martes, 29 de agosto de 2017

Capitulo 12. El patronus

Harry sabía que la intención de Hermione había sido buena, pero eso no le
impidió enfadarse con ella. Había sido propietario de la mejor escoba del
mundo durante unas horas y, por culpa de Hermione, ya no sabía si la volvería
a ver. Estaba seguro de que no le ocurría nada a la Saeta de Fuego, pero ¿en
qué estado se encontraría después de pasar todas las pruebas antihechizos?

Ron también estaba enfadado con Hermione. En su opinión, desmontar
una Saeta de Fuego completamente nueva era un crimen. Hermione, que
seguía convencida de que había hecho lo que debía, comenzó a evitar la sala

común. Harry y Ron supusieron que se había refugiado en la biblioteca y no
intentaron persuadirla de que saliera de allí. Se alegraron de que el resto del
colegio regresara poco después de Año Nuevo y la torre de Gryffindor volviera


a estar abarrotada de gente y de bullicio.

Wood buscó a Harry la noche anterior al comienzo de las clases.

—¿Qué tal las Navidades? —preguntó. Y luego, sin esperar respuesta, se
sentó, bajó la voz y dijo—: He estado meditando durante las vacaciones, Harry.
Después del último partido, ¿sabes? Si los dementores acuden al siguiente...
no nos podemos permitir que tú... bueno...

Wood se quedó callado, con cara de sentirse incómodo.

—Estoy trabajando en ello —dijo Harry rápidamente—. El profesor Lupin
me dijo que me daría unas clases para ahuyentar a los dementores.
Comenzaremos esta semana. Dijo que después de Navidades estaría menos
atareado.

—Ya —dijo Wood. Su rostro se animó—. Bueno, en ese caso... Realmente
no quería perderte como buscador; Harry. ¿Has comprado ya otra escoba?

—No —contestó Harry.

—¿Cómo? Pues será mejor que te des prisa. No puedes montar en esa
Estrella Fugaz en el partido contra Ravenclaw.

—Le regalaron una Saeta de Fuego en Navidad —dijo Ron.

—¿Una Saeta de Fuego? ¡No! ¿En serio? ¿Una Saeta de Fuego de
verdad?

—No te emociones, Oliver —dijo Harry con tristeza—. Ya no la tengo. Me
la confiscaron. —Y explicó que estaban revisando la Saeta de Fuego en
aquellos instantes.

—¿Hechizada? ¿Por qué podría estar hechizada?

—Sirius Black —explicó Harry sin entusiasmo—. Parece que va detrás de
mí. Así que McGonagall piensa que él me la podría haber enviado.

Desechando la idea de que un famoso asesino estuviera interesado por la
vida de su buscador; Wood dijo:

—¡Pero Black no podría haber comprado una Saeta de Fuego! Es un
fugitivo. Todo el país lo está buscando. ¿Cómo podría entrar en la tienda de
Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch y comprar una escoba?

—Ya lo sé. Pero aun así, McGonagall quiere desmontarla.

Wood se puso pálido.

—Iré a hablar con ella, Harry —le prometió—. La haré entrar en razón...
Una Saeta de Fuego... ¡una auténtica Saeta de Fuego en nuestro equipo! Ella
tiene tantos deseos como nosotros de que gane Gryffindor... La haré entrar en


razón... ¡Una Saeta de Fuego...!

Las clases comenzaron al día siguiente. Lo último que deseaba nadie una
mañana de enero era pasar dos horas en una fila en el patio, pero Hagrid había
encendido una hoguera de salamandras, para su propio disfrute, y pasaron una
clase inusualmente agradable recogiendo leña seca y hojarasca para mantener
vivo el fuego, mientras las salamandras, a las que les gustaban las llamas,
correteaban de un lado para otro de los troncos incandescentes que se iban
desmoronando. La primera clase de Adivinación del nuevo trimestre fue mucho
menos divertida. La profesora Trelawney les enseñaba ahora quiromancia y se
apresuró a informar a Harry de que tenía la línea de la vida más corta que
había visto nunca.

