Era tan absurdo que les costó un rato comprender lo que había dicho. Luego,
Ron dijo lo mismo que Harry pensaba:
—Están ustedes locos.
—¡Absurdo! —dijo Hermione con voz débil.
—¡Peter Pettigrew está muerto! ¡Lo mató hace doce años!
Señaló a Black, cuya cara sufría en ese momento un movimiento
espasmódico.
—Tal fue mi intención —explicó, enseñando los dientes amarillos—, pero el
pequeño Peter me venció. ¡Pero esta vez me vengaré!
Y dejó en el suelo a Crookshanks antes de abalanzarse sobre Scabbers;
Ron gritó de dolor cuando Black cayó sobre su pierna rota.
—¡Sirius, NO! —gritó Lupin, corriendo hacia ellos y separando a Black de
Ron—. ¡ESPERA! ¡No puedes hacerlo así! ¡Tienen que comprender! ¡Tenemos
que explicárselo!
—Podemos explicarlo después —gruñó Black, intentando desprenderse de
Lupin y dando un zarpazo al aire para atrapar a Scabbers, que gritaba como un
cochinillo y arañaba a Ron en la cara y en el cuello, tratando de escapar.
—¡Tienen derecho... a saberlo... todo! —jadeó Lupin sujetando a Black—.
¡Es la mascota de Ron! ¡Hay cosas que ni siquiera yo comprendo! ¡Y Harry...!
¡Tienes que explicarle la verdad a Harry, Sirius!
Black dejó de forcejear; aunque mantuvo los hundidos ojos fijos en
Scabbers, a la que Ron protegía con sus manos arañadas, mordidas y
manchadas de sangre.
—De acuerdo, pues —dijo Black, sin apartar la mirada de la rata—.
Explícales lo que quieras, pero date prisa, Remus. Quiero cometer el asesinato
por el que fui encarcelado...
—Están locos los dos —dijo Ron con voz trémula, mirando a Harry y a
Hermione, en busca de apoyo—. Ya he tenido bastante. Me marcho.
Intentó incorporarse sobre su pierna sana, pero Lupin volvió a levantar la
varita apuntando a Scabbers.
—Me vas a escuchar hasta el final, Ron —dijo en voz baja—. Pero sujeta
bien a Peter mientras escuchas.
—¡NO ES PETER, ES SCABBERS! —gritó Ron, obligando a la rata a
meterse en su bolsillo delantero, aunque se resistía demasiado. Ron perdió el
equilibrio. Harry lo cogió y lo tendió en la cama. Sin hacer caso de Black, Harry
se volvió hacia Lupin.
—Hubo testigos que vieron morir a Pettigrew —dijo—. Toda una calle llena
de testigos.
—¡No vieron, creyeron ver! —respondió Black con furia, vigilando a
Scabbers, que se debatía en las manos de Ron.
—Todo el mundo creyó que Sirius mató a Peter —confirmó Lupin—. Yo
mismo lo creía hasta que he visto el mapa esta noche. Porque el mapa del
merodeador nunca miente... Peter está vivo. Ron lo tiene entre las manos,
Harry.
Harry bajó la mirada hacia Ron, y al encontrarse sus ojos, se entendieron
sin palabras: indudablemente, Black y Lupin estaban locos. Nada de lo que
decían tenía sentido. ¿Cómo iba Scabbers a ser Peter Pettigrew? Azkaban
debía de haber trastornado a Black, después de todo. Pero ¿por qué Lupin le
seguía la corriente?
Entonces habló Hermione, con una voz temblorosa que pretendía parecer
calmada, como si quisiera que el profesor Lupin recobrara la sensatez.
—Pero profesor Lupin: Scabbers no puede ser Pettigrew... Sencillamente
es imposible, usted lo sabe.
—¿Por qué no puede serlo? —preguntó Lupin tranquilamente, como si
estuvieran en clase y Hermione se limitara a plantear un problema en un
experimento con grindylows .
—Porque si Peter Pettigrew hubiera sido un animago, la gente lo habría
sabido. Estudiamos a los animagos con la profesora McGonagall. Y yo los
estudié en la enciclopedia cuando preparaba el trabajo. El Ministerio vigila a los
magos que pueden convertirse en animales. Hay un registro que indica en qué
animal se convierten y las señales que tienen. Yo busqué «Profesora
McGonagall» en el registro, y vi que en este siglo sólo ha habido siete
animagos. El nombre de Peter Pettigrew no figuraba en la lista.
Iba a asombrarse Harry de la escrupulosidad con que Hermione hacía los
deberes cuando Lupin se echó a reír.
—¡Bien otra vez, Hermione! —dijo—. Pero el Ministerio ignora la existencia
de otros tres animagos en Hogwarts.
—Si se lo vas a contar; date prisa, Remus —gruñó Black, que seguía
vigilando cada uno de los frenéticos movimientos de Scabbers—. He esperado
doce años. No voy a esperar más.
—De acuerdo, pero tendrás que ayudarme, Sirius —dijo Lupin—. Yo sólo
sé cómo comenzó...
