—¡Harry! —Hermione le tiraba de la manga, mirando el reloj—. Tenemos diez
minutos para regresar a la enfermería sin ser vistos. Antes de que Dumbledore
cierre la puerta con llave.
—De acuerdo —dijo Harry, apartando los ojos del cielo—, ¡vamos!
Entraron por la puerta que tenían detrás y bajaron una estrecha escalera
de caracol. Al llegar abajo oyeron voces. Se arrimaron a la pared y escucharon.
Parecían Fudge y Snape. Caminaban aprisa por el corredor que comenzaba al
pie de la escalera.
—... Sólo espero que Dumbledore no ponga impedimentos —decía
Snape—. ¿Le darán el Beso inmediatamente?
—En cuanto llegue Macnair con los dementores. Todo este asunto de
Black ha resultado muy desagradable. No tiene ni idea de las ganas que tengo
de decir a El Profeta que por fin lo hemos atrapado. Supongo que querrán
entrevistarle, Snape... Y en cuanto el joven Harry vuelva a estar en sus
cabales, también querrá contarle al periódico cómo usted lo salvó.
Harry apretó los dientes. Entrevió la sonrisa hipócrita de Snape cuando él y
Fudge pasaron ante el lugar en que estaban escondidos. Sus pasos se
perdieron. Harry y Hermione aguardaron unos instantes para asegurarse de
que estaban lejos y echaron a correr en dirección opuesta. Bajaron una
escalera, luego otra, continuaron por otro corredor y oyeron una carcajada
delante de ellos.
—¡Peeves! —susurró Harry, asiendo a Hermione por la muñeca—.
¡Entremos aquí!
Corrieron a toda velocidad y entraron en un aula vacía que encontraron a
la izquierda. Peeves iba por el pasillo dando saltos de contento, riéndose a
mandíbula batiente.
—¡Es horrible! —susurró Hermione, con el oído pegado a la puerta—.
Estoy segura de que se ha puesto así de alegre porque los dementores van a
ejecutar a Sirius... —Miró el reloj—. Tres minutos, Harry.
Aguardaron a que la risa malvada de Peeves se perdiera en la distancia.
Entonces salieron del aula y volvieron a correr.
—Hermione, ¿qué ocurrirá si no regresamos antes de que Dumbledore
cierre la puerta? —jadeó Harry.
—No quiero ni pensarlo —dijo Hermione, volviendo a mirar el reloj—. ¡Un
minuto! —Llegaron al pasillo en que se hallaba la enfermería—. Bueno, ya se
oye a Dumbledore —dijo nerviosa Hermione—. ¡Vamos, Harry!
Siguieron por el corredor cautelosamente. La puerta se abrió. Vieron la
espalda de Dumbledore.
—Os voy a cerrar con llave —le oyeron decir—. Son las doce menos cinco.
Señorita Granger; tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.
Dumbledore salió de espaldas de la enfermería, cerró la puerta y sacó la
varita para cerrarla mágicamente. Asustados, Harry y Hermione se
apresuraron. Dumbledore alzó la vista y una sonrisa apareció bajo el bigote
largo y plateado.
—¿Bien? —preguntó en voz baja.
—¡Lo hemos logrado! —dijo Harry jadeante—. Sirius se ha ido montado en
Buckbeak...
Dumbledore les dirigió una amplia sonrisa.
—Bien hecho. Creo... —Escuchó atentamente por si se oía algo dentro de
la enfermería—. Sí, creo que ya no estáis ahí dentro. Entrad. Os cerraré.
Entraron en la enfermería. Estaba vacía, salvo por lo que se refería a Ron,
que permanecía en la cama. Después de oir la cerradura, se metieron en sus
camas. Hermione volvió a esconder el giratiempo debajo de la túnica. Un
instante después, la señora Pomfrey volvió de su oficina con paso enérgico.
—¿Ya se ha ido el director? ¿Se me permitirá ahora ocuparme de mis
pacientes?