A la que Harry tenía más ganas de acudir era a la clase de Defensa Contra
las Artes Oscuras. Después de la conversación con Wood, quería comenzar las
clases contra los dementores tan pronto como fuera posible.

—Ah, sí —dijo Lupin, cuando Harry le recordó su promesa al final de la
clase—. Veamos... ¿qué te parece el jueves a las ocho de la tarde? El aula de
Historia de la Magia será bastante grande... Tendré que pensar detenidamente
en esto... No podemos traer a un dementor de verdad al castillo para
practicar...

—Aún parece enfermo, ¿verdad? —dijo Ron por el pasillo, camino del
Gran Comedor—. ¿Qué crees que le pasa?

Oyeron un «chist» de impaciencia detrás de ellos. Era Hermione, que
había estado sentada a los pies de una armadura, ordenando la mochila, tan
llena de libros que no se cerraba.

—¿Por qué nos chistas? —le preguntó Ron irritado.

—Por nada —dijo Hermione con altivez, echándose la mochila al hombro.

—Por algo será —dijo Ron—. Dije que no sabía qué le ocurría a Lupin y
tú...

—Bueno, ¿no es evidente? —dijo Hermione con una mirada de
superioridad exasperante.

—Si no nos lo quieres decir, no lo hagas —dijo Ron con brusquedad.

—Vale —respondió Hermione, y se marchó altivamente.

—No lo sabe —dijo Ron, siguiéndola con los ojos y resentido—. Sólo
quiere que le volvamos a hablar.


A las ocho de la tarde del jueves, Harry salió de la torre de Gryffindor para
acudir al aula de Historia de la Magia. Cuando llegó estaba a oscuras y vacía,
pero encendió las luces con la varita mágica y al cabo de cinco minutos
apareció el profesor Lupin, llevando una gran caja de embalar que puso encima
de la mesa del profesor Binn.

—¿Qué es? —preguntó Harry.

—Otro boggart —dijo Lupin, quitándose la capa—. He estado buscando
por el castillo desde el martes y he tenido la suerte de encontrar éste escondido
dentro del archivador del señor Filch. Es lo más parecido que podemos
encontrar a un auténtico dementor. El boggart se convertirá en dementor
cuando te vea, de forma que podrás practicar con él. Puedo guardarlo en mi
despacho cuando no lo utilicemos, bajo mi mesa hay un armario que le gustará.

—De acuerdo —dijo Harry, haciendo como que no era aprensivo y
satisfecho de que Lupin hubiera encontrado un sustituto de un dementor de
verdad.

—Así pues... —el profesor Lupin sacó su varita mágica e indicó a Harry
que hiciera lo mismo—. El hechizo que trataré de enseñarte es magia muy
avanzada... Bueno, muy por encima del Nivel Corriente de Embrujo. Se llama
«encantamiento patronus».

—¿Cómo es? —preguntó Harry, nervioso.

—Bueno, cuando sale bien invoca a un patronus para que se aparezca —
explicó Lupin— y que es una especie de antidementor; un guardián que hace
de escudo entre el dementor y tú.

Harry se imaginó de pronto agachado tras alguien del tamaño de Hagrid
que empuñaba una porra gigantesca. El profesor Lupin continuó:

—El patronus es una especie de fuerza positiva, una proyección de las
mismas cosas de las que el dementor se alimenta: esperanza, alegría, deseo
de vivir... y no puede sentir desesperación como los seres humanos, de forma
que los dementores no lo pueden herir. Pero tengo que advertirte, Harry, de
que el hechizo podría resultarte excesivamente avanzado. Muchos magos
cualificados tienen dificultades con él.

—¿Qué aspecto tiene un patronus? —dijo Harry con curiosidad.

—Es según el mago que lo invoca.

—¿Y cómo se invoca?

—Con un encantamiento que sólo funcionará si te concentras con todas
tus fuerzas en un solo recuerdo de mucha alegría.

Harry intentó recordar algo alegre. Desde luego, nada de lo que le había


ocurrido en casa de los Dursley le serviría. Al final recordó el instante en que
por primera vez montó en una escoba.

—Ya —dijo, intentando recordar lo más exactamente posible la maravillosa
sensación de vértigo que había notado en el estómago.