Lupin se detuvo en seco. Había oído un crujido tras él. La puerta de la
habitación acababa de abrirse. Los cinco se volvieron hacia ella. Lupin se
acercó y observó el rellano.
—No hay nadie.
—¡Este lugar está encantado! —dijo Ron.
—No lo está —dijo Lupin, que seguía mirando a la puerta, intrigado—. La
Casa de los Gritos nunca ha estado embrujada. Los gritos y aullidos que oían
los del pueblo los producía yo. —Se apartó el ceniciento pelo de los ojos.
Meditó un instante y añadió—: Con eso empezó todo... cuando me convertí en
hombre lobo. Nada de esto habría sucedido si no me hubieran mordido... y si
no hubiera sido yo tan temerario.
Estaba tranquilo pero fatigado. Iba Ron a interrumpirle cuando Hermione,
que observaba a Lupin muy atentamente, se llevó el dedo a la boca.
—¡Chitón!
—Era muy pequeño cuando me mordieron —prosiguió Lupin—. Mis padres
lo intentaron todo, pero en aquellos días no había cura. La poción que me ha
estado dando el profesor Snape es un descubrimiento muy reciente. Me vuelve
inofensivo, ¿os dais cuenta? Si la tomo la semana anterior a la luna llena,
conservo mi personalidad al transformarme... Me encojo en mi despacho,
convertido en un lobo inofensivo, y aguardo a que la luna vuelva a menguar.
Sin embargo, antes de que se descubriera la poción de matalobos, me
convertía una vez al mes en un peligroso lobo adulto. Parecía imposible que
pudiera venir a Hogwarts. No era probable que los padres quisieran que sus
hijos estuvieran a mi merced. Pero entonces Dumbledore llegó a director y se
hizo cargo de mi problema. Dijo que mientras tomáramos ciertas precauciones,
no había motivo para que yo no acudiera a clase. —Lupin suspiró y miró a
Harry—. Te dije hace meses que el sauce boxeador lo plantaron el año que
llegué a Hogwarts. La verdad es que lo plantaron porque vine a Hogwarts. Esta
casa —Lupin miró a su alrededor melancólicamente—, el túnel que conduce a
ella... se construyeron para que los usara yo. Una vez al mes me sacaban del
castillo furtivamente y me traían a este lugar para que me transformara. El árbol
se puso en la boca del túnel para que nadie se encontrara conmigo mientras yo
fuera peligroso.
Harry no sabía en qué pararía la historia, pero aun así escuchaba con gran
interés. Lo único que se oía, aparte de la voz de Lupin, eran los chillidos
asustados de Scabbers.
—En aquella época mis transformaciones eran... eran terribles. Es muy
doloroso convertirse en licántropo. Se me aislaba de los humanos para que no
los mordiera, de forma que me arañaba y mordía a mí mismo. En el pueblo
oían los ruidos y los gritos, y creían que se trataba de espíritus especialmente
violentos. Dumbledore alentó los rumores... Ni siquiera ahora que la casa lleva
años en silencio se atreven los del pueblo a acercarse. Pero aparte de eso, yo
era más feliz que nunca. Por primera vez tenía amigos, tres estupendos
amigos: Sirius Black, Peter Pettigrew y tu padre, Harry, James Potter. Mis tres
amigos no podían dejar de darse cuenta de mis desapariciones mensuales. Yo
inventaba historias de todo tipo. Les dije que mi madre estaba enferma y que
tenía que ir a casa a verla... Me aterrorizaba que pudieran abandonarme
cuando descubrieran lo que yo era. Pero al igual que tú, Hermione, averiguaron
la verdad. Y no me abandonaron. Por el contrario, convirtieron mis
metamorfosis no sólo en soportables, sino en los mejores momentos de mi
vida. Se hicieron animagos.
—¿Mi padre también? —preguntó Harry atónito.
—Sí, claro —respondió Lupin—. Les costó tres años averiguar cómo
hacerlo. Tu padre y Sirius eran los alumnos más inteligentes del colegio y
tuvieron suerte porque la transformación en animago puede salir fatal. Es la
razón por la que el Ministerio vigila estrechamente a los que lo intentan. Peter
necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener de James y Sirius. Finalmente,
en quinto, lo lograron. Cada cual tuvo la posibilidad de convertirse a voluntad
en un animal diferente.
—Pero ¿en qué le benefició a usted eso? —preguntó Hermione con
perplejidad.
—No podían hacerme compañía como seres humanos, así que me la
hacían como animales —explicó Lupin—. Un licántropo sólo es peligroso para
las personas. Cada mes abandonaban a hurtadillas el castillo, bajo la capa
invisible de James. Peter, como era el más pequeño, podía deslizarse bajo las
ramas del sauce y tocar el nudo que las deja inmóviles. Entonces pasaban por
el túnel y se reunían conmigo. Bajo su influencia yo me volvía menos peligroso.
Mi cuerpo seguía siendo de lobo, pero mi mente parecía más humana mientras
estaba con ellos.
