón por la que
nunca perdí la cabeza es que sabía que era inocente. No era un pensamiento
agradable, así que los dementores no me lo podían absorber... Gracias a eso
conservé la cordura y no olvidé quién era... Gracias a eso conservé mis
poderes... así que cuando ya no pude aguantar más me convertí en perro. Los
dementores son ciegos, como sabéis. —Tragó saliva—. Se dirigen hacia la
gente porque perciben sus emociones... Al convertirme en perro, notaron que
mis sentimientos eran menos humanos, menos complejos, pero pensaron,
claro, que estaba perdiendo la cabeza, como todo el mundo, así que no se
preocuparon. Pero yo me encontraba débil, muy débil, y no tenía esperanza de
alejarlos sin una varita. Entonces vi a Peter en aquella foto... comprendí que
estaba en Hogwarts, con Harry... en una situación perfecta para actuar si oía
decir que el Señor de las Tinieblas recuperaba fuerzas... —Pettigrew negó con

la cabeza y movió la boca sin emitir sonido alguno, mirando a Black como
hipnotizado—... Estaba dispuesto a hacerlo en cuanto estuviera seguro de sus
aliados..., estaba dispuesto a entregarles al último de los Potter. Si les
entregaba a Harry, ¿quién se atrevería a pensar que había traicionado a lord
Voldemort? Lo recibirían con honores...

—Así que ya veis, tenía que hacer algo. Yo era el único que sabía que
Peter estaba vivo...

Harry recordó lo que el padre de Ron le había dicho a su esposa: «Los
guardianes dicen que hacía tiempo que Black hablaba en sueños. Siempre
decía las mismas palabras: “Está en Hogwarts.”»

—Era como si alguien hubiera prendido una llama en mi cabeza, y los
dementores no podían apagarla. No era un pensamiento agradable..., era una
obsesión... pero me daba fuerzas, me aclaraba la mente. Por eso, una noche,
cuando abrieron la puerta para dejarme la comida, salí entre ellos, en forma de
perro. Les resulta tan difícil percibir las emociones animales que se
confundieron. Estaba delgado, muy delgado... Lo bastante delgado para pasar
a través de los barrotes. Nadé como un perro. Viajé hacia el norte y me metí en
Hogwarts con la forma de perro... He vivido en el bosque desde entonces...
menos cuando iba a ver el partido de quidditch, claro... Vuelas tan bien como tu
padre, Harry... —Miró al muchacho, que esta vez no apartó la vista—. Créeme
—añadió Black—. Créeme. Nunca traicioné a James y a Lily. Antes habría
muerto.

Y Harry lo creyó. Asintió con la cabeza, con un nudo en la garganta.

—¡No!

Pettigrew se había arrodillado, como si el gesto de asentimiento de Harry
hubiera sido su propia sentencia de muerte. Fue arrastrándose de rodillas,
humillándose, con las manos unidas en actitud de rezo.

—Sirius, soy yo, soy Peter... tu amigo. No..., tú no...


Black amagó un puntapié y Pettigrew retrocedió.

—Ya hay bastante suciedad en mi túnica sin que tú la toques.

—¡Remus! —chilló Pettigrew volviéndose hacia Lupin, retorciéndose ante
él, implorante—. Tú no lo crees. ¿No te habría contado Sirius que habían
cambiado el plan?

—No si creía que el espía era yo, Peter —dijo Lupin—. Supongo que por
eso no me lo contaste, Sirius —dijo Lupin despreocupadamente, mirándolo por
encima de Pettigrew.

—Perdóname, Remus —dijo Black.

—No hay por qué, Canuto, viejo amigo —respondió Lupin, subiéndose las
mangas—. Y a cambio, ¿querrás perdonar que yo te creyera culpable?

—Por supuesto —respondió Black, y un asomo de sonrisa apareció en su
demacrado rostro. También empezó a remangarse—. ¿Lo matamos juntos?

—Creo que será lo mejor —dijo Lupin con tristeza.

