martes, 29 de agosto de 2017

Capitulo 14. El rencor de Snape

En la torre de Gryffindor nadie pudo dormir aquella noche. Sabían que el 
castillo estaba volviendo a ser rastreado y todo el colegio permaneció despierto 
en la sala común. esperando a saber si habían atrapado a Black o no. La profesora 
McGonagall volvió al amanecer para decir que se había vuelto a 
escapar. 

Por cualquier sitio por el que pasaran al día siguiente encontraban medidas 
de seguridad más rigurosas. El profesor Flitwick instruía a las puertas 
principales para que reconocieran una foto de Sirius Black. Filch iba por los 
pasillos, tapándolo todo con tablas, desde las pequeñas grietas de las paredes 
hasta las ratoneras. Sir Cadogan fue despedido. Lo devolvieron al solitario 
descansillo del piso séptimo y lo reemplazó la señora gorda. Había sido 
restaurada magistralmente, pero continuaba muy nerviosa, y accedió a 
regresar a su trabajo sólo si contaba con protección. Contrataron a un grupo de 
hoscos troles de seguridad para protegerla. Recorrían el pasillo formando un 
grupo amenazador; hablando entre gruñidos y comparando el tamaño de sus 
porras. 

Harry no pudo dejar de notar que la estatua de la bruja tuerta del tercer 
piso seguía sin protección y despejada. Parecía que Fred y George estaban en 

lo cierto al pensar que ellos, y ahora Harry, Ron y Hermione, eran los únicos 
que sabían que allí estaba la entrada de un pasadizo secreto. 

—¿Crees que deberíamos decírselo a alguien? —preguntó Harry a Ron. 

—Sabemos que no entra por Honeydukes —dijo Ron—. Si hubieran 
forzado la entrada de la tienda, lo habríamos oído. 

Harry se alegró de que Ron lo viera así. Si la bruja tuerta se tapara también 
con tablas, le intruso ya no podría volver a Hogsmeade. 

Ron se convirtió de repente en una celebridad. Por primera vez, la gente le 
prestaba más atención a él que a Harry, y era evidente que a Ron le complacía. 
Aunque seguía asustado por lo de aquella noche, le encantaba contarle a todo 
el mundo los pormenores de lo ocurrido. 

—Estaba dormido y oí rasgar las cortinas, pero creí que ocurría en un 
sueño. Entonces sentí una corriente... Me desperté y vi que una de las cortinas 
de mi cama estaba caída... Me di la vuelta y lo vi ante mí, como un esqueleto, 
con toneladas de pelo muy sucio... empuñando un cuchillo largo y tremendo, 
debía de medir treinta centímetros, me miraba, lo miré, entonces grité y salió 
huyendo. 

—Pero ¿por qué se fue? —preguntó Ron a Harry cuando se marcharon las 
chicas de segundo que lo habían estado escuchando. 

Harry se preguntaba lo mismo. ¿Por qué Black, que se había equivocado 
de cama, no había decidido silenciar a Ron y luego dirigirse hacia la de Harry? 
Black había demostrado doce años antes que no le importaba matar a 
personas inocentes, y en aquella ocasión se enfrentaba a cinco chavales 
indefensos, cuatro de los cuales estaban dormidos. 

—Quizá se diera cuenta de que le iba a costar salir del castillo cuando 
gritaste y despertaste a los demás —dijo Harry pensativamente—. Habría 
tenido que matar a todo el colegio para salir a través del retrato... Y entonces 
se habría encontrado con los profesores... 

Neville había caído en desgracia. La profesora McGonagall estaba tan 
furiosa con él que le había suprimido las futuras visitas a Hogsmeade, le había 
impuesto un castigo y había prohibido a los demás que le dieran la contraseña 
para entrar en la torre. El pobre Neville se veía obligado a esperar cada noche 
la llegada de alguien con quien entrar, mientras los troles de seguridad lo 
miraban burlona y desagradablemente. Ninguno de aquellos castigos, sin 
embargo, era ni sombra del que su abuela le reservaba; dos días después de la 
intrusión de Black, envió a Neville lo peor que un alumno de Hogwarts podía 
recibir durante el desayuno: un vociferador. 

Las lechuzas del colegio entraron como flechas en el Gran Comedor; 
llevando el correo como de costumbre, y Neville se atragantó cuando una 
enorme lechuza aterrizó ante él, con un sobre rojo en el pico. Harry y Ron, que 
estaban sentados al otro lado de la mesa, reconocieron enseguida la carta. 
También Ron había recibido el año anterior un vociferador de su madre. 

—¡Cógelo y vete, Neville! —le aconsejó Ron. 

Neville no necesitó oírlo dos veces. Cogió el sobre y, sujetándolo como si 
se tratara de una bomba, salió del Gran Comedor corriendo, mientras la mesa 
de Slytherin, al verlo, estallaba en carcajadas. Oyeron el vociferador en el 
vestíbulo. La voz de la abuela de Neville, amplificada cien veces por medio de 
la magia, gritaba a Neville que había llevado la vergúenza a la familia. 