Estaba de muy mal humor. Harry y Hermione pensaron que era mejor
aceptar el chocolate en silencio. La señora Pomfrey se quedó allí delante para
asegurarse de que se lo comían. Pero Harry apenas se lo podía tragar.
Hermione y él aguzaban el oído, con los nervios alterados. Y entonces,
mientras tomaban el cuarto trozo del chocolate de la señora Pomfrey, oyeron
un rugido furioso, procedente de algún distante lugar por encima de la
enfermería.
—¿Qué ha sido eso? —dijo alarmada la señora Pomfrey.
Oyeron voces de enfado, cada vez más fuertes. La señora Pomfrey no
perdía de vista la puerta.
—¡Hay que ver! ¡Despertarán a todo el mundo! ¿Qué creen que hacen?
Harry intentaba oír lo que decían. Se aproximaban.
—Debe de haber desaparecido, Severus. Tendríamos que haber dejado a
alguien con él en el despacho. Cuando esto se sepa...
—¡NO HA DESAPARECIDO! —bramó Snape, muy cerca de ellos—. ¡UNO
NO PUEDE APARECER NI DESAPARECER EN ESTE CASTILLO! ¡POTTER
TIENE ALGO QUE VER CON ESTO!
—Sé razonable, Severus. Harry está encerrado.
¡PLAM!
La puerta de la enfermería se abrió de golpe. Fudge, Snape y Dumbledore
entraron en la sala con paso enérgico. Sólo Dumbledore parecía tranquilo,
incluso contento. Fudge estaba enfadado, pero Snape se hallaba fuera de sí.
—¡CONFIESA, POTTER! —vociferó—. ¿QUÉ ES LO QUE HAS HECHO?
—¡Profesor Snape! —chilló la señora Pomfrey—, ¡contrólese!
—Por favor, Snape, sé razonable —dijo Fudge—. Esta puerta estaba
cerrada con llave. Acabamos de comprobarlo.
—¡LE AYUDARON A ESCAPAR, LO SÉ! —gritó Snape, señalando a Harry
y a Hermione. Tenía la cara contorsionada. Escupía saliva.
—¡Tranquilícese, hombre! —gritó Fudge—. ¡Está diciendo tonterías!
—¡NO CONOCE A POTTER! —gritó Snape—. ¡LO HIZO ÉL, SÉ QUE LO
HIZO ÉL!
—Ya vale, Severus —dijo Dumbledore con voz tranquila—. Piensa lo que
dices. Esta puerta ha permanecido cerrada con llave desde que abandoné la
enfermería, hace diez minutos. Señora Pomfrey, ¿han abandonado estos
alumnos sus camas?
—¡Por supuesto que no! —dijo ofendida la señora Pomfrey—. ¡He estado
con ellos desde que usted salió!
—Ahí lo tienes, Severus —dijo Dumbledore con tranquilidad—. A menos
que crea que Harry y Hermione son capaces de encontrarse en dos lugares al
mismo tiempo, me temo que no encuentro motivo para seguir molestándolos.
Snape se quedó allí, enfadado, apartando la vista de Fudge, que parecía
totalmente sorprendido por su comportamiento, y dirigiéndola a Dumbledore,
cuyos ojos brillaban tras las gafas. Snape dio media vuelta (la tela de su túnica
produjo un frufrú) y salió de la sala de la enfermería como un vendaval.
—Su colega parece perturbado —dijo Fudge, siguiéndolo con la vista—. Yo
en su lugar; Dumbledore, tendría cuidado con él.
—No es nada serio —dijo Dumbledore con calma—, sólo que acaba de
sufrir una gran decepción.
—¡No es el único! —repuso Fudge resoplando—. ¡El Profeta va a
encontrarlo muy divertido! ¡Ya lo teníamos arrinconado y se nos ha escapado
entre los dedos! Sólo faltaría que se enterasen también de la huida del
hipogrifo, y seré el hazmerreír. Bueno, tendré que irme y dar cuenta de todo al
Ministerio...
—¿Y los dementores? —le preguntó Dumbledore—. Espero que se vayan
del colegio.
—Sí, tendrán que irse —dijo Fudge, pasándose una mano por el cabello—.