—El encantamiento es así —Lupin se aclaró la garganta—: ¡Expecto
patronum!

—¡Expecto patronum! —repitió Harry entre dientes—. ¡Expecto patronum!

—¿Te estás concentrando con fuerza en el recuerdo feliz?

—Sí... —contestó Harry, obligando a su mente a que retrocediese hasta
aquel primer viaje en escoba—. Expecto patrono, no, patronum... perdón...
¡Expecto patronum! ¡Expecto patronum!

De repente, como un chorro, surgió algo del extremo de su varita. Era
como un gas plateado.

—¿Lo ha visto? —preguntó Harry entusiasmado—. ¡Algo ha ocurrido!

—Muy bien —dijo Lupin sonriendo—. Bien, entonces... ¿estás preparado
para probarlo en un dementor?

—Sí —dijo Harry, empuñando la varita con fuerza y yendo hasta el centro
del aula vacía. Intentó mantener su pensamiento en el vuelo con la escoba,
pero en su mente había otra cosa que trataba de introducirse... Tal vez en
cualquier instante volviera a oír a su madre... Pero no debía pensar en ello o
volvería a oírla realmente, y no quería... ¿o sí quería?

Lupin cogió la tapa de la caja de embalaje y tiró de ella. Un dementor se
elevó despacio de la caja, volviendo hacia Harry su rostro encapuchado. Una
mano viscosa y llena de pústulas sujetaba la capa.

Las luces que había en el aula parpadearon hasta apagarse. El dementor
salió de la caja y se dirigió silenciosamente hacia Harry, exhalando un aliento
profundo y vibrante. Una hola de intenso frío se extendió sobre él.

—¡Expecto patronum! —gritó Harry—. ¡Expecto patronum! ¡Expecto. ..!

Pero el aula y el dementor desaparecían. Harry cayó de nuevo a través de
una niebla blanca y espesa, y la voz de su madre resonó en su cabeza, más
fuerte que nunca...

—¡A Harry no! ¡A Harry no! Por favor... haré cualquier cosa...

—A un lado... hazte a un lado, muchacha...

—¡Harry!

Harry volvió de pronto a la realidad. Estaba boca arriba, tendido en el


suelo. Las luces del aula habían vuelto a encenderse. No necesitó preguntar
qué era lo que había ocurrido.

—Lo siento —musitó, incorporándose y notando un sudor frío que le corría
por detrás de las gafas.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Lupin.

—Sí...

Para levantarse, Harry se apoyó primero en un pupitre y luego en Lupin.

—Toma. —Lupin le ofreció una rana de chocolate—. Cómetela antes de
que volvamos a intentarlo. No esperaba que lo consiguieras la primera vez. Me
habría impresionado mucho que lo hubieras hecho.

—Cada vez es peor —musitó Harry, mordiendo la cabeza de la rana—.
Esta vez la he oído más alto aún. Y a él... a Voldemort...

Lupin estaba más pálido de lo habitual.

—Harry, si no quieres continuar; lo comprenderé perfectamente...

—¡Sí quiero! —dijo Harry con energía, metiéndose en la boca el resto de la

rana—. ¡Tengo que hacerlo! ¿Y si los dementores vuelven a presentarse en el
partido contra Ravenclaw? No puedo caer de nuevo. ¡Si perdemos este partido,
habremos perdido la copa de quidditch!

—De acuerdo, entonces... —dijo Lupin—. Tal vez quieras seleccionar otro
recuerdo feliz. Quiero decir; para concentrarte. Ése no parece haber sido
bastante poderoso...

Harry pensó intensamente y recordó que se había sentido muy contento
cuando, el año anterior; Gryffindor había ganado la Copa de las Casas.
Empuñó otra vez la varita mágica y volvió a su puesto en mitad del aula.

—¿Preparado? —preguntó Lupin, cogiendo la tapa de la caja.

—Preparado —dijo Harry, haciendo un gran esfuerzo por llenarse la
cabeza de pensamientos alegres sobre la victoria de Gryffindor; y no con
pensamientos oscuros sobre lo que iba a ocurrir cuando la caja se abriera.