Harry estaba demasiado absorto apiadándose de Neville para darse cuenta 
de que también él tenía carta. Hedwig llamó su atención dándole un picotazo 
en la muñeca. 

—¡Ay! Ah, Hedwig, gracias. 

Harry rasgó el sobre mientras Hedwig picoteaba entre los copos de maíz 
de Neville. La nota que había dentro decía: 

Queridos Harry y Ron: 

¿Os apetece tornar el té conmigo esta tarde, a eso de las seis? Iréa recogeros al castillo. ESPERADME EN EL VESTÍBULO. NO TENÉIS 
PERMISO PARA SALIR SOLOS. 

Un saludo, 

Hagrid 

—Probablemente quiere saber los detalles de lo de Black —dijo Ron. 

Así que aquella tarde, a las seis, Harry y Ron salieron de la torre de 
Gryffindor, pasaron corriendo por entre los troles de seguridad y se dirigieron al 
vestíbulo. Hagrid los aguardaba ya. 

—Bien, Hagrid —dijo Ron—. Me imagino que quieres que te cuente lo de la 
noche del sábado, ¿no? 

—Ya me lo han contado —dijo Hagrid, abriendo la puerta principal y 
saliendo con ellos. 

—Vaya —dijo Ron, un poco ofendido. 

Lo primero que vieron al entrar en la cabaña de Hagrid fue a Buckbeak, 
que estaba estirado sobre el edredón de retales de Hagrid, con las enormes 
alas plegadas y comiéndose un abundante plato de hurones muertos. Al 
apartar los ojos de la desagradable visión, Harry vio un traje gigantesco de una 
tela marrón peluda y una espantosa corbata amarilla y naranja, colgados de la 
puerta del armario. 

—¿Para qué son, Hagrid? —preguntó Harry. 

—Buckbeak tiene que presentarse ante la Comisión para las Criaturas 
Peligrosas —dijo Hagrid—. Será este viernes. Iremos juntos a Londres. He 
reservado dos camas en el autobús noctámbulo... 

Harry se avergonzó. Se había olvidado por completo de que el juicio de 
Buckbeak estaba próximo, y a juzgar por la incomodidad evidente de Ron, él 
también lo había olvidado. Habían olvidado igualmente que habían prometido 
que lo ayudarían a preparar la defensa de Buckbeak. La llegada de la Saeta de 
Fuego lo había borrado de la cabeza de ambos. 

Hagrid les sirvió té y les ofreció un plato de bollos de Bath. Pero los 
conocían demasiado bien para aceptarlos. Ya tenían experiencia con la cocina 
de Hagrid. 

—Tengo algo que comentaros —dijo Hagrid, sentándose entre ellos, con 
una seriedad que resultaba rara en él. 

—¿Qué? —preguntó Harry. 

—Hermione —dijo Hagrid. 

—¿Qué le pasa? —preguntó Ron. 

—Está muy mal, eso es lo que le pasa. Me ha venido a visitar con mucha 
frecuencia desde las Navidades. Se encuentra sola. Primero no le hablabais 
por lo de la Saeta de Fuego. Ahora no le habláis por culpa del gato. 

—¡Se comió a Scabbers! —exclamó Ron de malhumor. 

—¡Porque su gato hizo lo que todos los gatos! —prosiguió Hagrid—. Ha 
llorado, ¿sabéis? Está pasando momentos muy difíciles. Creo que trata de 
abarcar más de lo que puede. Demasiado trabajo. Aún encontró tiempo para 
ayudarme con el caso Buckbeak. Por supuesto, me ha encontrado algo muy 
útil... Creo que ahora va a tener bastantes posibilidades... 

—Nosotros también tendríamos que haberte ayudado. Hagrid, lo siento — 
balbuceó Harry 

—¡No os culpo! —dijo Hagrid con un movimiento de la mano—. Ya sé que 
habéis estado muy ocupados Os he visto entrenar día y noche. Pero tengo que 
deciros que creía que valorabais más a vuestra amiga que a las escobas o las 
ratas. Nada más. —Harry y Ron se miraron azorados—. Sufrió mucho cuando 
se enteró de que Black había estado a punto de matarte, Ron. Hermione tiene 
buen corazón. Y vosotros dos sin dirigirle la palabra... 

—Si se deshiciera de ese gato, le volvería a hablar —dijo Ron enfadado—. 
Pero todavía lo defiende. Está loco, y ella no admite una palabra en su contra. 

—Ah, bueno, la gente suele ponerse un poco tonta con sus animales de 
compañía —dijo Hagrid prudentemente. 

Buckbeak escupió unos huesos de hurón sobre la almohada de Hagrid. 