Nunca creí que intentaran darle el Beso a un niño inocente..., estaban
totalmente fuera de control. Esta noche volverán a Azkaban. Tal vez
deberíamos pensar en poner dragones en las entradas del colegio...
—Eso le encantaría a Hagrid —dijo Dumbledore, dirigiendo a Harry y a
Hermione una rápida sonrisa. Cuando él y Fudge dejaron la enfermería, la
señora Pomfrey corrió hacia la puerta y la volvió a cerrar con llave.
Murmurando entre dientes, enfadada, volvió a su despacho.
Se oyó un leve gemido al otro lado de la enfermería. Ron se acababa de
despertar. Lo vieron sentarse, rascarse la cabeza y mirar a su alrededor.
—¿Qué ha pasado? —preguntó—. ¿Harry? ¿Qué hacemos aquí? ¿Dónde
está Sirius? ¿Dónde está Lupin? ¿Qué ocurre?
Harry y Hermione se miraron.
—Explícaselo tú —dijo Harry, cogiendo un poco más de chocolate.
Cuando Harry; Ron y Hermione dejaron la enfermería al día siguiente a
mediodía, encontraron el castillo casi desierto. El calor abrasador y el final de
los exámenes invitaban a todo el mundo a aprovechar al máximo la última visita
a Hogsmeade. Sin embargo, ni a Ron ni a Hermione les apetecía ir, así que
pasearon con Harry por los terrenos del colegio, sin parar de hablar de los
extraordinarios acontecimientos de la noche anterior y preguntándose dónde
estarían en aquel momento Sirius y Buckbeak. Cuando se sentaron cerca del
lago, viendo cómo sacaba los tentáculos del agua el calamar gigante, Harry
perdió el hilo de la conversación mirando hacia la orilla opuesta. La noche
anterior; el ciervo había galopado hacia él desde allí.
Una sombra los cubrió. Al levantar la vista vieron a Hagrid, medio dormido,
que se secaba la cara sudorosa con uno de sus enormes pañuelos y les
sonreía.
—Ya sé que no debería alegrarme después de lo sucedido la pasada
noche —dijo—. Me refiero a que Black se volviera a escapar y todo eso... Pero
¿a que no adivináis...?
—¿Qué? —dijeron, fingiendo curiosidad.
—Buckbeak. ¡Se escapó! ¡Está libre! ¡Lo estuve celebrando toda la noche!
—¡Eso es estupendo! —dijo Hermione, dirigiéndole una mirada severa a
Ron, que parecía a punto de reírse.
—Sí, no lo atamos bien —explicó Hagrid, contemplando el campo
satisfecho—. Esta mañana estaba preocupado, pensé que podía tropezarse
por ahí con el profesor Lupin. Pero Lupin dice que anoche no comió nada.
—¿Cómo? —preguntó Harry.
—Caramba, ¿no lo has oído? —le preguntó Hagrid, borrando la sonrisa.
Bajó la voz, aunque no había nadie cerca—. Snape se lo ha revelado esta
mañana a todos los de Slytherin. Creía que a estas alturas ya lo sabría todo el
mundo: el profesor Lupin es un hombre lobo. Y la noche pasada anduvo suelto
por los terrenos del colegio. En estos momentos está haciendo las maletas, por
supuesto.
—¿Que está haciendo las maletas? —preguntó Harry alarmado—. ¿Por
qué?
—Porque se marcha —dijo Hagrid, sorprendido de que Harry lo
preguntara—. Lo primero que hizo esta mañana fue presentar la dimisión. Dice
que no puede arriesgarse a que vuelva a suceder.
Harry se levantó de un salto.
—Voy a verlo —dijo a Ron y a Hermione.
—Pero si ha dimitido...
—No creo que podamos hacer nada.
—No importa. De todas maneras, quiero verlo. Nos veremos aquí mismo
más tarde.
