martes, 29 de agosto de 2017

Capitulo 1. Lechuzas mensajeras

Harry Potter era, en muchos sentidos, un muchacho diferente. Por un lado, las
vacaciones de verano le gustaban menos que cualquier otra época del año; y
por otro, deseaba de verdad hacer los deberes, pero tenía que hacerlos a
escondidas, muy entrada la noche. Y además, Harry Potter era un mago.

Era casi medianoche y estaba tumbado en la cama, boca abajo, tapado
con las mantas hasta la cabeza, como en una tienda de campaña. En una
mano tenía la linterna y, abierto sobre la almohada, había un libro grande,
encuadernado en piel (Historia de la Magia, de Adalbert Waffling). Harry
recorría la página con la punta de su pluma de águila, con el entrecejo fruncido,
buscando algo que le sirviera para su redacción sobre «La inutilidad de la
quema de brujas en el siglo XIV».

La pluma se detuvo en la parte superior de un párrafo que podía serle útil.
Harry se subió las gafas redondas, acercó la linterna al libro y leyó:

En la Edad Media, los no magos (comúnmente denominados muggles)
sentían hacia la magia un especial temor, pero no eran muy duchos en
reconocerla. En las raras ocasiones en que capturaban a un auténtico
brujo o bruja, la quema carecía en absoluto de efecto. La bruja o el
brujo realizaba un sencillo encantamiento para enfriar las llamas y
luego fingía que se retorcía de dolor mientras disfrutaba del suave
cosquilleo. A Wendelin la Hechicera le gustaba tanto ser quemada que
se dejó capturar no menos de cuarenta y siete veces con distintos
aspectos.

Harry se puso la pluma entre los dientes y buscó bajo la almohada el
tintero y un rollo de pergamino. Lentamente y con mucho cuidado, destapó el
tintero, mojó la pluma y comenzó a escribir, deteniéndose a escuchar de vez en
cuando, porque si alguno de los Dursley, al pasar hacia el baño, oía el rasgar
de la pluma, lo más probable era que lo encerraran bajo llave hasta el final del
verano en el armario que había debajo de las escaleras.

La familia Dursley, que vivía en el número 4 de Privet Drive, era el motivo
de que Harry no pudiera tener nunca vacaciones de verano. Tío Vernon, tía
Petunia y su hijo Dudley eran los únicos parientes vivos que tenía Harry. Eran
muggles, y su actitud hacia la magia era muy medieval. En casa de los Dursley


nunca se mencionaba a los difuntos padres de Harry; que habían sido brujos.
Durante años, tía Petunia y tío Vernon habían albergado la esperanza de extirpar
lo que Harry tenía de mago, teniéndolo bien sujeto. Les irritaba no haberlo
logrado y vivían con el temor de que alguien pudiera descubrir que Harry había
pasado la mayor parte de los últimos dos años en el Colegio Hogwarts de Magia
y Hechicería. Lo único que podían hacer los Dursley aquellos días era
guardar bajo llave los libros de hechizos, la varita mágica, el caldero y la
escoba al inicio de las vacaciones de verano, y prohibirle que hablara con los
vecinos.

Para Harry había representado un grave problema que le quitaran los
libros, porque los profesores de Hogwarts le habían puesto muchos deberes
para el verano. Uno de los trabajos menos agradables, sobre pociones para
encoger; era para el profesor menos estimado por Harry, Snape, que estaría
encantado de tener una excusa para castigar a Harry durante un mes. Así que,
durante la primera semana de vacaciones, Harry aprovechó la oportunidad:
mientras tío Vernon, tía Petunia y Dudley estaban en el jardín admirando el
nuevo coche de la empresa de tío Vernon (en voz muy alta, para que el
vecindario se enterara), Harry fue a la planta baja, forzó la cerradura del
armario de debajo de las escaleras, cogió algunos libros y los escondió en su
habitación. Mientras no dejara manchas de tinta en las sábanas, los Dursley no
tendrían por qué enterarse de que aprovechaba las noches para estudiar
magia.