Pasaron el resto del tiempo hablando de las crecientes posibilidades de 
Gryffindor de ganar la copa de quidditch. A las nueve en punto, Hagrid los 
acompañó al castillo. 

Cuando volvieron a la sala común, un grupo numeroso de gente se 
amontonaba delante del tablón de anuncios. 

—¡Hogsmeade el próximo fin de semana! —dijo Ron, estirando el cuello 
para leer la nueva nota por encima de las cabezas ajenas—. ¿Qué vas a 
hacer? —preguntó a Harry en voz baja, al sentarse. 

—Bueno, Filch no ha tapado la entrada del pasadizo que lleva a 
Honeydukes —dijo Harry aún más bajo. 

—Harry —dijo una voz en su oído derecho. Harry se sobresaltó. Se volvió y 
vio a Hermione, sentada a la mesa que tenían detrás, por un hueco que había 
en el muro de libros que la ocultaba—, Harry, si vuelves otra vez a 
Hogsmeade... le contaré a la profesora McGonagall lo del mapa. 

—¿Oyes a alguien, Harry? —masculló Ron, sin mirar a Hermione. 

—Ron, ¿cómo puedes dejarle que vaya? ¡Después de lo que estuvo a 
punto de hacerte Sirius Black! Hablo en serio. Le contaré... 

—¡Así que ahora quieres que expulsen a Harry! —dijo Ron, furioso—. ¿Es 
que no has hecho ya bastante daño este curso? 

Hermione abrió la boca para responder, pero Crookshanks saltó sobre su 
regazo con un leve bufido. Hermione se asustó de la expresión de Ron, cogió a 
Crookshanks y se fue corriendo hacia los dormitorios de las chicas. 

—Entonces ¿qué te parece? —preguntó Ron a Harry, como si no hubiera 
habido ninguna interrupción—. Venga, la última vez no viste nada. ¡Ni siquiera 
has estado todavía en Zonko! 

Harry miró a su alrededor para asegurarse de que Hermione no podía oír 
sus palabras: 

—De acuerdo —dijo—. Pero esta vez cogeré la capa invisible. 

El sábado por la mañana, Harry metió en la mochila la capa invisible, guardó en 
el bolsillo el mapa del merodeador y bajó a desayunar con los otros. Hermione 
no dejaba de mirarlo con suspicacia, pero él evitaba su mirada y se aseguró de 
que ella lo viera subir la escalera de mármol del vestíbulo mientras todos los 
demás se dirigían a las puertas principales. 

—¡Adiós, Harry! —le dijo en voz alta—. ¡Hasta la vuelta! 

Ron se sonrió y guiñó un ojo. 

Harry subió al tercer piso a toda prisa, sacando el mapa del merodeador 
mientras corría. Se puso en cuclillas detrás de la bruja tuerta y extendió el 
mapa. Un puntito diminuto se movía hacia él. Harry lo examinó entornando los 
ojos. La minúscula inscripción que acompañaba al puntito decía: «NEVILLE 
LONGBOTTOM.» 

Harry sacó la varita rápidamente, musitó «Dissendio» y metió la mochila en 
la estatua, pero antes de que pudiera entrar por ella Neville apareció por la 
esquina: 

—¡Harry! Había olvidado que tú tampoco ibas a Hogsmeade. 

—Hola, Neville —dijo Harry, separándose rápidamente de la estatua y 
volviendo a meterse el mapa en el bolsillo—. ¿Qué haces? 

—Nada —dijo Neville, encogiéndose de hombros—. ¿Te apetece una 
partida de snap explosivo? 

—Ahora no... Iba a la biblioteca a hacer el trabajo sobre los vampiros, para 
Lupin. 

—¡Voy contigo! —dijo Neville con entusiasmo—. ¡Yo tampoco lo he hecho! 

—Eh... ¡Pero si lo terminé anoche! ¡Se me había olvidado! 

—¡Estupendo, entonces podrás ayudarme! —dijo Neville—. No me entra 
todo eso del ajo. ¿Se lo tienen que comer o...? 

Neville se detuvo con un estremecimiento, mirando por encima del hombro 
de Harry. 

Era Snape. Neville se puso rápidamente detrás de Harry. 

—¿Qué hacéis aquí los dos? —dijo Snape, deteniéndose y mirando 
primero a uno y después al otro—. Un extraño lugar para reunirse... 

Ante el desasosiego de Harry, los ojos negros de Snape miraron hacia las 
puertas que había a cada lado y luego a la bruja tuerta. 

—No nos hemos reunido aquí —explicó Harry—. Sólo nos hemos 
encontrado por casualidad. 

—¿De veras? —dijo Snape—. Tienes la costumbre de aparecer en lugares 
inesperados, Potter; y raramente te encuentras en ellos sin motivo. Os sugiero 
que volváis a la torre de Gryffindor, que es donde debéis estar. 