—No lo haréis, no seréis capaces... —dijo Pettigrew. Y se volvió hacia Ron,
arrastrándose—. Ron, ¿no he sido un buen amigo?, ¿una buena mascota? No
dejes que me maten, Ron. Estás de mi lado, ¿a que sí?

Pero Ron miraba a Pettigrew con repugnancia.

—¡Te dejé dormir en mi cama! —dijo.

—Buen muchacho... buen amo... —Pettigrew siguió arrastrándose hacia
Ron—. No lo consentirás... yo era tu rata... fui una buena mascota...

—Si eras mejor como rata que como hombre, no tienes mucho de lo que
alardear —dijo Black con voz ronca.

Ron, palideciendo aún más a causa del dolor; alejó su pierna rota de
Pettigrew. Pettigrew giró sobre sus rodillas, se echó hacia delante y asió el
borde de la túnica de Hermione.

—Dulce criatura... inteligente muchacha... no lo consentirás... ayúdame...

Hermione tiró de la túnica para soltarla de la presa de Pettigrew y

retrocedió horrorizada.

Pettigrew temblaba sin control y volvió lentamente la cabeza hacia Harry

—Harry, Harry.. qué parecido eres a tu padre... igual que él...

—¿CÓMO TE ATREVES A HABLAR A HARRY? —bramó Black—.
¿CÓMO TE ATREVES A MIRARLO A LA CARA? ¿CÓMO TE ATREVES A
MENCIONAR A JAMES DELANTE DE ÉL?


—Harry —susurró Pettigrew, arrastrándose hacia él con las manos
extendidas—, Harry, James no habría consentido que me mataran... James
habría comprendido, Harry... Habría sido clemente conmigo...

Tanto Black como Lupin se dirigieron hacia él con paso firme, lo cogieron
por los hombros y lo tiraron de espaldas al suelo. Allí quedó, temblando de
terror; mirándolos fijamente.

—Vendiste a Lily y a James a lord Voldemort —dijo Black, que también
temblaba—. ¿Lo niegas?

Pettigrew rompió a llorar. Era lamentable verlo: parecía un niño grande y
calvo que se encogía de miedo en el suelo.

—Sirius, Sirius, ¿qué otra cosa podía hacer? El Señor de las Tinieblas... no
tienes ni idea... Tiene armas que no podéis imaginar... Estaba aterrado, Sirius.
Yo nunca fui valiente como tú, como Remus y como James. Nunca quise que
sucediera... El Que No Debe Nombrarse me obligó.

—¡NO MIENTAS! —BRAMÓ BLACK—. ¡LE HABÍAS ESTADO PASANDOINFORMACIÓN DURANTE UN AÑO ANTES DE LA MUERTE DE LILY Y DE
JAMES! ¡ERAS SU ESPÍA!

—¡Estaba tomando el poder en todas partes! —dijo Pettigrew
entrecortadamente—. ¿Qué se ganaba enfrentándose a él?

—¿Qué se ganaba enfrentándose al brujo más malvado de la Historia? —
preguntó Black, furioso—. ¡Sólo vidas inocentes, Peter!

—¡No lo comprendes! —gimió Pettigrew—. Me habría matado, Sirius.

—¡ENTONCES DEBERÍAS HABER MUERTO! —bramó Black—. ¡MEJOR
MORIR QUE TRAICIONAR A TUS AMIGOS! ¡TODOS HABRÍAMOS
PREFERIDO LA MUERTE A TRAICIONARTE A TI!

Black y Lupin se mantenían uno al lado del otro, con las varitas levantadas.

—Tendrías que haberte dado cuenta —dijo Lupin en voz baja— de que si
Voldemort no te mataba lo haríamos nosotros. Adiós, Peter.

Hermione se cubrió el rostro con las manos y se volvió hacia la pared.

—¡No! —gritó Harry Se adelantó corriendo y se puso entre Pettigrew y las
varitas—. ¡No podéis matarlo! —dijo sin aliento—. No podéis.

Tanto Black como Lupin se quedaron de piedra.