—¡Ya! —dijo Lupin, levantando la tapa.

El aula volvió a enfriarse y a quedarse a oscuras. El dementor avanzó con
su violenta respiración, abriendo una mano putrefacta en dirección a Harry.

—¡Expecto patronum! —gritó Harry—. ¡Expecto patronum! ¡Expecto pat...!

Una niebla blanca le oscureció el sentido. En tomo a él se movieron unas
formas grandes y borrosas... Luego oyó una voz nueva, de hombre, que gritaba
aterrorizado:


—¡Lily, coge a Harry y vete! ¡Es él! ¡Vete! ¡Corre! Yo lo detendré.

El ruido de alguien dentro de una habitación, una puerta que se abría de
golpe, una carcajada estridente.

—¡Harry! Harry, despierta...

Lupin le abofeteaba las mejillas. Esta vez le costó un minuto comprender
por qué estaba tendido en el suelo polvoriento del aula.

—He oído a mi padre —balbuceó Harry—. Es la primera vez que lo oigo.
Quería enfrentarse a Voldemort para que a mi madre le diera tiempo de
escapar.

Harry notó que en su rostro había lágrimas mezcladas con el sudor. Bajó la
cabeza todo lo que pudo para limpiarse las lágrimas con la túnica, haciendo
como que se ataba el cordón del zapato, para que Lupin no se diera cuenta de
que había llorado.

—¿Has oído a James? —preguntó Lupin con voz extraña.

—Sí... —Con la cara ya seca, volvió a levantar la vista—. ¿Por qué? Usted
no conocía a mi padre, ¿o sí?

—Lo... lo conocí, sí —contestó Lupin—. Fuimos amigos en Hogwarts.
Escucha, Harry. Tal vez deberíamos dejarlo por hoy Este encantamiento es
demasiado avanzado... No debería haberte puesto en este trance...

—No —repuso Harry. Se volvió a levantar—. ¡Lo volveré a intentar! No
pienso en cosas bastante alegres, por eso... ¡espere!

Hizo un gran esfuerzo para pensar. Un recuerdo muy feliz..., un recuerdo
que pudiera transformarse en un patronus bueno y fuerte...

¡El momento en que se enteró de que era un mago y de que tenía que
dejar la casa de los Dursley para ir a Hogwarts! Si eso no era un recuerdo feliz,
entonces no sabía qué podía serlo. Concentrado en los sentimientos que lo
habían embargado al enterarse de que se iría de Privet Drive, Harry se levantó
y se puso de nuevo frente a la caja de embalaje.

—¿Preparado? —dijo Lupin, como si fuera a obrar en contra de su
criterio—. ¿Te estás concentrando bien? De acuerdo. ¡Ya!

Levantó la tapa de la caja por tercera vez y el dementor volvió a salir de
ella. El aula volvió a enfriarse y a oscurecerse.

—¡EXPECTO PATRONUM! —gritó Harry—. ¡EXPECTO PATRONUM!
¡EXPECTO PATRONUM!

De nuevo comenzaron los gritos en la mente de Harry, salvo que esta vez
sonaban como si procedieran de una radio mal sintonizada. El sonido bajó,
subió y volvió a bajar... Todavía seguía viendo al dementor. Se había


detenido... Y luego, una enorme sombra plateada salió con fuerza del extremo
de la varita de Harry y se mantuvo entre él y el dementor; y aunque Harry
sentía sus piernas como de mantequilla, seguía de pie, sin saber cuánto tiempo
podría aguantar.

—¡Riddíkulo! —gritó Lupin, saltando hacia delante.

Se oyó un fuerte crujido y el nebuloso patronus se desvaneció junto con el
dementor. Harry se derrumbó en una silla, con las piernas temblando, tan
cansado como si acabara de correr varios kilómetros. Por el rabillo del ojo vio al
profesor Lupin obligando con la varita al boggart a volver a la caja de embalaje.
Se había vuelto a convertir en una esfera plateada.

—¡Estupendo! —dijo Lupin, yendo hacia donde estaba Harry sentado—.
¡Estupendo, Harry! Ha sido un buen principio.