Harry y Neville se pusieron en camino sin decir nada. Al doblar la esquina, 
Harry miró atrás. Snape pasaba una mano por la cabeza de la bruja tuerta, 

examinándola detenidamente. Harry se las arregló para deshacerse de Neville 
en el retrato de la señora gorda, diciendo la contraseña y simulando que se 
había dejado el trabajo sobre los vampiros en la biblioteca y que volvía por él. 
Después de perder de vista a los troles de seguridad, volvió a sacar el mapa. 

El corredor del tercer piso parecía desierto. Harry examinó el mapa con 
detenimiento y vio con alivio que la minúscula mota con la inscripción 
«SEVERUS SNAPE» estaba otra vez en el despacho. 

Echó una carrera hasta la estatua de la bruja, abrió la entrada de la joroba 
y se deslizó hasta encontrar la mochila al final de aquella especie de tobogán 
de piedra. Borró el mapa del merodeador y echó a correr. 

Completamente oculto por la capa invisible, Harry salió a la luz del sol por la 
puerta de Honeydukes y dio un codazo a Ron en la espalda. 

—Soy yo —susurro. 

—¿Por qué has tardado tanto? —dijo Ron entre dientes. 

—Snape rondaba por allí. 

Echaron a andar por High Street. 

—¿Dónde estás? —le preguntaba Ron de vez en cuando, por la comisura 
de la boca—. ¿Sigues ahí? Qué raro resulta esto... 

Fueron a la oficina de correos. Ron hizo como que miraba el precio de una 
lechuza que iba hasta Egipto, donde estaba Bill, y de esa manera Harry pudo 
hartarse de curiosear. Por lo menos trescientas lechuzas ululaban suavemente, 
desde las grises grandes hasta las pequeñísimas scops («Sólo entregas 
locales»), que cabían en la palma de la mano de Harry. 

Luego visitaron la tienda de Zonko, que estaba tan llena de estudiantes de 
Hogwarts que Harry tuvo que tener mucho cuidado para no pisar a nadie y no 
provocar el pánico. Había artículos de broma para satisfacer hasta los sueños 
más descabellados de Fred y George. Harry susurró a Ron lo que quería que le 
comprara y le pasó un poco de oro por debajo de la capa. Salieron de Zonko 
con los monederos bastante más vacíos que cuando entraron, pero con los 
bolsillos abarrotados de bombas fétidas, dulces de hipotós, jabón de huevos de 
rana y una taza que mordía la nariz. 

El día era agradable, con un poco de brisa, y a ninguno de los dos le 
apetecía meterse dentro de ningún sitio, así que siguieron caminando, dejaron 
atrás Las Tres Escobas y subieron una cuesta para ir a visitar la Casa de los 
Gritos, el edificio más embrujado de Gran Bretaña. Estaba un poco separada y 
más elevada que el resto del pueblo, e incluso a la luz del día resultaba 
escalofriante con sus ventanas cegadas y su jardín húmedo, sombrío y cuajado 

de maleza. 

—Hasta los fantasmas de Hogwarts la evitan —explicó Ron, apoyado 
como Harry en la valla, levantando la vista hacia ella—. Le he preguntado a 
Nick Casi Decapitado... Dice que ha oído que aquí residen unos fantasmas 
muy bestias. Nadie puede entrar. Fred y George lo intentaron, claro, pero todas 
las entradas están tapadas. 

Harry, agotado por la subida, estaba pensando en quitarse la capa durante 
unos minutos cuando oyó voces cercanas. Alguien subía hacia la casa por el 
otro lado de la colina. Un momento después apareció Malfoy, seguido de cerca 
por Crabbe y Goyle. Malfoy decía: 

—... en cualquier momento recibiré una lechuza de mi padre. Tengo que ir 
al juicio para declarar por lo de mi brazo. Tengo que explicar que lo tuve 
inutilizado durante tres meses... 

Crabbe y Goyle se rieron. 

—Ojalá pudiera oír a ese gigante imbécil y peludo defendiéndose: «Es 

inofensivo, de verdad. Ese hipogrifo es tan bueno como un...» —Malfoy vio a 
Ron de repente. Hizo una mueca malévola—. ¿Qué haces, Weasley? — 
Levantó la vista hacia la casa en ruinas que había detrás de Ron—: Supongo 
que te encantaría vivir ahí, ¿verdad, Ron? ¿Sueñas con tener un dormitorio 
para ti solo? He oído decir que en tu casa dormís todos en una habitación, ¿es 
cierto? 

Harry sujetó a Ron por la túnica para impedirle que saltara sobre Malfoy. 

—Déjamelo a mí— le susurró al oído. 

La oportunidad era demasiado buena para no aprovecharla. Harry se 
acercó sigilosamente a Malfoy, Crabbe y Goyle, por detrás; se agachó y cogió 
un puñado de barro del camino. 