—Harry, esta alimaña es la causa de que no tengas padres —gruñó
Black—. Este ser repugnante te habría visto morir a ti también sin mover ni un
dedo. Ya lo has oído. Su propia piel maloliente significaba más para él que toda

tu familia.


—Lo sé —jadeó Harry—. Lo llevaremos al castillo. Lo entregaremos a los
dementores. Puede ir a Azkaban. Pero no lo matéis.

—¡Harry! —exclamó Pettigrew entrecortadamente, y rodeó las rodillas de
Harry con los brazos—. Tú... gracias. Es más de lo que merezco. Gracias.

—Suéltame —dijo Harry, apartando las manos de Pettigrew con asco—.
No lo hago por ti. Lo hago porque creo que mi padre no habría deseado que
sus mejores amigos se convirtieran en asesinos por culpa tuya.

Nadie se movió ni dijo nada, salvo Pettigrew, que jadeaba con la mano
crispada en el pecho. Black y Lupin se miraron. Y bajaron las varitas a la vez.

—Tú eres la única persona que tiene derecho a decidir; Harry —dijo
Black—. Pero piensa, piensa en lo que hizo.

—Que vaya a Azkaban —repitió Harry—. Si alguien merece ese lugar; es
él.

Pettigrew seguía jadeante detrás de él.

—De acuerdo —dijo Lupin—. Hazte a un lado, Harry

—Harry dudó—. Voy a atarlo —añadió Lupin—. Nada más, te lo juro.

Harry se quitó de en medio. Esta vez fue de la varita de Lupin de la que
salieron disparadas las cuerdas, y al cabo de un instante Pettigrew se retorcía
en el suelo, atado y amordazado.

—Pero si te transformas, Peter —gruñó Black, apuntando a Pettigrew con
su varita—, te mataremos. ¿Estás de acuerdo, Harry?

Harry bajó la vista para observar la lastimosa figura, y asintió de forma que
lo viera Pettigrew.

—De acuerdo —dijo de repente Lupin, como cerrando un trato—. Ron, no
sé arreglar huesos como la señora Pomfrey pero creo que lo mejor será que te
entablillemos la pierna hasta que te podamos dejar en la enfermería.

Se acercó a Ron aprisa, se inclinó, le golpeó en la pierna con la varita y
murmuró:

—¡Férula!

Unas vendas rodearon la pierna de Ron y se la ataron a una tablilla. Lupin
lo ayudó a ponerse en pie. Ron se apoyó con cuidado en la pierna y no hizo ni
un gesto de dolor.

—Mejor —dijo—. Gracias.

—¿Y qué hacemos con el profesor Snape? —preguntó Hermione, en voz
baja, mirando a Snape postrado en el suelo.


—No le pasa nada grave —explicó Lupin, inclinándose y tomándole el
pulso—. Sólo os pasasteis un poco. Sigue sin conocimiento. Eh... tal vez sea
mejor dejarlo así hasta que hayamos vuelto al castillo. Podemos llevarlo tal
como está. —Luego murmuro—: Mobilicorpus.

El cuerpo inconsciente de Snape se incorporó como si tiraran de él unas
cuerdas invisibles atadas a las muñecas, el cuello y las rodillas. La cabeza le
colgaba como a una marioneta grotesca. Estaba levantado unos centímetros
del suelo y los pies le colgaban. Lupin cogió la capa invisible y se la guardó en
el bolsillo.

—Dos de nosotros deberían encadenarse a esto —dijo Black, dándole a
Pettigrew un puntapié—, sólo para estar seguros.

—Yo lo haré —se ofreció Lupin.

—Y yo —dijo Ron, con furia y cojeando.

Black hizo aparecer unas esposas macizas. Pettigrew volvió a encontrarse
de pie, con el brazo izquierdo encadenado al derecho de Lupin y el derecho al
izquierdo de Ron. El rostro de Ron expresaba decisión. Se había tomado la
verdadera identidad de Scabbers como un insulto. Crookshanks saltó ágilmente
de la cama y se puso el primero, con la cola alegremente levantada.