—¿Podemos volver a probar? Sólo una vez más.

—Ahora no —dijo Lupin con firmeza—. Ya has tenido bastante por una
noche. Ten...

Ofreció a Harry una tableta del mejor chocolate de Honeydukes.

—Cómetelo todo o la señora Pomfrey me matará. ¿El jueves que viene a la
misma hora?

—Vale —dijo Harry. Dio un mordisco al chocolate y vio que Lupin apagaba
las luces que se habían encendido con la desaparición del dementor. Se le
acababa de ocurrir algo—: ¿Profesor Lupin? —preguntó—. Si conoció a mi
padre, tam bién conocería a Sirius Black.

Lupin se volvió con rapidez:

—¿Qué te hace pensar eso? —dijo severamente.

—Nada. Quiero decir... me he enterado de que eran amigos en Hogwarts.

El rostro de Lupin se calmó.

—Sí, lo conocí —dijo lacónicamente—. O creía que lo conocía. Será mejor
que te vayas, Harry. Se hace tarde.

Harry salió del aula, atravesó el corredor; dobló una esquina, dio un rodeo
por detrás de una armadura y se sentó en la peana para terminar el chocolate,
lamentando haber mencionado a Black, dado que a Lupin, obviamente, no le
había hecho gracia. Luego volvió a pensar en sus padres.

Se sentía extrañamente vacío, a pesar de haber comido tanto chocolate.
Aunque era terrible oír dentro de su cabeza los últimos instantes de vida de sus
padres, eran las únicas ocasiones en que había oído sus voces, desde que era

muy pequeño. Nunca sería capaz de crear un patronus de verdad si en parte
deseaba volver a oír la voz de sus padres...


—Están muertos —se dijo con firmeza—. Están muertos y volver a oír el
eco de su voz no los traerá a la vida. Será mejor que me controle si quiero la
copa de quidditch.

Se puso en pie, se metió en la boca el último pedazo de chocolate y volvió
hacia la torre de Gryffindor.

Ravenclaw jugó contra Slytherin una semana después del comienzo del
trimestre. Slytherin ganó, aunque por muy poco. Según Wood, eran buenas
noticias para Gryffindor; que se colocaría en segundo puesto si ganaba
también a Ravenclaw. Por lo tanto, aumentó los entrenamientos a cinco por
semana. Esto significaba que, junto con las clases antidementores de Lupin,
que resultaban más agotadoras que seis sesiones de entrenamiento de
quidditch, a Harry le quedaba tan sólo una noche a la semana para hacer todos
los deberes. Aun así, no parecía tan agobiado como Hermione, a la que le
afectaba la inmensa cantidad de trabajo. Cada noche, sin excepción, veían a
Hermione en un rincón de la sala común, con varias mesas llenas de libros,
tablas de Aritmancia, diccionarios de runas, dibujos de muggles levantando
objetos pesados y carpetas amontonadas con apuntes extensísimos. Apenas
hablaba con nadie y respondía de malos modos cuando alguien la interrumpía.

—¿Cómo lo hará? —le preguntó Ron a Harry una tarde,. mientras el
segundo terminaba un insoportable trabajo para Snape sobre Venenos
indetectables. Harry alzó la vista. A Hermione casi no se la veía detrás de la
torre de libros.

—¿Cómo hará qué?

—Ir a todas las clases —dijo Ron—. Esta mañana la oí hablar con la
profesora Vector, la bruja que da Aritmancia. Hablaban de la clase de ayer.
Pero Hermione no pudo ir, porque estaba con nosotros en Cuidado de
Criaturas Mágicas. Y Ernie McMillan me dijo que no ha faltado nunca a una
clase de Estudios Muggles. Pero la mitad de esas clases coinciden con
Adivinación y tampoco ha faltado nunca a éstas.

Harry no tenía tiempo en aquel momento para indagar el misterio del
horario imposible de Hermione. Tenía que seguir con el trabajo para Snape.
Dos segundos más tarde volvió a ser interrumpido, esta vez por Wood.