La puerta del despacho de Lupin estaba abierta. Ya había empaquetado la
mayor parte de sus cosas. Junto al depósito vacío del grindylow, la maleta vieja
y desvencijada se hallaba abierta y casi llena. Lupin se inclinaba sobre algo
que había en la mesa y sólo levantó la vista cuando Harry llamó a la puerta.
—Te he visto venir —dijo Lupin sonriendo. Señaló el pergamino sobre el
que estaba inclinado. Era el mapa del merodeador.
—Acabo de estar con Hagrid —dijo Harry—. Me ha dicho que ha
presentado usted la dimisión. No es cierto, ¿verdad?
—Me temo que sí —contestó Lupin. Comenzó a abrir los cajones de la
mesa y a vaciar el contenido.
—¿Por qué? —preguntó Harry—. El Ministerio de Magia no lo creerá
confabulado con Sirius, ¿verdad?
Lupin fue hacia la puerta y la cerró.
—No. El profesor Dumbledore se las ha arreglado para convencer a Fudge
de que intenté salvaros la vida —suspiró—. Ha sido el colmo para Severus.
Creo que ha sido muy duro para él perder la Orden de Merlín. Así que él... por
casualidad... reveló esta mañana en el desayuno que soy un licántropo.
—¿Y se va sólo por eso? —preguntó Harry.
Lupin sonrió con ironía.
—Mañana a esta hora empezarán a llegar las lechuzas enviadas por los
padres. No consentirán que un hombre lobo dé clase a sus hijos, Harry. Y
después de lo de la última noche, creo que tienen razón. Pude haber mordido a
cualquiera de vosotros... No debe repetirse.
—¡Es usted el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que
hemos tenido nunca! —dijo Harry—. ¡No se vaya!
Lupin negó con la cabeza, pero no dijo nada. Siguió vaciando los cajones.
Luego, mientras Harry buscaba un argumento para convencerlo, Lupin añadió:
—Por lo que el director me ha contado esta mañana, la noche pasada
salvaste muchas vidas, Harry. Si estoy orgulloso de algo es de todo lo que has
aprendido. Háblame de tu patronus.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Harry anonadado.
—¿Qué otra cosa podía haber puesto en fuga a los dementores?
Harry contó a Lupin lo que había ocurrido. Al terminar, Lupin volvía a
sonreír:
—Sí, tu padre se transformaba siempre en ciervo —con—firmó—. Lo
adivinaste. Por eso lo llamábamos Cornamenta. —Lupin puso los últimos libros
en la maleta, cerró los cajones y se volvió para mirar a Harry—. Toma, la traje
la otra noche de la Casa de los Gritos —dijo, entregándole a Harry la capa
invisible—: Y... —titubeó y a continuación le entregó también el mapa del
merodeador—. Ya no soy profesor tuyo, así que no me siento culpable por
devolverte esto. A mí ya no me sirve. Y me atrevo a creer que tú, Ron y
Hermione le encontraréis utilidad.
Harry cogió el mapa y sonrió.
—Usted me dijo que Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta me
habrían tentado para que saliera del colegio..., que lo habrían encontrado
divertido.
—Sí, lo habríamos hecho —confirmó Lupin, cerrando la maleta—. No dudo
que a James le habría decepcionado que su hijo no hubiera encontrado
ninguno de los pasadizos secretos para salir del castillo.
Alguien llamó a la puerta. Harry se guardó rápidamente en el bolsillo el
mapa del merodeador y la capa invisible.
Era el profesor Dumbledore. No se sorprendió al ver a Harry.
—Tu coche está en la puerta, Remus —anunció.
—Gracias, director.
Lupin cogió su vieja maleta y el depósito vacío del grindylow.
—Bien. Adiós, Harry —dijo sonriendo—. Ha sido un verdadero placer ser
profesor tuyo. Estoy seguro de que nos volveremos a encontrar en otra
ocasión. Señor director; no hay necesidad de que me acompañe hasta la
puerta. Puedo ir solo.
Harry tuvo la impresión de que Lupin quería marcharse lo más rápidamente
posible.
—Adiós entonces, Remus —dijo Dumbledore escuetamente. Lupin apartó
ligeramente el depósito del grindylow para estrecharle la mano a Dumbledore.