Harry no quería problemas con sus tíos y menos en aquellos momentos,
porque estaban enfadados con él, y todo porque cuando llevaba una semana
de vacaciones había recibido una llamada telefónica de un compañero mago.

Ron Weasley, que era uno de los mejores amigos que Harry tenía en
Hogwarts, procedía de una familia de magos. Esto significaba que sabía
muchas cosas que Harry ignoraba, pero nunca había utilizado el teléfono.

Por desgracia, fue tío Vernon quien respondió:

—¿Diga?

Harry, que estaba en ese momento en la habitación, se quedó de piedra al
oír que era Ron quien respondía.

—¿HOLA? ¿HOLA? ¿ME OYE? ¡QUISIERA HABLAR CON HARRY
POTTER!

Ron daba tales gritos que tío Vernon dio un salto y alejó el teléfono de su
oído por lo menos medio metro, mirándolo con furia y sorpresa.

—¿QUIÉN ES? —voceó en dirección al auricular—. ¿QUIÉN ES?

—¡RON WEASLEY! —gritó Ron a su vez, como si el tío Vernon y él
estuvieran comunicándose desde los extremos de un campo de fútbol—. SOY
UN AMIGO DE HARRY, DEL COLEGIO.

Los minúsculos ojos de tío Vernon se volvieron hacia Harry; que estaba


inmovilizado.

—¡AQUÍ NO VIVE NINGÚN HARRY POTTER! —gritó tío Vernon,
manteniendo el brazo estirado, como si temiera que el teléfono pudiera
estallar—. ¡NO SÉ DE QUÉ COLEGIO ME HABLA! ¡NO VUELVA A LLAMAR
AQUÍ! ¡NO SE ACERQUE A MI FAMILIA!

Colgó el teléfono como quien se desprende de una araña venenosa.

La bronca que siguió fue una de las peores que le habían echado.

—¡CÓMO TE ATREVES A DARLE ESTE NÚMERO A GENTE COMO...
COMO TÚ! —le gritó tío Vernon, salpicándolo de saliva.

Ron, obviamente, comprendió que había puesto a Harry en un apuro,
porque no volvió a llamar. La mejor amiga de Harry en Hogwarts, Hermione
Granger, tampoco lo llamó. Harry se imaginaba que Ron le había dicho a
Hermione que no lo llamara, lo cual era una pena, porque los padres de
Hermione, la bruja más inteligente de la clase de Harry, eran muggles, y ella
sabía muy bien cómo utilizar el teléfono, y probablemente habría tenido tacto
suficiente para no revelar que estudiaba en Hogwarts.

De manera que Harry había permanecido cinco largas semanas sin tener
noticia de sus amigos magos, y aquel verano estaba resultando casi tan
desagradable como el anterior. Sólo había una pequeña mejora: después de
jurar que no la usaría para enviar mensajes a ninguno de sus amigos, a Harry
le habían permitido sacar de la jaula por las noches a su lechuza Hedwig. Tío
Vernon había transigido debido al escándalo que armaba Hedwig cuando
permanecía todo el tiempo encerrada.

Harry terminó de escribir sobre Wendelin la Hechicera e hizo una pausa
para volver a escuchar. Sólo los ronquidos lejanos y ruidosos de su enorme
primo Dudley rompían el silencio de la casa. Debía de ser muy tarde. A Harry le
picaban los ojos de cansancio. Sería mejor terminar la redacción la noche
siguiente...

Tapó el tintero, sacó una funda de almohada de debajo de la cama, metió
dentro la linterna, la Historia de la Magia, la redacción, la pluma y el tintero, se
levantó y lo escondió todo debajo de la cama, bajo una tabla del entarimado
que estaba suelta. Se puso de pie, se estiró y miró la hora en la esfera
luminosa del despertador de la mesilla de noche.

Era la una de la mañana. Harry se sobresaltó: hacía una hora que había
cumplido trece años y no se había dado cuenta.