—Malas noticias, Harry. Acabo de ver a la profesora McGonagall por lo de
la Saeta de Fuego. Ella... se ha puesto algo antipática conmigo. Me ha dicho
que mis prioridades están mal. Piensa que me preocupa más ganar la copa
que tu vida. Sólo porque le dije que no me importaba que la escoba te tirase al
suelo, siempre que cogieras la snitch. —Wood sacudió la cabeza con
incredulidad—. Realmente, por su forma de gritarme... cualquiera habría
pensado que le había dicho algo terrible. Luego le pregunté cuánto tiempo la
tendría todavía. —Hizo una mueca e imitó la voz de la profesora McGonagall—:


«El tiempo que haga falta, Wood.» Me parece que tendrás que pedir otra
escoba, Harry. Hay un cupón de pedido en la última página de El mundo de la
escoba. Podrías comprar una Nimbus 2.001 como la que tiene Malfoy.

—No voy a comprar nada que le guste a Malfoy —dijo taxativamente.

Enero dio paso a febrero sin que se notara, persistiendo en el mismo frío
glaciar. El partido contra Ravenclaw se aproximaba, pero Harry seguía sin
solicitar otra escoba. Al final de cada clase de Transformaciones, le preguntaba
a la profesora McGonagall por la Saeta de Fuego, Ron expectante junto a él,
Hermione pasando a toda velocidad por su lado, con la cara vuelta.

—No, Potter; todavía no te la podemos devolver —le dijo la profesora
McGonagall el duodécimo día de interrogatorio, antes de que el muchacho
hubiera abierto la boca—. Hemos comprobado la mayoría de los hechizos más
habituales, pero el profesor Flitwick cree que la escoba podría tener un maleficio
para derribar al que la monta. En cuanto hayamos terminado las
comprobaciones, te lo diré. Ahora te ruego que dejes de darme la lata.

Para empeorar aún más las cosas, las clases antidementores de Harry no
iban tan bien como esperaba, ni mucho menos. Después de varias sesiones,
era capaz de crear una sombra poco precisa cada vez que el dementor se le
acercaba, pero su patronus era demasiado débil para ahuyentar al dementor.
Lo único que hacía era mantenerse en el aire como una nube
semitransparente, vaciando de energía a Harry mientras éste se esforzaba por
mantenerlo. Harry estaba enfadado consigo mismo. Se sentía culpable por su
secreto deseo de volver a oír las voces de sus padres.

—Esperas demasiado de ti mismo —le dijo severamente el profesor Lupin
en la cuarta semana de prácticas—. Para un brujo de trece años, incluso un
patronus como éste es una hazaña enorme. Ya no te desmayas, ¿a que no?

—Creí que el patronus embestiría contra los dementores —dijo Harry
desalentado—, que los haría desaparecer...

—El verdadero patronus los hace desaparecer —contestó Lupin—. Pero tú
has logrado mucho en poco tiempo. Si los dementores hacen aparición en tu
próximo partido de quidditch, serás capaz de tenerlos a raya el tiempo
necesario para volver al juego.

—Usted dijo que es más dificil cuando hay muchos —repuso Harry

—Tengo total confianza en ti —aseguró Lupin sonriendo—. Toma, te has
ganado una bebida. Esto es de Las Tres Escobas y supongo que no lo habrás
probado antes...

Sacó dos botellas de su maletín.


—¡Cerveza de mantequilla! —exclamó Harry irreflexivamente—. Sí, me
encanta. —Lupin alzó una ceja—. Bueno... Ron y Hermione me trajeron
algunas cosas de Hogsmeade —mintió Harry a toda prisa.

—Ya veo —dijo Lupin, aunque parecía algo suspicaz—. Bien, bebamos por
la victoria de Gryffindor contra Ravenclaw. Aunque en teoría, como profesor no
debo tomar partido —añadió inmediatamente.

Bebieron en silencio la cerveza de mantequilla, hasta que Harry mencionó
algo en lo que llevaba algún tiempo meditando.

—¿Qué hay debajo de la capucha de un dementor?

El profesor Lupin, pensativo, dejó la botella.