—Ahora mismo estábamos hablando de tu amigo Hagrid —dijo Malfoy a 
Ron—. Estábamos imaginando lo que dirá ante la Comisión para las Criaturas 
Peligrosas. ¿Crees que llorará cuando al hipogrifo le corten...? 

¡PLAF! 

Al golpearle la bola de barro en la cabeza, Malfoy se inclinó hacia delante. 
Su pelo rubio platino chorreaba barro de repente. 

—¿Qué demo. ..? 

Ron se sujetó a la valla para no revolcarse en el suelo de la risa. Malfoy, 
Crabbe y Goyle se dieron la vuelta, mirando a todas partes. Malfoy se limpiaba 
el pelo. 

—¿Qué ha sido? ¿Quién lo ha hecho? 

—Esto está lleno de fantasmas, ¿verdad? —observó Ron, como quien 
comenta el tiempo que hace. 

Crabbe y Goyle parecían asustados. Sus abultados músculos no les 
servían de mucho contra los fantasmas. Malfoy daba vueltas y miraba como 
loco el desierto paraje. 

Harry se acercó a hurtadillas a un charco especialmente sucio sobre el que 
había una capa de fango verdoso de olor nauseabundo. 

¡PATAPLAF! 

Crabbe y Goyle recibieron algo esta vez. Goyle saltaba sin moverse del 
sitio, intentando quitarse el barro de sus ojos pequeños y apagados. 

—¡Ha venido de allá! —dijo Malfoy, limpiándose la cara y señalando un 
punto que estaba unos dos metros a la izquierda de Harry 

Crabbe fue hacia delante dando traspiés, estirando como un zombi sus 
largos brazos. Harry lo esquivó, cogió un palo y se lo tiró a Crabbe. Le acertó 
en la espalda. Harry retrocedió riendo en silencio mientras Crabbe ejecutaba en 

el aire una especie de pirueta para ver quién lo había arrojado. Como Ron era 
la única persona a la que Crabbe podía ver, fue a él a quien se dirigió. Pero 
Harry estiró la pierna. Crabbe tropezó, trastabilló y su pie grande y plano pisó la 
capa de Harry, que sintió un tirón y notó que la capa le resbalaba por la cara. 

Durante una fracción de segundo, Malfoy lo miró fijamente. 

—¡AAAH! —gritó, señalando la cabeza de Harry 

Dio media vuelta y corrió colina abajo como alma que llevara el diablo, con 
Crabbe y Goyle detrás. 

Harry se puso bien la capa, pero ya era demasiado tarde. 

—Harry —dijo Ron, avanzando a trompicones y mirando hacia el lugar en 
que había aparecido la cabeza de su amigo—. Más vale que huyas. Si Malfoy 
se lo cuenta a alguien... lo mejor será que regreses rápidamente al castillo... 

—¡Nos vemos más tarde! —le dijo Harry, y volvió hacia el pueblo a todo 
correr. 

¿Creería Malfoy lo que había visto? ¿Creería alguien a Malfoy? Nadie 
sabía lo de la capa invisible. Nadie excepto Dumbledore. Harry sintió un 
retortijón en el estómago. Si Malfoy contaba algo, Dumbledore comprendería 
perfectamente lo ocurrido. 

Volvió a Honeydukes, volvió a bajar a la bodega, por el suelo de piedra, 
volvió a meterse por la trampilla, se quitó la capa, se la puso debajo del brazo y 
corrió todo lo que pudo por el pasadizo... Malfoy llegaría antes. ¿Cuánto tiempo 
le costaría encontrar a un profesor? Jadeando, notando un pinchazo en el 
costado, Harry no dejó de correr hasta que alcanzó el tobogán de piedra. 

Tendría que dejar la capa donde antes. Era demasiado comprometida, en caso 
de que Malfoy se hubiera chivado a algún profesor. La ocultó en un rincón 
oscuro y empezó a escalar con rapidez. Sus manos sudorosas resbalaban en 
los flancos del tobogán. Llegó a la parte interior de la joroba de la bruja, le dio 
unos golpecitos con la varita, asomó la cabeza y salió. La joroba se cerró y 
precisamente cuando Harry salía por la estatua, oyó unos pasos ligeros que se 
aproximaban. 

Era Snape. Se acercó a Harry con paso rápido, produciendo un frufrú con 
la toga negra, y se detuvo ante él. 

—¿Y..? —preguntó. 

Había en el profesor un aire contenido de triunfo. Harry trató de disimular, 
demasiado consciente de que tenía el rostro sudoroso y las manos manchadas 
de barro, que se apresuró a esconder en los bolsillos. 

—Ven conmigo, Potter —dijo Snape. 

Harry lo siguió escaleras abajo, limpiándose las manos en el interior de la 

túnica sin que Snape se diera cuenta. Bajaron hasta las mazmorras y entraron 
en el despacho de Snape. Harry sólo había entrado en aquel lugar en una 
ocasión y también entonces se había visto en un serio aprieto. Desde aquella 
vez, Snape había comprado más seres viscosos y repugnantes, y los había 
metido en tarros. Estaban todos en estanterías, detrás de la mesa, brillando a 
la luz del fuego de la chimenea y acentuando el aire amenazador de la situación. 