Harry aún era un muchacho diferente en otro aspecto: en el escaso
entusiasmo con que aguardaba sus cumpleaños. Nunca había recibido una
tarjeta de felicitación. Los Dursley habían pasado por alto sus dos últimos
cumpleaños y no tenía ningún motivo para suponer que fueran a acordarse del
siguiente.

Harry atravesó a oscuras la habitación, pasando junto a la gran jaula vacía


de Hedwig, y llegó hasta la ventana, que estaba abierta. Se apoyó en el alféizar
y notó con agrado en la cara, después del largo rato pasado bajo las mantas, el
frescor de la noche. Hacía dos noches que Hedwig se había ido. Harry no
estaba preocupado por ella (en otras ocasiones se había ausentado durante
períodos equivalentes), pero esperaba que no tardara en volver. Era el único
ser vivo en aquella casa que no se asustaba al verlo.

Aunque Harry seguía siendo demasiado pequeño y esmirriado para su
edad, había crecido varios centímetros durante el último año. Sin embargo, su
cabello negro azabache seguía como siempre: sin dejarse peinar. No
importaba lo que hiciera con él, el pelo no se sometía. Tras las gafas tenía
unos ojos verdes brillantes, y sobre la frente, claramente visible entre el pelo,
una cicatriz alargada en forma de rayo.

Aquella cicatriz era la más extraordinaria de todas las características
inusuales de Harry. No era, como le habían hecho creer los Dursley durante
diez años, una huella del accidente de automóvil que había acabado con la

vida de los padres de Harry, porque Lily y James Potter no habían muerto en
un accidente de tráfico, sino asesinados. Asesinados por el mago tenebroso
más temido de los últimos cien años: lord Voldemort. Harry había sobrevivido a
aquel ataque sin otra secuela que la cicatriz de la frente cuando el hechizo de
Voldemort, en vez de matarlo, había rebotado contra su agresor. Medio muerto,
Voldemort había huido...

Pero Harry había tenido que vérselas con él desde el momento en que
llegó a Hogwarts. Al recordar junto a la ventana su último encuentro, Harry
pensó que si había cumplido los trece años era porque tenía mucha suerte.

Miró el cielo estrellado, por si veía a Hedwig, que quizá regresara con un
ratón muerto en el pico, esperando sus elogios. Harry miraba distraído por
encima de los tejados y pasaron algunos segundos hasta que comprendió lo
que veía.

Perfilada contra la luna dorada y creciendo a cada instante se veía una
figura de forma extrañamente irregular que se dirigía hacia Harry batiendo las
alas. Se quedó quieto viéndola descender. Durante una fracción de segundo,
Harry no supo, con la mano en la falleba, si cerrar la ventana de golpe. Pero
entonces la extraña criatura revoloteó sobre una farola de Privet Drive, y Harry,
dándose cuenta de lo que era, se hizo a un lado.

Tres lechuzas penetraron por la ventana, dos sosteniendo a otra que

parecía inconsciente. Aterrizaron suavemente sobre la cama de Harry, y la
lechuza que iba en medio, y que era grande y gris, cayó y quedó allí inmóvil.
Llevaba un paquete atado a las patas.

Harry reconoció enseguida a la lechuza inconsciente. Se llamaba Errol y
pertenecía a la familia Weasley Harry se lanzó inmediatamente sobre la cama,
desató los cordeles de las patas de Errol, cogió el paquete y depositó a Errol en
la jaula de Hedwig. Errol abrió un ojo empañado, ululó débilmente en señal de
agradecimiento y comenzó a beber agua a tragos.


Harry volvió al lugar en que descansaban las otras lechuzas. Una de ellas
(una hembra grande y blanca como la nieve) era su propia Hedwig. También
llevaba un paquete y parecía muy satisfecha de sí misma. Dio a Harry un
picotazo cariñoso cuando le quitó la carga, y luego atravesó la habitación
volando para reunirse con Errol. Harry no reconoció a la tercera lechuza, que
era muy bonita y de color pardo rojizo, pero supo enseguida de dónde venía,
porque además del correspondiente paquete portaba un mensaje con el emblema
de Hogwarts. Cuando Harry le cogió la carta a esta lechuza, ella erizó las
plumas orgullosamente, estiró las alas y emprendió el vuelo atravesando la
ventana e internándose en la noche.