—Date prisa, Remus —gritó Black, que seguía mirando a Scabbers con
una horrible expresión de avidez.
—Ya llego, Sirius, ya llego... Al transformarnos se nos abrían posibilidades
emocionantes. Abandonábamos la Casa de los Gritos y vagábamos de noche
por los terrenos del colegio y por el pueblo. Sirius y James se transformaban en
animales tan grandes que eran capaces de tener a raya a un licántropo. Dudo
que ningún alumno de Hogwarts haya descubierto nunca tantas cosas sobre el
colegio como nosotros. Y de esa manera llegamos a trazar el mapa del merodeador
y lo firmamos con nuestros apodos: Sirius era Canuto, Peter
Colagusano y James Cornamenta.
—¿Qué animal...? —comenzó Harry, pero Hermione lo interrumpió:
—¡Aun así, era peligroso! ¡Andar por ahí, en la oscuridad, con un
licántropo! ¿Qué habría ocurrido si les hubiera dado esquinazo a los otros y
mordido a alguien?
—Ése es un pensamiento que aún me reconcome —respondió Lupin en
tono de lamentación—. Estuve a punto de hacerlo muchas veces. Luego nos
reíamos. Éramos jóvenes e irreflexivos. Nos dejábamos llevar por nuestras
ocurrencias. A menudo me sentía culpable por haber traicionado la confianza
de Dumbledore. Me había admitido en Hogwarts cuando ningún otro director lo
habría hecho, y no se imaginaba que yo estuviera rompiendo las normas que
había establecido para mi propia seguridad y la de otros. Nunca supo que por
mi culpa tres de mis compañeros se convirtieron ilegalmente en animagos.
Pero olvidaba mis remordimientos cada vez que nos sentábamos a planear la
aventura del mes siguiente. Y no he cambiado... —Las facciones de Lupin se
habían tensado y se le notaba en la voz que estaba disgustado consigo
mismo—. Todo este curso he estado pensando si debería decirle a
Dumbledore que Sirius es un animago. Pero no lo he hecho. ¿Por qué? Porque
soy demasiado cobarde. Decírselo habría supuesto confesar que yo traicionaba
su confianza mientras estaba en el colegio, habría supuesto admitir que
arrastraba a otros conmigo... y la confianza de Dum bledore ha sido muy
importante para mí. Me dejó entrar en Hogwarts de niño y me ha dado un
trabajo cuando durante toda mi vida adulta me han rehuido y he sido incapaz
de encontrar un empleo remunerado debido a mi condición. Y por eso supe que
Sirius entraba en el colegio utilizando artes oscuras aprendidas de Voldemort y
de que su condición de animago no tenía nada que ver... Así que, de alguna
manera, Snape tenía razón en lo que decía de mí.
—¿Snape? —dijo Black bruscamente, apartando los ojos de Scabbers por
primera vez desde hacía varios minutos, y mirando a Lupin—. ¿Qué pinta
Snape?
—Está aquí, Sirius —dijo Lupin con disgusto—. Tam bién da clases en
Hogwarts. —Miró a Harry, a Ron y a Hermione—. El profesor Snape era
compañero nuestro. —Se volvió otra vez hacia Black—: Ha intentado por todos
los medios impedir que me dieran el puesto de profesor de Defensa Contra las
Artes Oscuras. Le ha estado diciendo a Dumbledore durante todo el curso que
no soy de fiar. Tiene motivos... Sirius le gastó una broma que casi lo mató, una
broma en la que me vi envuelto.
—Le estuvo bien empleado. —Black se rió con una mueca—. Siempre
husmeando, siempre queriendo saber lo que tramábamos... para ver si nos
expulsaban.
—Severus estaba muy interesado por averiguar adónde iba yo cada mes
—explicó Lupin a los tres jóvenes—. Estábamos en el mismo curso, ¿sabéis? Y
no nos caíamos bien. En especial, le tenía inquina a James. Creo que era
envidia por lo bien que se le daba el quidditch... De todas formas, Snape me
había visto atravesar los terrenos del colegio con la señora Pomfrey cierta tarde
que me llevaba hacia el sauce boxeador para mi transformación. Sirius pensó
que sería divertido contarle a Snape que para entrar detrás de mí bastaba con
apretar el nudo del árbol con un palo largo. Bueno, Snape, como es lógico, lo
hizo. Si hubiera llegado hasta aquí, se habría encontrado con un licántropo
completamente transformado. Pero tu padre, que había oído a Sirius, fue tras
Snape y lo obligó a volver, arriesgando su propia vida, aunque Snape me
entrevió al final del túnel. Dumbledore le prohibió contárselo a nadie, pero
desde aquel momento supo lo que yo era...
—Entonces, por eso lo odia Snape —dijo Harry—. ¿Pensó que estaba
usted metido en la broma?
—Exactamente —admitió una voz fría y burlona que provenía de la pared,
a espaldas de Lupin.
Severus Snape se desprendió de la capa invisible y apuntó a Lupin con la
varita.
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