—Siéntate —dijo Snape. 

Harry se sentó. Snape, sin embargo, permaneció de pie. 

—El señor Malfoy acaba de contarme algo muy extraño, Potter —dijo 
Snape. 

Harry no abrió la boca. 

—Me ha contado que se encontró con Weasley junto a la Casa de los 
Gritos. Al parecer; Weasley estaba solo. 

Harry siguió sin decir nada. 

—El señor Malfoy asegura que estaba hablando con Weasley cuando una 
gran cantidad de barro le golpeó en la parte posterior de la cabeza. ¿Cómo 
crees que pudo ocurrir? 

Harry trató de parecer sorprendido: 

—No lo sé, profesor. 

Snape taladraba a Harry con los ojos. Era igual que mirar a los ojos a un 
hipogrifo: Harry hizo un gran esfuerzo para no parpadear. 

—Entonces, el señor Malfoy presenció una extraordinaria aparición. ¿Se te 
ocurre qué pudo ser; Potter? 

—No —contestó Harry, intentando aparentar una curiosidad inocente. 

—Tu cabeza, Potter. Flotando en el aire. 

Hubo un silencio prolongado. 

—Tal vez debería acudir a la señora Pomfrey. Si ve cosas como... 

—¿Qué estaría haciendo tu cabeza en Hogsmeade, Potter? —dijo Snape 
con voz suave—. Tu cabeza no tiene permiso para ir a Hogsmeade. Ninguna 
parte de tu cuerpo, en realidad. 

—Lo sé —dijo Harry, haciendo un esfuerzo para que ni la culpa ni el miedo 
se reflejaran en su rostro—. Parece que Malfoy tiene alucina... 

—Malfoy no tiene alucinaciones —gruñó Snape, y se inclinó hacia delante, 
apoyando las manos en los brazos del asiento de Harry, para que sus caras 
quedasen a un palmo de distancia—. Si tu cabeza estaba en Hogsmeade, 
también estaba el resto. 

—He estado arriba, en la torre de Gryffindor —dijo Harry—. Como usted 
me mandó. 

—¿Hay alguien que pueda testificarlo? 

Harry no dijo nada. Los finos labios de Snape se torcieron en una horrible 
sonrisa. 

—Bien —dijo, incorporándose—. Todo el mundo, desde el ministro de 
Magia para abajo, trata de proteger de Sirius Black al famoso Harry Potter. 
Pero el famoso Harry Potter hace lo que le da la gana. ¡Que la gente vulgar se 
preocupe de su seguridad! El famoso Harry Potter va donde le apetece sin 
pensar en las consecuencias. 

Harry guardó silencio. Snape le provocaba para que revelara la verdad. 
Pero no iba a hacerlo. Snape aún no tenía pruebas. 

—¡Cómo te pareces a tu padre! —dijo de repente Snape, con los ojos 
relampagueantes—. También él era muy arrogante. No era malo jugando al 
quidditch y eso le hacía creerse superior a los demás. Se pavoneaba por todas 
partes con sus amigos y admiradores. El parecido es asombroso. 

—Mi padre no se pavoneaba —dijo Harry, sin poderse contener—. Y yo 
tampoco. 

—Tu padre tampoco respetaba mucho las normas —prosiguió Snape, en 
sus trece, con el delgado rostro lleno de malicia—. Las normas eran para la 
gente que estaba por debajo, no para los ganadores de la copa de quidditch. 
Era tan engreído... 

—¡CÁLLESE! 

Harry se puso en pie. Lo invadía una rabia que no había sentido desde su 
última noche en Privet Drive. No le importaba que Snape se hubiera puesto 
rígido ni que sus ojos negros lo miraran con un fulgor amenazante: 

—¿Qué has dicho, Potter? 

—¡Le he dicho que deje de hablar de mi padre! Conozco la verdad. Él le 
salvó a usted la vida. ¡Dumbledore me lo contó! ¡Si no hubiera sido por mi 
padre, usted ni siquiera estaría aquí! 

La piel cetrina de Snape se puso del color de la leche agria. 

—¿Y el director te contó las circunstancias en que tu padre me salvó la 
vida? —susurró—. ¿O consideró que esos detalles eran demasiado 
desagradables para los delicados oídos de su estimadísimo Potter? 

Harry se mordió el labio. No sabía cómo había ocurrido y no quería admitir 
que no lo sabía. Pero parecía que Snape había adivinado la verdad. 