Harry se sentó en la cama, cogió el paquete de Errol, rasgó el papel
marrón y descubrió un regalo envuelto en papel dorado y la primera tarjeta de
cumpleaños de su vida. Abrió el sobre con dedos ligeramente temblorosos.
Cayeron dos trozos de papel: una carta y un recorte de periódico.

Supo que el recorte de periódico pertenecía al diario del mundo mágico El
Profeta porque la gente de la fotografía en blanco y negro se movía. Harry
recogió el recorte, lo alisó y leyó:

FUNCIONARIO DEL MINISTERIO DE MAGIA

RECIBE EL GRAN PREMIO

Arthur Weasley, director del Departamento Contra el Uso Incorrecto de

los Objetos Muggles, ha ganado el gran premio anual Galleon Draw

que entrega el diario El Profeta.

El señor Weasley, radiante de alegría, declaró a El Profeta:
«Gastaremos el dinero en unas vacaciones estivales en Egipto, donde
trabaja Bill, nuestro hijo mayor, deshaciendo hechizos para el banco
mágico Gringotts.»

La familia Weasley pasará un mes en Egipto, y regresará para el
comienzo del nuevo curso escolar de Hogwarts, donde estudian
actualmente cinco hijos del matrimonio Weasley.

Observó la fotografía en movimiento, y una sonrisa se le dibujó en la cara
al ver a los nueve Weasley ante una enorme pirámide, saludándolo con la
mano. La pequeña y rechoncha señora Weasley, el alto y calvo señor Weasley,

los seis hijos y la hija tenían (aunque la fotografía en blanco y negro no lo
mostrara) el pelo de un rojo intenso. Justo en el centro de la foto aparecía Ron,
alto y larguirucho, con su rata Scabbers sobre el hombro y con el brazo
alrededor de Ginny, su hermana pequeña.

Harry no sabía de nadie que mereciera un premio más que los Weasley,


que eran muy buenos y pobres de solemnidad. Cogió la carta de Ron y la
desdobló.

Querido Harry:

¡Feliz cumpleaños!

Siento mucho lo de la llamada de teléfono. Espero que los
muggles no te dieran un mal rato. Se lo he dicho a mi padre y él opina
que no debería haber gritado.

Egipto es estupendo. Bill nos ha llevado a ver todas las tumbas, y
no te creerías las maldiciones que los antiguos brujos egipcios ponían
en ellas. Mi madre no dejó que Ginny entrara en la última. Estaba llena
de esqueletos mutantes de muggles que habían profanado la tumba y
tenían varias cabezas y cosas así.

Cuando mi padre ganó el premio de El Profeta no me lo podía
creer. ¡Setecientos galeones! La mayor parte se nos ha ido en estas
vacaciones, pero me van a comprar otra varita mágica para el próximo
curso.

Harry recordaba muy bien cómo se le había roto a Ron su vieja varita
mágica. Fue cuando el coche en que los dos habían ido volando a Hogwarts
chocó contra un árbol del parque del colegio.

Regresaremos más o menos una semana antes de que comience el
curso. Iremos a Londres a comprar la varita mágica y los nuevos libros.
¿Podríamos vernos allí?

¡No dejes que los muggles te depriman!

Intenta venir a Londres.

Ron

Posdata: Percy ha ganado el Premio Anual. Recibió la notificación la
semana pasada.

Harry volvió a mirar la foto. Percy, que estaba en el séptimo y último curso
de Hogwarts, parecía especialmente orgulloso. Se había colocado la medalla
del Premio Anual en el fez que llevaba graciosamente sobre su pelo repeinado.


Las gafas de montura de asta reflejaban el sol egipcio.