Luego, con un último movimiento de cabeza dirigido a Harry y una rápida sonrisa,
salió del despacho.
Harry se sentó en su silla vacía, mirando al suelo con tristeza. Oyó cerrarse
la puerta y levantó la vista. Dumbledore seguía allí.
—¿Por qué estás tan triste, Harry? —le preguntó en voz baja—. Tendrías
que sentirte muy orgulloso de ti mismo después de lo ocurrido anoche.
—No sirvió de nada —repuso Harry con amargura—. Pettigrew se escapó.
—¿Que no sirvió de nada? —dijo Dumbledore en voz baja—. Sirvió de
mucho, Harry. Ayudaste a descubrir la verdad. Salvaste a un hombre inocente
de un destino terrible.
«Terrible.» Harry recordó algo. «Más grande y más terrible que nunca.» ¡La
predicción de la profesora Trelawney!
—Profesor Dumbledore: ayer; en mi examen de Adivinación, la profesora
Trelawney se puso muy rara.
—¿De verdad? —preguntó Dumbledore—. ¿Quieres decir más rara de lo
habitual?
—Sí... Habló con una voz profunda, poniendo los ojos en blanco. Y dijo que
el vasallo de Voldemort partiría para reunirse con su amo antes de la
medianoche. Dijo que el vasallo lo ayudaría a recuperar el poder. —Harry miró
a Dumbledore—. Y luego volvió a la normalidad y no recordaba nada de lo que
había dicho. ¿Sería una auténtica profecía?
Dumbledore parecía impresionado.
—Pienso que podría serlo —dijo pensativo—. ¿Quién lo habría pensado?
Esto eleva a dos el total de sus profecías auténticas. Tendría que subirle el
sueldo...
—Pero... —Harry lo miró aterrorizado: ¿cómo podía tomárselo Dumbledore
con tanta calma?—, ¡pero yo impedí que Sirius y Lupin mataran a Pettigrew!
Esto me convierte en culpable de un posible regreso de Voldemort.
—En absoluto —respondió Dumbledore tranquilamente—. ¿No te ha
enseñado nada tu experiencia con el giratiempo, Harry? Las consecuencias de
nuestras acciones son siempre tan complicadas, tan diversas, que predecir el
futuro es realmente muy difícil. La profesora Trelawney, Dios la bendiga, es una
prueba de ello. Hiciste algo muy noble al salvarle la vida a Pettigrew.
—¡Pero si ayuda a Voldemort a recuperar su poder...!
—Pettigrew te debe la vida. Has enviado a Voldemort un lugarteniente que
está en deuda contigo. Cuando un mago le salva la vida a otro, se crea un
vínculo entre ellos. Y si no me equivoco, no creo que Voldemort quiera que su
vasallo esté en deuda con Harry Potter.
—No quiero tener ningún vínculo con Pettigrew —dijo Harry—. Traicionó a
mis padres.
—Esto es lo más profundo e insondable de la magia, Harry. Pero confía en
mí. Llegará el momento en que te alegres de haberle salvado la vida a
Pettigrew.
Harry no podía imaginar cuándo sería. Dumbledore parecía saber lo que
pensaba Harry.
—Traté mucho a tu padre, Harry, tanto en Hogwarts como más tarde —dijo
dulcemente—. Él también habría salvado a Pettigrew, estoy seguro.
Harry lo miró. Dumbledore no se reina. Se lo podía decir.
—Anoche... pensé que era mi padre el que había hecho aparecer mi
patronus. Quiero decir... cuando me vi a mí mismo al otro lado del lago, pensé
que lo veía a él.
—Un error fácil de cometer —dijo Dumbledore—. Supongo que estarás
harto de oírlo, pero te pareces extraordinariamente a James. Menos en los
ojos: tienes los de tu madre.
Harry sacudió la cabeza.
—Fue una idiotez pensar que era él —murmuró—. Quiero decir... ya sé
que está muerto.