—Lamentaría que salieras de aquí con una falsa idea de tu padre —añadió 
con una horrible mueca—. ¿Imaginabas algún acto glorioso de heroísmo? Pues 
permíteme que te desengañe. Tu santo padre y sus amigos me gastaron una 
broma muy divertida, que habría acabado con mi vida si tu padre no hubiera 
tenido miedo en el último momento y no se hubiera echado atrás. No hubo 
nada heroico en lo que hizo. Estaba salvando su propia piel tanto como la mía. 
Si su broma hubiera tenido éxito, lo habrían echado de Hogwarts. 

Snape enseñó los dientes, irregulares y amarillos. 

—¡Da la vuelta a tus bolsillos, Potter! —le ordenó de repente. 

Harry no se movió. Oía los latidos que le retumbaban en los oídos. 

—¡Da la vuelta a tus bolsillos o vamos directamente al director! ¡Dales la 
vuelta, Potter! 

Temblando de miedo, Harry sacó muy lentamente la bolsa de artículos de 
broma de Zonko y el mapa del merodeador. 

Snape cogió la bolsa de Zonko. 

—Todo me lo ha dado Ron —dijo Harry, esperando tener la posibilidad de 
poner a Ron al corriente antes de que Snape lo viera—. Me lo trajo de 
Hogsmeade la última vez... 

—¿De verdad? ¿Y lo llevas encima desde entonces? ¡Qué enternecedor...! 
¿Y esto qué es? 

Snape acababa de coger el mapa. Harry hizo un enorme esfuerzo por 
mantenerse impasible. 

—Un trozo de pergamino que me sobró —dijo encogiéndose de hombros. 
Snape le dio la vuelta, con los ojos puestos en Harry. 
—Supongo que no necesitarás un trozo de pergamino tan viejo —dijo—. 

¿Puedo tirarlo? 

Acercó la mano al fuego. 

—¡No! —exclamó Harry rápidamente. 

—¿Cómo? —dijo Snape. Las aletas de la nariz le vibraban—. ¿Es otro 
precioso regalo del señor Weasley? ¿O es... otra cosa? ¿Quizá una carta 
escrita con tinta invisible? ¿O tal vez... instrucciones para llegar a Hogsmeade 
evitando a los dementores? 

Harry parpadeó. Los ojos de Snape brillaban. 

—Veamos, veamos... —susurró, sacando la varita y desplegando el mapa 
sobre la mesa—. ¡Revela tu secreto! —dijo, tocando el pergamino con la punta 
de la varita. 

No ocurrió nada. Harry enlazó las manos para evitar que temblaran. 

—¡Muéstrate! —dijo Snape, golpeando el mapa con energía. 

Siguió en blanco. Harry respiró aliviado. 

—¡Severus Snape, profesor de este colegio, te ordena enseñar la 
información que ocultas! —dijo Snape, volviendo a golpear el mapa con la 
varita. 

Como si una mano invisible escribiera sobre él, en la lisa superficie del 
mapa fueron apareciendo algunas palabras: «El señor Lunático presenta sus 
respetos al profesor Snape y le ruega que aparte la narizota de los asuntos que 
no le atañen.» 

Snape se quedó helado. Harry contempló el mensaje estupefacto. Pero el 
mapa no se detuvo allí. Aparecieron más cosas escritas debajo de las primeras 
líneas: «El señor Cornamenta está de acuerdo con el señor Lunático y sólo 
quisiera añadir que el profesor Snape es feo e imbécil.» 

Habría resultado muy gracioso en otra situación menos grave. Y había 
más: «El señor Canuto quisiera hacer constar su estupefacción ante el hecho 
de que un idiota semejante haya llegado a profesor.» 

Harry cerró los ojos horrorizado. Al abrirlos, el mapa había añadido las 
últimas palabras: «El señor Colagusano saluda al profesor Snape y le aconseja 
que se lave el pelo, el muy guarro.» 

Harry aguardó el golpe. 

—Bueno... —dijo Snape con voz suave—. Ya veremos. 

Se dirigió al fuego con paso decidido, cogió de un tarro un puñado de polvo 
brillante y lo arrojó a las llamas. 

—¡Lupin! —gritó Snape dirigiéndose al fuego—. ¡Quiero hablar contigo! 

Totalmente asombrado, Harry se quedó mirando el fuego. Una gran forma 
apareció en él, revolviéndose muy rápido. 

Unos segundos más tarde, el profesor Lupin salía de la chimenea 
sacudiéndose las cenizas de la toga raída. 

—¿Llamabas, Severus? —preguntó Lupin, amablemente. 

—Sí —respondió Snape, con el rostro crispado por la furia y regresando a 
su mesa con amplias zancadas—. Le he dicho a Potter que vaciara los bolsillos 
y llevaba esto. 

Snape señaló el pergamino en el que todavía brillaban las palabras de los 
señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta. En el rostro de Lupin 
apareció una expresión extraña y hermética. 