Luego Harry cogió el regalo y lo desenvolvió. Parecía una diminuta peonza
de cristal. Debajo había otra nota de

Ron:

Harry:

Esto es un chivatoscopio de bolsillo. Si hay alguien cerca que no
sea de fiar, en teoría tiene que dar vueltas y encenderse. Bill dice que
no es más que una engañifa para turistas magos, y que no funciona,
porque la noche pasada estuvo toda la cena sin parar. Claro que él no
sabía que Fred y George le habían echado escarabajos en la sopa.

Hasta pronto,

Ron

Harry puso el chivatoscopio de bolsillo sobre la mesita de noche, donde

permaneció inmóvil, en equilibrio sobre la punta, reflejando las manecillas

luminosas del reloj. Lo contempló durante unos segundos, satisfecho, y luego

cogió el paquete que había llevado Hedwig.

También contenía un regalo envuelto en papel, una tarjeta y una carta,
esta vez de Hermione:

Querido Harry:

Ron me escribió y me contó lo de su conversación telefónica con
tu tío Vernon. Espero que estés bien.

En estos momentos estoy en Francia de vacaciones y no sabía
cómo enviarte esto (¿y si lo abrían en la aduana?), ¡pero entonces
apareció Hedwig! Creo que quería asegurarse de que, para variar,
recibías un regalo de cumpleaños. El regalo te lo he comprado por
catálogo vía lechuza. Había un anuncio en El Profeta (me he suscrito,
hay que estar al tanto de lo que ocurre en el mundo mágico). ¿Has
visto la foto que salió de Ron y su familia hace una semana? Apuesto
a que está aprendiendo montones de cosas, me muero de envidia...
los brujos del antiguo Egipto eran fascinantes.

Aquí también tienen un interesante pasado en cuestión de
brujería. He tenido que reescribir completa la redacción sobre Historia
de la Magia para poder incluir algunas cosas que he averiguado. Espero
que no resulte excesivamente larga: comprende dos pergaminos


más de los que había pedido el profesor Binns.

Ron dice que irá a Londres la última semana de vacaciones.
¿Podrías ir tú también? ¿Te dejarán tus tíos? Espero que sí. Si no, nos
veremos en el expreso de Hogwarts el 1 de septiembre.

Besos de

Hermione

Posdata: Ron me ha dicho que Percy ha recibido el Premio Anual. Me

imagino que Percy estará en una nube. A Ron no parece que le haga

mucha gracia.

Harry volvió a sonreír mientras dejaba a un lado la carta de Hermione y
cogía el regalo. Pesaba mucho. Conociendo a Hermione, estaba convencido de
que sería un gran libro lleno de difíciles embrujos, pero no. El corazón le dio un
vuelco cuando quitó el papel y vio un estuche de cuero negro con unas
palabras estampadas en plata: EQUIPO DE MANTENIMIENTO DE ESCOBAS
VOLADORAS.

—¡Ostras, Hermione! —murmuró Harry, abriendo el estuche para echar un
vistazo.

Contenía un tarro grande de abrillantador de palo de escoba marca
Fleetwood, unas tijeras especiales de plata para recortar las ramitas, una
pequeña brújula de latón para los viajes largos en escoba y un Manual de
mantenimiento de la escoba voladora.

Después de sus amigos, lo que Harry más apreciaba de Hogwarts era el
quidditch, el deporte que contaba con más seguidores en el mundo mágico. Era
muy peligroso, muy emocionante, y los jugadores iban montados en escoba.
Harry era muy bueno jugando al quidditch. Era el jugador más joven de
Hogwarts de los últimos cien años. Uno de sus trofeos más estimados era la
escoba de carreras Nimbus 2.000.

Harry dejó a un lado el estuche y cogió el último paquete. Reconoció de
inmediato los garabatos que había en el papel marrón: aquel paquete lo había
enviado Hagrid, el guardabosques de Hogwarts. Desprendió la capa superior
de papel y vislumbró una cosa verde y como de piel, pero antes de que pudiera
desenvolverlo del todo, el paquete tembló y lo que estaba dentro emitió un
ruido fuerte, como de fauces que se cierran.