—Mmm..., bueno, los únicos que lo saben no pueden decimos nada. El
dementor sólo se baja la capucha para utilizar su última arma.

—¿Cuál es?

—Lo llaman «Beso del dementor» —dijo Lupin con una amarga sonrisa—.
Es lo que hacen los dementores a aquellos a los que quieren destruir
completamente. Supongo que tendrán algo parecido a una boca, porque pegan
las mandíbulas a la boca de la víctima y... le sorben el alma.

Harry escupió, sin querer; un poco de cerveza de mantequilla.

—¿Las matan?

—No —dijo Lupin—. Mucho peor que eso. Se puede vivir sin alma,
mientras sigan funcionando el cerebro y el corazón. Pero no se puede tener
conciencia de uno mismo, ni memoria, ni nada. No hay ninguna posibilidad de
recuperarse. Uno se limita a existir. Como una concha vacía. Sin alma, perdido
para siempre. —Lupin bebió otro trago de cerveza de mantequilla y siguió
diciendo—: Es el destino que le espera a Sirius Black. Lo decía El Profeta esta
mañana. El Ministerio ha dado permiso a los dementores para besarlo cuando
lo encuentren.

Harry se quedó abstraído unos instantes, pensando en la posibilidad de
sorber el alma por la boca de una persona. Pero luego pensó en Black.

—Se lo merece —dijo de pronto.

—¿Eso piensas? —dijo, como sin darle importancia—. ¿De verdad crees
que alguien se merece eso?

—Sí —dijo Harry con altivez—. Por varios motivos.

Le habría gustado hablar con Lupin sobre la conversación que había oído
en Las Tres Escobas, sobre Black traicionando a sus padres, aunque aquello
habría supuesto revelar que había ido a Hogsmeade sin permiso. Y sabía que
a Lupin no le haría gracia. De forma que terminó su cerveza de mantequilla, dio


a Lupin las gracias y salió del aula de Historia de la Magia.

Harry casi se arrepentía de haberle preguntado qué había debajo de la
capucha de un dementor. La respuesta había sido tan horrible y lo había
sumido hasta tal punto en horribles pensamientos sobre almas sorbidas que se
dio de bruces con la profesora McGonagall mientras subía por las escaleras.

—Mira por dónde vas, Potter.

—Lo siento, profesora.

—Fui a buscarte a la sala común de Gryffindor. Bueno, aquí la tienes.
Hemos hecho todas las comprobaciones y parece que está bien. En algún
lugar tienes un buen amigo, Potter.

Harry se quedó con la boca abierta. La profesora McGonagall sostenía su
Saeta de Fuego, que tenía un aspecto tan magnífico como siempre.

—¿Puedo quedármela? —dijo Harry con voz desmayada—. ¿De verdad?

—De verdad —dijo sonriendo la profesora McGonagall—. Tendrás que
familiarizarte con ella antes del partido del sábado, ¿no? Haz todo lo posible
por ganar; porque si no quedaremos eliminados por octavo año consecutivo,
como me acaba de recordar muy amablemente el profesor Snape.

Harry subió por las escaleras hacia la torre de Gryffindor; sin habla,
llevando la Saeta de Fuego. Al doblar una esquina, vio a Ron, que se
precipitaba hacia él con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Te la ha dado? ¡Estupendo! ¿Me dejarás que monte en ella?
¿Mañana?

—Sí, por supuesto —respondió Harry con un entusiasmo que no había
experimentado desde hacía un mes—. Tendríamos que hacer las paces con
Hermione. Sólo quería ayudar...

—Sí, de acuerdo. Está en la sala común, trabajando, para variar.

Llegaron al corredor que llevaba a la torre de Gryffindor; y vieron a Neville
Longbottom que suplicaba a sir Cadogan que lo dejara entrar.

—Las escribí, pero se me deben de haber caído en alguna parte.

—¡Id a otro con ese cuento! —vociferaba sir Cadogan.

Luego, viendo a Ron y Harry—: ¡Voto a bríos, mis valientes y jóvenes
vasallos! ¡Venid a atar a este demente que trata de forzar la entrada!

—Cierra la boca —dijo Ron al llegar junto a Neville.