—¿Piensas que los muertos a los que hemos querido nos abandonan del
todo? ¿No crees que los recordamos especialmente en los mayores apuros?
Tu padre vive en ti, Harry, y se manifiesta más claramente cuando lo necesitas.
¿De qué otra forma podrías haber creado ese patronus tan especial?
Cornamenta volvió a galopar anoche. —Harry tardó un rato en comprender lo
que Dumbledore acababa de decirle—. Sirius me contó anoche cómo se
convertían en animagos —añadió Dumbledore sonriendo—. Una hazaña
extraordinaria... y aún más extraordinario fue que yo no me enterara. Y entonces
recordé la muy insólita forma que adoptó tu patronus cuando embistió al
señor Malfoy en el partido contra Ravenclaw. Así que anoche viste realmente a
tu padre... Lo encontraste dentro de ti mismo.
Y Dumbledore abandonó el despacho dejando a Harry con sus confusos
pensamientos.
Nadie en Hogwarts conocía la verdad de lo ocurrido la noche en que
desaparecieron Buckbeak, Sirius y Pettigrew, salvo Harry; Ron, Hermione y el
profesor Dumbledore. Al final del curso, Harry oyó muchas teorías acerca de lo
que había sucedido, pero ninguna se acercaba a la verdad.
Malfoy estaba furioso por lo de Buckbeak. Estaba convencido de que
Hagrid había hallado la manera de esconder el hipogrifo, y parecía ofendido
porque el guardabosques hubiera sido más listo que su padre y él. Percy
Weasley, mientras tanto, tenía mucho que decir sobre la huida de Sirius.
—¡Si logro entrar en el Ministerio, tendré muchas propuestas para hacer
cumplir la ley mágica! —dijo a la única persona que lo escuchaba, su novia
Penelope.
Aunque el tiempo era perfecto, aunque el ambiente era tan alegre, aunque
sabía que había logrado casi lo imposible al liberar a Sirius, Harry nunca había
estado tan triste al final de un curso.
Ciertamente, no era el único al que le apenaba la partida del profesor
Lupin. Todo el grupo que acudía con Harry a la clase de Defensa Contra las
Artes Oscuras lamentaba su dimisión.
—Me pregunto a quién nos pondrán el próximo curso —dijo Seamus
Finnigan con melancolía.
—Tal vez a un vampiro —sugirió Dean Thomas con ilusión.
Lo que le pesaba a Harry no era sólo la partida de Lupin. No podía dejar de pensar en la predicción de la profesora Trelawney. Se preguntaba continuamente dónde estaría Pettigrew, si estaría escondido o si habría llegado ya junto a Voldemort. Pero lo que más lo deprimía era la perspectiva de volver con los Dursley. Durante media hora, una gloriosa media hora, había creído que viviría en adelante con Sirius, el mejor amigo de sus padres. Era lo mejor que podía imaginar, exceptuando la posibilidad de tener allí otra vez a su padre. Y aunque era una buena noticia no tener noticias de Sirius, porque significaba que no lo habían encontrado, Harry no podía dejar de entristecerse al pensar en el hogar que habría podido tener y en el hecho de que lo había perdido.
Los resultados de los exámenes salieron el último día del curso. Harry, Ron y Hermione habían aprobado todas las asignaturas. Harry estaba asombrado de que le hubieran aprobado Pociones. Sospechaba que Dumbledore había intervenido para impedir que Snape lo suspendiera injustamente. El comportamiento de Snape con Harry durante toda la última semana había sido alarmante. Harry nunca habría creído que la manía que le tenía Snape pudiera aumentar; pero así fue. A Snape se le movía un músculo en la comisura de la boca cada vez que veía a Harry, y se le crispaban los dedos como si deseara cerrarlos alrededor del cuello de Harry.