—¿Qué te parece? —dijo Snape. Lupin siguió mirando el mapa. Harry 
tenía la impresión de que Lupin estaba muy concentrado—. ¿Qué te parece? 
—repitió Snape—. Este pergamino está claramente encantado con Artes 
Oscuras. Entra dentro de tu especialidad, Lupin. ¿Dónde crees que lo pudo 
conseguir Potter? 

Lupin levantó la vista y con una mirada de soslayo a Harry, le advirtió que 
no lo interrumpiera. 

—¿Con Artes Oscuras? —repitió con voz am able—. ¿De verdad lo crees, 
Severus? A mí me parece simplemente un pergamino que ofende al que 
intenta leerlo. Infantil, pero seguramente no peligroso. Supongo que Harry lo ha 
comprado en una tienda de artículos de broma. 

—¿De verdad? —preguntó Snape. Tenía la quijada rígida a causa del 
enfado—. ¿Crees que una tienda de artículos de broma le vendería algo como 
esto? ¿No crees que es más probable que lo consiguiera directamente de los 
fabricantes? 

Harry no entendía qué quería decir Snape. Y daba la impresión de que 
Lupin tampoco. 

—¿Quieres decir del señor Colagusano o cualquiera de esas personas? 
—preguntó—. Harry, ¿conoces a alguno de estos señores? 

—No —respondió rápidamente Harry. 

—¿Lo ves, Severus? —dijo Lupin, volviéndose hacia Snape—. Creo que 
es de Zonko. 

En ese momento entró Ron en el despacho. Llegaba sin aliento. Se paró 
de pronto delante de la mesa de Snape, con una mano en el pecho e 
intentando hablar. 

—Yo... le di... a Harry... ese objeto —dijo con la voz ahogada—. Lo compré 
en Zonko hace mucho tiempo... 

—Bien —dijo Lupin, dando una palmada y mirando contento a su 
alrededor—. ¡Parece que eso lo aclara todo! Me lo llevo, Severus, si no te 
importa —Plegó el mapa y se lo metió en la toga—. Harry, Ron, venid conmigo. 
Tengo que deciros algo relacionado con el trabajo sobre los vampiros. 
Discúlpanos, Severus. 

Harry no se atrevió a mirar a Snape al salir del despacho. Él, Ron y Lupin 
hicieron todo el camino hasta el vestíbulo sin hablar. Luego Harry se volvió a 
Lupin. 

—Señor profesor; yo... 

—No quiero disculpas —dijo Lupin. Echó una mirada al vestíbulo vacío y 

bajó la voz—. Da la casualidad de que sé que este mapa fue confiscado por el 
señor Filch hace muchos años. Sí, sé que es un mapa —dijo ante los 
asombrados Harry y Ron—. No quiero saber cómo ha caído en vuestras 
manos. Me asombra, sin embargo, que no lo entregarais, especialmente 
después de lo sucedido en la última ocasión en que un alumno dejó por ahí 
información relativa al castillo. No te lo puedo devolver; Harry. 

Harry ya lo suponía, y quería explicarse. 

—¿Por qué pensó Snape que me lo habían dado los fabricantes? 

—Porque... porque los fabricantes de estos mapas habrían querido sacarte 
del colegio. Habrían pensado que era muy divertido. 

—¿Los conoce? —dijo Harry impresionado. 

—Nos hemos visto —dijo Lupin lacónicamente. Miraba a Harry más serio 
que nunca—. No esperes que te vuelva a encubrir; Harry. No puedo conseguir 
que te tomes en serio a Sirius Black, pero creía que los gritos que oyes cuando 
se te aproximan los dementores te habían hecho algún efecto. Tus padres 
dieron su vida para que tú siguieras vivo, Harry Y tú les correspondes muy 
mal... cambiando su sacrificio por una bolsa de artículos de broma. 

Se marchó y Harry se sintió mucho peor que en el despacho de Snape. 
Despacio, subieron la escalera de mármol. Al pasar al lado de la estatua de la 
bruja tuerta, Harry se acordó de la capa invisible. Seguía allí abajo, pero no se 

atrevió a ir por ella. 

—Es culpa mía —dijo Ron de pronto—. Yo te persuadí de que fueras. 
Lupin tiene razón. Fue una idiotez. No debimos hacerlo. 

Dejó de hablar. Habían llegado al corredor en que los troles de seguridad 

estaban haciendo la ronda y por el que Hermione avanzaba hacia ellos. Al verle 
la cara, a Harry no le cupo ninguna duda de que estaba enterada de lo 
ocurrido. Sintió una enorme desazón. ¿Se lo habría contado a la profesora 
McGonagall? 

—¿Has venido a darte el gusto? —le preguntó Ron cuando se detuvo la 
muchacha—. ¿O acabas de delatarnos? 

—No —respondió Hermione. Tenía en las manos una carta y el labio le 
temblaba—. Sólo creí que debíais saberlo. Hagrid ha perdido el caso. Van a 
ejecutar a Buckbeak. 

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