—He perdido las contraseñas —les confesó Neville abatido—. Le pedí que
me dijera las contraseñas de esta semana, porque las está cambiando


continuamente, y ahora no sé dónde las tengo.
—«Rompetechos» —dijo Harry a sir Cadogan, que parecía muy decepcionado y reacio a dejarlos pasar.

Hubo murmullos emocionados cuando todos se dieron la vuelta
y rodearon a Harry para admirar su Saeta de Fuego.

—¿Cómo la has conseguido, Harry?

—¿Me dejarás dar una vuelta?

—¿Ya la has probado, Harry?

—Ravenclaw no tiene nada que hacer. Todos van montados en Barredoras 7.

—¿Puedo cogerla, Harry?

Después de unos diez minutos en que la Saeta de Fuego fue pasando de
mano en mano y admirada desde cada ángulo, la multitud se dispersó y Harry y
Ron pudieron ver a Hermione, la única que no había corrido hacia ellos y había
seguido estudiando. Harry y Ron se acercaron a su mesa y la muchacha
levantó la vista.

—Me la han devuelto —le dijo Harry sonriendo y levantando la Saeta de
Fuego.

—¿Lo ves, Hermione? ¡No había nada malo en ella!

—Bueno... Podía haberlo —repuso Hermione—. Por lo menos ahora sabes
que es segura.

—Sí, supongo que sí —dijo Harry—. Será mejor que la deje arriba.

—¡Yo la llevaré! —se ofreció Ron con entusiasmo—. Tengo que darle a
Scabbers el tónico para ratas.

Cogió la Saeta de Fuego y, sujetándola como si fuera de cristal, la subió
hasta el dormitorio de los chicos.

—¿Me puedo sentar? —preguntó Harry a Hermione.

—Supongo que sí —contestó Hermione, retirando un montón de
pergaminos que había sobre la silla.

Harry echó un vistazo a la mesa abarrotada, al largo trabajo de Aritmancia,
cuya tinta todavía estaba fresca, al todavía más largo trabajo para la asignatura
de Estudios Muggles («Explicad por qué los muggles necesitan la electricidad
»), y a la traducción rúnica en que Hermione se hallaba enfrascada.

—¿Qué tal lo llevas? —preguntó Harry

—Bien. Ya sabes, trabajando duro —respondió Hermione. Harry vio que de


cerca parecía casi tan agotada como Lupin.

—¿Por qué no dejas un par de asignaturas? —preguntó Harry, viéndola
revolver entre libros en busca del diccionario de runas.

—¡No podría! —respondió Hermione escandalizada.

—La Aritmancia parece horrible —observó Harry, cogiendo una tabla de
números particularmente abstrusa.

—No, es maravillosa —dijo Hermione con sinceridad—. Es mi asignatura
favorita. Es...

Pero Harry no llegó a enterarse de qué tenía de maravilloso la Aritmancia.
En aquel preciso instante resonó un grito ahogado en la escalera de los chicos.
Todos los de la sala común se quedaron en silencio, petrificados, mirando
hacia la entrada. Se acercaban unos pasos apresurados que se oían cada vez
más fuerte. Y entonces apareció Ron arrastrando una sábana.

—¡MIRA! —gritó, acercándose a zancadas a la mesa de Hermione—.
¡MIRA! —repitió, sacudiendo la sábana delante de su cara.

—¿Qué pasa, Ron?

—¡SCABBERS! ¡MIRA! ¡SCABBERS!

Hermione se apartó de Ron, echándose hacia atrás, muy asombrada.
Harry observó la sábana que sostenía Ron. Había algo rojo en ella. Algo que se
parecía mucho a...

—¡SANGRE! —exclamó Ron en medio del silencio—. ¡NO ESTÁ! ¿Y
SABES LO QUE HABÍA EN EL SUELO?

—No, no —dijo Hermione con voz temblorosa. Ron tiró algo encima de la
traducción rúnica de Hermione. Ella y Harry se inclinaron hacia delante. Sobre
las inscripciones extrañas y espigadas había unos pelos de gato, largos y de
color canela.

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