Percy obtuvo las más altas calificaciones en ÉXTASIS. Fred y George consiguieron varios TIMOS cada uno. Mientras tanto, la casa de Gryffindor; en gran medida gracias a su espectacular actuación en la copa de quidditch, había ganado la Copa de las Casas por tercer año consecutivo. Por eso la fiesta de final de curso tuvo lugar en medio de ornamentos rojos y dorados, y la mesa de Gryffindor fue la más ruidosa de todas, ya que todo el mundo lo estaba celebrando. Incluso Harry, comiendo, bebiendo, hablando y riendo con sus compañeros, consiguió olvidar que al día siguiente volvería a casa de los Dursley.
Cuando a la mañana siguiente el expreso de Hogwarts salió de la estación, Hermione dio a Ron y a Harry una sorprendente noticia:
—Esta mañana, antes del desayuno, he ido a ver a la profesora McGonagall. He decidido dejar los Estudios Muggles.
—¡Pero aprobaste el examen con el 320 por ciento de eficacia!
—Lo sé —suspiró Hermione—. Pero no puedo soportar otro año como éste. El giratiempo me estaba volviendo loca. Lo he devuelto. Sin los Estudios Muggles y sin Adivinación, volveré a tener un horario normal.
—Todavía no puedo creer que no nos dijeras nada —dijo Ron resentido—. Se supone que somos tus amigos.
—Prometí que no se lo contaría a nadie —dijo gravemente. Se volvió para observar a Harry, que veía cómo desaparecía Hogwarts detrás de una montaña. Pasarían dos meses enteros antes de volverlo a ver—. Alégrate, Harry —dijo Hermione con tristeza.
—Estoy bien —repuso Harry de inmediato—. Pensaba en las vacaciones.
—Sí, yo también he estado pensando en ellas —dijo Ron—. Harry, tienes que venir a pasar unos días con nosotros. Lo comentaré con mis padres y te llamaré. Ya sé cómo utilizar el felétono.
—El teléfono, Ron —le corrigió Hermione—. La verdad, deberías coger Estudios Muggles el próximo curso...
Ron no le hizo caso.
—¡Este verano son los Mundiales de quidditch! ¿Qué dices a eso, Harry? Ven y quédate con nosotros. Iremos a verlos. Mi padre normalmente consigue entradas en el trabajo.
La proposición alegró mucho a Harry.
—Sí... Apuesto a que los Dursley estarán encantados de dejarme ir... Especialmente después de lo que le hice a tía Marge...
Mucho más contento, Harry jugó con Ron y Hermione varias manos de snap explosivo, y cuando llegó la bruja con el carrito del té, compró un montón de cosas de comer; aunque nada que contuviera chocolate.
Pero fue a media tarde cuando apareció lo que lo puso de verdad contento...
—Harry —dijo Hermione de repente, mirando por encima del hombro de él—, ¿qué es eso de ahí fuera?
Harry se volvió a mirar. Algo muy pequeño y gris aparecía y desaparecía al otro lado del cristal. Se levantó para ver mejor y distinguió una pequeña lechuza que llevaba una carta demasiado grande para ella. La lechuza era tan pequeña que iba por el aire dando tumbos a causa del viento que levantaba el tren. Harry bajó la ventanilla rápidamente, alargó el brazo y la cogió. Parecía una snitch cubierta de plumas. La introdujo en el vagón con mucho cuidado. La lechuza dejó caer la carta sobre el asiento de Harry y comenzó a zumbar por el compartimento, contenta de haber cumplido su misión. Hedwig dio un picotazo al aire con digna actitud de censura. Crookshanks se incorporó en el asiento, persiguiendo con sus grandes ojos amarillos a la lechuza. Al notarlo, Ron la cogió para protegerla.
Harry recogió la carta. Iba dirigida a él. La abrió y gritó:
—¡Es de Sirius!
—¿Qué? —exclamaron Ron y Hermione, emocionados—. ¡Léela en voz alta!
Querido Harry:
Espero que recibas esta carta antes de llegar a casa de tus tíos. No sé si ellos están habituados al correo por lechuza. Buckbeak y yo estamos escondidos. No te diré dónde por si ésta cae en malas manos. Tengo dudas acerca de la fiabilidad de la lechuza, pero es la mejor que pude hallar, y parecía deseosa de acometer esta misión. Creo que los dementores siguen buscándome, pero no podrán encontrarme. Estoy pensando en dejarme ver por algún muggle a mucha distancia de Hogwarts, para que relajen la vigilancia en el castillo.