Harry se estremeció. Sabía que Hagrid no le enviaría nunca nada peligroso
a propósito, pero es que las ideas de Hagrid sobre lo que podía resultar
peligroso no eran muy normales: Hagrid tenía amistad con arañas gigantes;
había comprado en las tabernas feroces perros de tres cabezas; y había
escondido en su cabaña huevos de dragón (lo cual estaba prohibido).


Harry tocó el paquete con el dedo, con temor. Volvió a hacer el mismo
ruido de cerrar de fauces. Harry cogió la lámpara de la mesita de noche, la
sujetó firmemente con una mano y la levantó por encima de su cabeza,
preparado para atizar un golpe. Entonces cogió con la otra mano lo que
quedaba del envoltorio y tiró de él.

Cayó un libro. Harry sólo tuvo tiempo de ver su elegante cubierta verde,
con el título estampado en letras doradas, El monstruoso libro de los
monstruos, antes de que el libro se levantara sobre el lomo y escapara por la
cama como si fuera un extraño cangrejo.

—Oh... ah —susurró Harry.

Cayó de la cama produciendo un golpe seco y recorrió con rapidez la
habitación, arrastrando las hojas. Harry lo persiguió procurando no hacer ruido.
Se había escondido en el oscuro espacio que había debajo de su mesa.
Rezando para que los Dursley estuvieran aún profundamente dormidos, Harry
se puso a cuatro patas y se acercó a él.

—¡Ay!

El libro se cerró atrapándole la mano y huyó batiendo las hojas,
apoyándose aún en las cubiertas. Harry gateó, se echó hacia delante y logró
aplastarlo. Tío Vernon emitió un sonoro ronquido en el dormitorio contiguo.

Hedwig y Errol lo observaban con interés mientras Harry sujetaba el libro
fuertemente entre sus brazos, se iba a toda prisa hacia los cajones del armario
y sacaba un cinturón para atarlo. El libro monstruoso tembló de ira, pero ya no
podía abrirse ni cerrarse, así que Harry lo dejó sobre la cama y cogió la carta
de Hagrid.

Querido Harry:

¡Feliz cumpleaños!

He pensado que esto te podría resultar útil para el próximo curso.
De momento no te digo nada más. Te lo diré cuando nos veamos.

Espero que los muggles te estén tratando bien.

Con mis mejores deseos,

Hagrid

A Harry le dio mala espina que Hagrid pensara que podía serle útil un libro
que mordía, pero dejó la tarjeta de Hagrid junto a las de Ron y Hermione,
sonriendo con más ganas que nunca. Ya sólo le quedaba la carta de Hogwarts.


Percatándose de que era más gruesa de lo normal, Harry rasgó el sobre,
extrajo la primera página de pergamino y leyó:

Estimado señor Potter:

Le rogamos que no olvide que el próximo curso dará comienzo el
1 de septiembre. El expreso de Hogwarts partirá a las once en punto
de la mañana de la estación de King’s Cross, anden nueve y tres
cuartos.

A los alumnos de tercer curso se les permite visitar determinados
fines de semana el pueblo de Hogsmeade. Le rogamos que entregue a
sus padres o tutores el documento de autorización adjunto para que lo
firmen.

También se adjunta la lista de libros del próximo curso.

Atentamente,

Profesora M. McGonagall

Subdirectora

Harry extrajo la autorización para visitar el pueblo de Hogsmeade, y la
examinó, ya sin sonreír. Sería estupendo visitar Hogsmeade los fines de
semana; sabía que era un pueblo enteramente dedicado a la magia y nunca
había puesto en él los pies. Pero ¿cómo demonios iba a convencer a sus tíos
de que le firmaran la autorización?

Miró el despertador. Eran las dos de la mañana.

Decidió pensar en ello al día siguiente, se metió en la cama y se estiró para
tachar otro día en el calendario que se había hecho para ir descontando los
días que le quedaban para regresar a Hogwarts. Se quitó las gafas y se acostó
para contemplar las tres tarjetas de cumpleaños.

Aunque era un muchacho diferente en muchos aspectos, en aquel
momento Harry Potter se sintió como cualquier otro:

contento, por primera vez en su vida, de que fuera su cumpleaños.

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