Hay algo que no llegué a contarte durante nuestro breve encuentro: fui yo quien te envió la Saeta de Fuego.
—¡Ja! —exclamó Hermione, triunfante—. ¿Lo veis? ¡Os dije que era de él!
—Sí, pero él no la había gafado, ¿verdad? —observó Ron—. ¡Ay!
La pequeña lechuza, que daba grititos de alegría en su mano, le había picado en un dedo de manera al parecer afectuosa.
Crookshanks llevó el envío a la oficina de correos. Utilicé tu nombre, pero les dije que cogieran el oro de la cámara de Gringotts número 711, la mía. Por favor, considéralo como el regalo que mereces que te haga tu padrino por cumplir trece años. También me gustaría disculparme por el susto que creo que te di aquella noche del año pasado cuando abandonaste la casa de tu tío. Sólo quería verte antes de comenzar mi viaje hacia el norte. Pero creo que te alarmaste al verme. Te envío en la carta algo que espero que te haga disfrutar más el próximo curso en Hogwarts. Si alguna vez me necesitas, comunícamelo. Tu lechuza me encontrará.
Volveré a escribirte pronto.
Sirius
Harry miró impaciente dentro del sobre. Había otro pergamino. Lo leyó rápidamente, y se sintió tan contento y reconfortado como si se hubiera tomado de un trago una botella de cerveza de mantequilla.
Yo, Sirius Black, padrino de Harry Potter, autorizo por la presente a mi ahijado a visitar Hogsmeade los fines de semana.
—Esto le bastará a Dumbledore —dijo Harry contento. Volvió a mirar la carta de Sirius—. ¡Un momento! ¡Hay una posdata...!
He pensado que a tu amigo Ron tal vez le guste esta lechuza, ya que por mi culpa se ha quedado sin rata.
Ron abrió los ojos de par en par. La pequeña lechuza seguía gimiendo de emoción.
—¿Quedármela? —preguntó dubitativo. La miró muy de cerca durante un momento, y luego, para sorpresa de Harry y Hermione, se la acercó a Crookshanks para que la olfatease.
—¿Qué te parece? —preguntó Ron al gato—. ¿Es una lechuza de verdad?
Crookshanks ronroneó.
—Es suficiente —dijo Ron contento—. Me la quedo.
Harry leyó y releyó la carta de Sirius durante todo el trayecto hasta la estación de King’s Cross. Todavía la apretaba en la mano cuando él, Ron y Hermione atravesaron la barrera del andén nueve y tres cuartos. Harry localizó enseguida a tío Vernon. Estaba de pie, a buena distancia de los padres de Ron, mirándolo con recelo. Y cuando la señora Weasley abrazó a Harry, confirmó sus peores suposiciones sobre ellos.
—¡Te llamaré por los Mundiales! —gritó Ron a Harry, al despedirse de ellos. Luego volvió hacia tío Vernon el carrito en que llevaba el baúl y la jaula de Hedwig. Su tío lo saludó de la manera habitual.
—¿Qué es eso? —gruñó, mirando el sobre que Harry apretaba en la mano—. Si es otro impreso para que lo firme, ya tienes otra...
—No lo es —dijo Harry con alegría—. Es una carta de mi padrino.
—¿Padrino? —farfulló tío Vernon—. Tú no tienes padrino.
—Sí lo tengo —dijo Harry de inmediato—. Era el mejor amigo de mis padres. Está condenado por asesinato, pero se ha escapado de la prisión de los brujos y ahora se halla escondido. Sin embargo, le gusta mantener el contacto conmigo... Estar al corriente de mis cosas... Comprobar que soy feliz...
Y sonriendo ampliamente al ver la expresión de terror que se había dibujado en el rostro de tío Vernon, Harry se dirigió a la salida de la estación, con Hedwig dando picotazos delante de él, para pasar un verano que probablemente sería mucho mejor que el anterior.
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